En pleno Hollywood, Erich von Stroheim resolvió levantar una réplica exacta del barrio de Monte Carlo con una sola intención: mostrar al mundo la decadencia de la Europa de la postguerra...
En julio de 1921 el cineasta Erich von Stroheim terminó un rodaje millonario de más de 36 horas en el cual representaba una historia de avaricia, frivolidad y depravación en el barrio de Monte Carlo. Casi todo el presupuesto se había ido en los decorados para reconstruir con una fidelidad asombrosa, en la zona trasera de los estudios de Universal en Hollywood, el célebre distrito del Principado de Mónaco, con sus hoteles, casinos, palacios y bulevares. Otro gasto importante fue el del vestuario, porque Von Stroheim deseó semejar a la perfección a la sociedad europea de la primera post-guerra, por lo que los planos generales resultantes parecen haber sido extraídos de un documental. En síntesis, el cineasta se fijó en la totalidad de los detalles, algo que en la actualidad es muy normal, pero que en ese entonces se consideraba una característica propia de un “maníaco”.
Sin embargo, esta obra maestra sufrió unos cortes sumamente despiadados. El director había previsto ocho horas, que luego aceptó a regañadientes hasta seis, pero fue entonces que la potestad del productor Irving Thalberg se hizo sentir y comenzó una lucha sin cuartel que finalizó con una lamentable reducción a poco menos de dos horas. Es decir, para muchos lo que llegó a las salas de cine no fue más que un moribundo, con incisiones que se perdieron para siempre, a pesar que un trabajo posterior de diversas instituciones permitió que se recuperaran unos 20 minutos de film, que es lo que actualmente podemos ver. Empero, a pesar de que se notan claramente aquellas omisiones, la película es perfectamente comprensible y no deja de ser una obra que exhibe ciertos detalles referentes al sexo, el asesinato y el juego, no contemplados hasta entonces. Cuentan las anécdotas que Jean Renoir vio esta película 20 veces y entonces decidió ser director de cine.
El director, que ya había demostrado asimismo ser un gran actor, jugaba el rol de un falso conde zarista, con su uniforme blanco de militar, su aristocrático bastón y el típico dilatado cigarro de la época. Era posiblemente el papel que más le gustaba y que calaba de alguna forma con sus fingidos datos biográficos, aunque ya muy pocos seguían creyendo la historia que contara después de arribar como un inmigrante vienés en 1902 a Ellis Island. Las ulteriores investigaciones de Billy Wilder y Paul Kohner, agente del mismo Stroheim, sacaron gradualmente a la luz la verdad, que ya se notaba a través de su acento: el aclamado cineasta era hijo de un judío fabricante de sombreros, origen humilde que distaba bastante de su pretendida nobleza austro-húngara (lo que implicaba que no tenía derecho a usar el término “von”). De todas formas, en 1914 ya trabajaba en Hollywood como asistente técnico de Griffith y como actor ocasional. Habiendo aprendido considerablemente del autor de “Intolerancia”, finalmente dirigió su primera producción en 1919, “Esposos ciegos”, durante la cual demostró su carácter despótico, si bien muchos arguyeron más adelante que sólo fingía para aparentar ser un auténtico noble. Un año más tarde produjo “The Devil’s Pass Key”, hoy perdida, pero que en su tiempo fue famosa, y a continuación arrancó con la elaboración de una de sus mayores obras, “Esposas frívolas”.
Von Stroheim pretendía mostrar con esta realización toda la decadencia que percibía en la Europa de inicios del siglo XX, pese a que la trama queda reducida a la historia de tres impostores (vale aclarar que con el tiempo original, había muchos más personajes). Junto a sus dos supuestas primas, que también se hacían pasar por princesas rusas, el protagonista se había instalado en un palacete en Monte Carlo, pagando todo con billetes falsos que compraban a un italiano mercachifle de los suburbios de la ciudad. Todo cambia cuando se enteran del arribo de un diplomático norteamericano, que comprometido por sus reuniones con el Príncipe Alberto, deja abandonada a su esposa Helen en el hotel… y es el “Conde” Karamzin quien se aprovecha de su soledad para seducirla y así comenzar a utilizarla para desbancar al marido. Los primeros intentos son vanos, pero poco a poco comienza a ganar terreno, sobre todo cuando aprovecha una tormenta para refugiarse en la casucha de una vieja conocida al lado de su “víctima” estadounidense. Lamentablemente para él, la camarera a la cual ha prometido engañosamente matrimonio (a fin de quedarse con sus ahorros), lo pondrá al descubierto provocando un incendio en la estancia donde pretendía pasar la noche con la mujer casada… y entonces los planes de ese trío malévolo se van al traste. Las dos “primas” son arrestadas cuando la policía revela que eran unas delincuentes disfrazadas, en tanto Karamzin es muerto por el italiano cuando trataba de forzar a su hija (que sufría de retraso mental).
Más allá de los grandes decorados, el éxito de la película radicó en unas escenas determinadas en donde lo sexual era sugerido de una forma jamás vista hasta entonces. Aparte de las escenas de seducción, tenemos presente la obsesión del “Conde” por poseer a Helen, ya como algo estrictamente personal y más allá del plan trazado junto a sus afiliadas primas. No existen tomas en las que físicamente pretenda algo, pero director y actor manifiestan implícitamente ese apetito con todas sus demás acciones, generando un contexto de tensión que tiene su clímax en el momento en el que se produce el incendio. La lujuria de Sergio será mucho más notoria en las secuencias finales, cuando tiene la intención de forzar al joven retoño del italiano (lo cual no se ve, al igual que su muerte). De todas formas, esta morbosidad queda patente en algunos momentos, como cuando vemos al “Conde” enseñarnos el espejito a través del cual espía a Helen, o cuando desde afuera un forastero observa la sombra de una pareja detrás de la ventana e inmediatamente resuelve solicitar alojamiento en ese lugar. Otros vicios, como la avaricia, son notables en diversas tomas y hasta llegan a confundir al espectador: un claro ejemplo ocurre cuando la camarera se lamenta de la espera nupcial que tiene que afrontar con lágrimas en los ojos y vemos a un indolente Karamzin que parece repentinamente preocupado, cuando en realidad lo que lo inquieta es el dinero que teme no recibirá por parte de su “prometida” si es que continúa alargando la espera. Esa misma frivolidad la vemos hacia la hija del italiano después que las primas han estado burlándose de ella (no deja de acontecer cuando hace caso omiso de la soledad de la esposa del diplomático).
Un morbo que cunde en todo instante con algunas etapas dramáticas y de acción, como el episodio de la tormenta y principalmente, el del incendio. Además, Stroheim ejecuta su papel ideal de encarnación del mal, que desde la primera escena en la playa en la que lo vemos disparando hacia la pantalla (lo que nos hace recordar a "The Great Train Robbery") queda como evidencia. Es como un antecesor de Bela Lugosi, Al Pacino en "El Padrino", Malcolm McDowell en "La Naranja Mecánica" y Anthony Hopkins en "El silencio de los corderos", entre otros.
Un morbo que cunde en todo instante con algunas etapas dramáticas y de acción, como el episodio de la tormenta y principalmente, el del incendio. Además, Stroheim ejecuta su papel ideal de encarnación del mal, que desde la primera escena en la playa en la que lo vemos disparando hacia la pantalla (lo que nos hace recordar a "The Great Train Robbery") queda como evidencia. Es como un antecesor de Bela Lugosi, Al Pacino en "El Padrino", Malcolm McDowell en "La Naranja Mecánica" y Anthony Hopkins en "El silencio de los corderos", entre otros.
Buenos encuadres de primer plano, aunque se extrañan (debido a los numerosos cortes) más vistas del reconstruido Monte Carlo. Anécdota interesante la de la muerte del actor Christians (el diplomático) en pleno rodaje, lo que obligó a Stroheim a usar un doble que siempre era filmado de espaldas y en su defecto cuando era inevitable, se montaron escenas de sus actuaciones en otras películas. Nadie se percató que el cabello del original era menos claro que el del reemplazo, pero al final de cuentas ello no afectó a la producción, extraordinaria ante todo, que aperturaba temas que se explotarían en los venideros años cada vez con más fuerza. En cuanto a Stroheim, comenzó a trabajar en su siguiente obra, “Merry-Go-Round”, antes de dedicarse a la que sería su labor cumbre como director, “Avaricia”.
Ficha:
Duración: 129 minutos
País: Estados Unidos
Género: Drama
Director: Erich von Stroheim (1885 – 1957)
Reparto: Erich von Stroheim (“Conde” Sergio Karamzin), Maude George (“Princesa” Olga Petchnikoff), Mae Bush (“Princesa” Vera Petchnikoff), Rudolph Christians (Andrew Hughes), Miss Dupont (Helen Hughes), Dale Fuller (Maruschka), Al Edmundsen (Pavel Pavlich), Cesare Gravina (Ventucci).