Aparte de los chispazos de los días de la pre-guerra, entre los que destaca “El estudiante de Praga”, el cine alemán como industria nació oficialmente en 1917 con la fundación de la Universum Film AG (UFA) de la mano de los generales Ludendorff y Hindemburg, y auspiciada por la Krupp y la IG Farben. Como toda industria en emergencia, quiso dar lo mejor de sí misma a través de películas rimbombantes, de alto presupuesto y teniendo en mente obras como “Cabiria” e “Intolerancia”. Sería Ernst Lubitsch, inicialmente comediante y discípulo del gran director de teatro Max Reinhardt, el primer gran realizador de la cinematografía germana, con temas antifranceses como “Madame Dubarry” (1919), antibritánicos como “Ana Bolena” (1920) y sátiras antiamericanas como “La princesa de las ostras” (1919). Desarrolló además otros temas que se asemejaban a las excentricidades pomposas y fastuosas de Hollywood, por lo que los magnates de California (perdonándole todas las ofensas previas) se lo llevaron a inicios de la década de 1920 a la costa del Pacífico, donde Lubitsch prosiguió su exitosa carrera.
Sin embargo, la personalidad del primer cine alemán no reposaría sobre las grandes producciones, sino sobre el expresionismo. Esta escuela tenía sus orígenes en los tiempos prehistóricos, cuando el Hombre, desde el alba de los tiempos, buscaba representar exteriormente sus miedos y angustias… y continuó de alguna forma vigente en todas las etapas del arte, si bien sólo a inicios del siglo XX se llegó a convertir en una consigna en Alemania. La pintura, frente al realismo que imperaba en ese entonces, se presentó como una respuesta caracterizada por la materialización del drama interior a través de la distorsión de los colores y los contornos; muy pronto el movimiento fue absorbido por la poesía, la música, la decoración y por último, el cine, donde podría afirmarse que alcanzó su cenit en la década de 1920. Empero, el fenómeno que abrió todo esta tendencia fue la obra maestra del checo Robert Wiene, “El gabinete del Dr. Caligari”.
El argumento de la obra se basaba en hechos reales acaecidos en Hamburgo, según los cuales el médium Cesare, bajo las órdenes hipnóticas del Dr. Caligari, cometía crímenes por las noches en un perdido pueblo alemán. En el fondo, el mensaje consistía en evidenciar el maltrato del Estado Alemán a la población durante la Gran Guerra y los días inmediatamente posteriores a ella, un tiempo en que se manipulaba a la gente para irse al frente u oponerse a los socialistas. Wiene, una vez recibido el guión, quiso brindarle un agregado exquisito: la historia sería narrada por el paciente de un manicomio, quien confundía al director del hospital con el Dr. Caligari y a otro de los pacientes con Cesare y a una de las pacientes con la amada que escapa de la muerte; naturalmente, el espectador no se entera de ello hasta el final de la película… y sin embargo, la ambigua expresión del director de la institución nos deja mucho que pensar respecto a la verdadera personalidad y a los auténticos intereses de aquel hombre.
Pero más allá de la temática, lo que llamó la atención en todo el mundo (porque el film fue un éxito mundial sólo comparado al que disfrutaba ya en ese entonces Chaplin) fueron los recursos plásticos a los cuales Wiene apeló reuniendo a los decoradores más famosos de la República de Weimar, quienes impulsaron con toda la fuerza posible el expresionismo dentro de toda la arquitectura donde se desarrolla la producción. Un drama psicológico que se entiende mucho mejor con todos los estrambóticos decorados. La cuestión de la figura humana es también substancial y de allí se explica un fabuloso trabajo en maquillaje y en vestuario, el cual muchas veces se llega a mimetizar con los fondos.
La actuación debía ser igualmente congruente con el ideal expresionista: exageración de las gesticulaciones de miedo, angustia, dolor, rabia, burla, es un componente básico que además se acentuará en películas posteriores con un mejor manejo de la iluminación y las sombras (el patetismo gesticular tiene uno de sus momentos de clímax después que Alan consulte a Cesare hasta cuando vivirá y éste le responda: “Hasta el amanecer”, provocando una expresión de terror y desvanecimiento insólitos). De todas formas, el movimiento quizá le resta al cine expresionista aquella fascinación irreal que sí es perceptible en toda su dimensión cuando observamos los fotogramas, como aquél tan memorable (arriba) en el que vemos a Cesare en el interior de su ataúd observando con miedo y curiosidad a Jane, mujer que mimetizada en las paredes de madera, expresa terror, pero a su vez determinación.
La actuación debía ser igualmente congruente con el ideal expresionista: exageración de las gesticulaciones de miedo, angustia, dolor, rabia, burla, es un componente básico que además se acentuará en películas posteriores con un mejor manejo de la iluminación y las sombras (el patetismo gesticular tiene uno de sus momentos de clímax después que Alan consulte a Cesare hasta cuando vivirá y éste le responda: “Hasta el amanecer”, provocando una expresión de terror y desvanecimiento insólitos). De todas formas, el movimiento quizá le resta al cine expresionista aquella fascinación irreal que sí es perceptible en toda su dimensión cuando observamos los fotogramas, como aquél tan memorable (arriba) en el que vemos a Cesare en el interior de su ataúd observando con miedo y curiosidad a Jane, mujer que mimetizada en las paredes de madera, expresa terror, pero a su vez determinación.
El tema del miedo es manejado de forma brillante por Wiene, sobre todo al no mostrar al público la causa de aquél, permaneciendo en el mundo de las sombras y apelando a la imaginación de los espectadores, consciente que lo no visible a los ojos resulta siempre más aterrador. Cuando vemos a Cesare perderse por ese entorno onírico y estremecedor, en medio de sombras artificiales, como si no supiera a dónde ir, nosotros sentimos lo mismo, como si nos halláramos dentro de un laberinto creado especialmente para los personajes... y nosotros. Parecería incluso que Cesare quiere escapar de esos decorados embrollados, pero le resulta imposible, y quizás ello sea la causa de su derrumbamiento en esa secuencia extraordinaria. Por el contrario, Caligari es percibido como quien todo lo conoce a la perfección, como quien se siente satisfecho con ese mundo artificial cinematográfico que es ideal para operar sobre sus pacientes y víctimas.
La obra no estuvo exenta de críticas, sobre todo porque muchos temieron un retroceso al cine-teatro de Mélies al privilegiar tanto los decorados, el maquillaje y el vestuario, por encima de los movimientos de cámara, los montajes y la filmación en exteriores, que tanto éxito comportaban en Norteamérica y ya en otros lugares de Europa como Suecia y Francia. Wiene, por su parte, no tendría tanto éxito con sus creaciones ulteriores, habiendo que esperar hasta “Las manos de Orlac” de 1924. Aun así, acababa de nacer un mito, el caligarismo, designado para todo el cine expresionista que se aprestaba a saltar a la pantalla en los próximos años… y por otro lado, se había conseguido la atención de la intelectualidad germánica, la cual siempre dejaría su impronta en las siguientes producciones, rastreando en toda la problemática que vivía el país en esos angustiosos años que inexorablemente condujeron al ascenso del nacionalsocialismo.
Ficha:
Duración: 71 minutos
País: Alemania
Género: Drama, terror
Director: Robert Wiene (1873 – 1938)
Reparto: Werner Krauss (Dr. Caligari / Director), Conrad Veidt (Cesare), Friedrich Feher (Francis), Lil Dagover (Jane), Hans Heinrich von Twardowski (Alan), Rudolf Lettinger (Dr. Olsen).
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