27 de abril de 2013

LA CAJA DE PANDORA (1929)

¿Quién es Lulú? ¿El arquetipo de la sensualidad femenina? ¿De la debilidad masculina? ¿O simplemente una metáfora crítica al conservadurismo de la República de Weimar? El sobresaliente Georg Wilhelm Pabst nos regaló esta joya del final de la era muda, que por la misma razón no fue bien comprendida, hasta su tardía revalorización en los años 50’…

    

En la segunda mitad de los “felices” años 20’, se suscitó una fuga masiva de talentos europeos rumbo a Hollywood, la gran mayoría provenientes de Alemania. Como ejemplos principales tenemos a F.W. Murnau, Ernst Lubitsch, Greta Garbo, Emil Jannings… pero el director Pabst decidió romper las reglas y se fijó en la joven Louise Brooks, figura en ciernes que después de un inicio prometedor como cantante de coro y bailarina, había hecho valer su talento en películas norteamericanas de mediano éxito. Sería una elección excepcional, porque la actriz se llevó todos los aplausos y la aureola en la última gran realización del cine mudo alemán.
Pabst se basó en las obras de teatro de Frank Wedekind El Espíritu de la Tierra (1895) y La Caja de Pandora (1904) para materializar su película. Naturalmente, hay una clara alusión al mito griego según el cual Pandora había abierto una caja entregada por los dioses, liberando a todos los malos espíritus y dejando únicamente la esperanza… así era la protagonista del filme en cada lugar al que llegaba, pues siempre la acompañaba la desdicha y la desventura para quienes se hallaban a su alrededor. Era Lulú una artista joven, hermosa y deshinibida, que más que tratarse de una femme fatale, simplemente se dejaba llevar por la sensualidad, por sus instintos, convirtiéndose de ese modo en la perdición de todos los hombres que se le acercaban fascinados con su hermosura y sus encantos. Contrae matrimonio con un editor de periódicos acaudalado, pero sus coqueteos conducen pronto al hombre a la locura y a que en un ataque de celos sea asesinado accidentalmente por su esposa. Ésta consigue huir de la justicia tras cautivar al fiscal y a la muchedumbre que asiste al juicio y vivirá aventuras similares, pero ya como un personaje en continua degradación. Se esconderá en un tren para marchar a Francia, y posteriormente un barco espantoso rumbo a Inglaterra, donde será abordada por un millonario árabe, y finalmente hallará en Londres su fatal destino en las garras de Jack el Destripador.
La recepción de la obra fue negativa en toda Europa, al punto que en Francia se llegó a prohibir su proyección por considerar que el tono sexual era “muy elevado”. Es posible que el director quisiera además introducir subrepticiamente elementos lesbiánicos, sobre todo cuando aparece la amiga protectora. A los prejuicios de la época había que añadir el hecho que la audiencia ya estaba inclinándose por el cine sonoro, así que La Caja de Pandora debió esperar unas dos décadas para ser revaluada, pero incluso después de estos años no quedó exenta de críticas.
Pabst fue un gran director, pero para muchos no llegó a equipararse con Murnau y Fritz Lang, los dos monstruos del cine weimariano. De todas maneras, existen varios momentos de la obra que vale la pena recordar. Por ejemplo, al momento de la muerte del Dr. Schön (el marido de Lulú), el espectador queda sumergido en un extraño voyeurismo: acaba de ver una pieza teatral tal como estuviera sentado en una de las butacas del recinto, pero a continuación puede ver lo que ocurre entre bastidores, como si el director estuviera propuesto a resaltar las diferencias entre ambas formas de arte. Toda la secuencia, entre risotadas, actos cómicos y líos de faldas, culminan con una escena trágica que tiene como mudo testigo una escultura que quizá esté reflejando nuestra pasividad ante todo. Una sección muy alborotada, si la comparamos con el último acto, cuando en un periférico barrio londinense, sucio y oscuro, repleto de sombras que nos hacen recordar al fuerte expresionismo de inicios de aquella década, el primer plano de Lulú alcanza su punto álgido. Es en este momento en el que ella termina de sucumbir... es ella, atormentada por las penurias y por el peligro que la persigue desde su huida de Alemania, que se ve "flechada" por el asesino Jack, a quien la inocencia sólo traiciona unos instantes antes de terminar cometiendo el crimen que pone fin a la película. 
Muchos han llegado a pensar que Lulú, descubierta por Pabst precisamente en Hollywood, simbolizaba al cine norteamericano en contraposición al europeo en general, y al alemán en particular. Ella, como la industria de la costa californiana, seduce a todos, pero no termina por encontrarse a sí misma, puesto que su fin es sólo satisfacer a los demás y a ella misma temporalmente. Probablemente el director sentía cierto rechazo por varios de sus colegas y actores que habían viajado al otro lado del Atlántico a cumplir las directrices de los gigantes de la pantalla grande, perdiendo gradualmente su personalidad, porque Lulú, al final, con toda su belleza y poder seductor, no es más que ello... una persona que se deja llevar y que no piensa en las consecuencias de sus actos... huye y vuelve a cometer los mismos errores... hasta que éstos la conducen a la muerte. ¿Creía Pabst que el cine norteamericano era así... un arte sin personalidad? Seguramente... una idea algo extremista, pero que en diversos casos era cierta (hasta hoy).  

   

País: Alemania
Director: G.W. Pabst (1885-1967)
Género: Drama
Duración: 133 minutos
Reparto: Louise Brooks (Lulú), Fritz Korner (Dr. Schön), Franz Lederer (Alwa Schön), Gustav Diessl (Jack el Destripador), Siegfried Arno (Inspector).

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