19 de agosto de 2012

NAPOLEÓN (1927)

Más de seis horas de una épica histórica que hasta el momento no tiene parangón alguno, el Napoleón de Gance es un personaje inmortal y misterioso... porque nunca sabremos cómo habría finalizado...

  

La gran obra maestra de Abel Gance ha sido una de las películas que más han sufrido después de su estreno. El genial director tuvo la ambiciosa intención de presentar seis obras de seis horas cada una, cubriendo toda la vida del flamante Emperador francés, pero para mala suerte de él y de todos los amantes del cine, sólo pudo plasmar su propósito en la primera parte, correspondiente a la infancia y a los primeros pasos militares del mandatario, hasta la campaña a Italia de 1796. El dinero no alcanzó y además, la era muda estaba llegando a su fin. Por otro lado, muy pocos fueron al estreno a sobrellevar una obra tan larga... y no pasó mucho tiempo para que se iniciaran los cortes, algunos de ellos vergonzosos (¡en USA se redujo el filme a 70 minutos!). En la década siguiente Gance le añadió un soundtrack para hacerla más llevadera, pero lo máximo que consiguió fue que el tiempo se elevara a poco más de dos horas. No por ello renunció a la lucha, tomando como un triunfo parcial que Napoleón se esparciera por todo el orbe. En 1971 le añadió un nuevo fondo musical, mucho más llamativo. Empero, fue el historiador inglés Kevin Brownlow quien pudo recuperar la versión original y se puso a trabajarla con el director Francis Ford Coppola para un ulterior re-lanzamiento comercial, esta vez de cuatro horas. Lamentablemente, el repetitivo soundtrack de Coppola no terminó de agradar a la audiencia, si bien el largometraje ya parecía más llevadero. En los 80', la Cinémathèque Francaise retornó al tiempo original, pero su difusión ha sido muy limitada.
El argumento de la película recibió numerosas críticas, como era de esperarse, puesto que Gance es sumamente positivo con el retrato que nos pinta de Bonaparte. En resumen, un hombre de valentía que intimida a todos, inclusive a sus maestros en la escuela de Brienne... lo mismo que su mirada, que es capaz calmar y atemorizar a la muchedumbre corsa enardecida que quiere linchar a su compañero, o a aquéllos reunidos en un salón listos para ir a apresarlo. En el sitio de Tolón, una simple frase: "Imposible no es una palabra francesa", basta para que los soldados cambien un cañón obsoleto. Esa misma entereza muestra ante el gobierno galo cuando está dispuesto a retirarse si es que no se le otorga el mando de la campaña italiana. Napoleón siempre es el vencedor, siempre se impone a los demás, pero no por ello carece de un lado humano, como cuando lamenta la partida de su mascota, su halcón de Brienne, o cuando se reencuentra con su madre después de muchos años, o cuando juega con los niños, o cuando recuerda a Josefina. Incluso la fortuna lo sonríe cuando casualmente el barco donde se halla, se topa con un buque de guerra inglés: el joven Nelson, su futuro archi enemigo, es un capitán en el navío y solicita permiso para hundir al pequeño barco francés, pero el almirante considera que no vale la pena... Todos estas características dieron que hablar en una época en la que Mussolini ya se consolidaba en el poder después de la eliminación de Matteoti y algunos otros líderes socialistas. El fascismo ya era una realidad y en Francia Gance fue acusado de promoverlo con esta realización. Sin embargo, él mismo explicó que se trataba de una visión personal del personaje, que en todo caso, era aún amado por muchos ciudadanos franceses.
El pro-fascismo de Gance puede ser a su vez negado por la forma tan negativa con la que trata a los líderes del Terror: Marat es un cándido que cae asesinado de forma muy sencilla por una mujer en su bañera (una escena destacada); Dantón es más un gritón y Robespierre, muy altivo al inicio, se deja amedrentar con facilidad por la Asamblea. De todos modos, es posible que el director haya querido disminuir el papel de estos hombres a favor de su preferido.
Pero... ¿qué es lo que más llama la atención en una película que está incompleta? En verdad, son los juegos de cámara el mayor fuerte de una obra que, junto a Amanecer, pero con un presupuesto mucho más elevado, alcanza la cima de todo lo que entraña el cine mudo. Ya desde las escenas de Brienne percibimos como la cámara se moviliza de un lado a otro como si fuera una de las bolas de nieve con las que están jugando los alumnos... hasta que llega un momento en el que no es posible discernir dónde nos encontramos, al producirse la gresca en la que el joven e impetuoso Napoleón se enzarza con sus compañeros que están haciendo trampa. Inmediatamente después de estas veloces escenas, la pantalla se divide en seis y luego en nueve cuadros, en los que vislumbramos distintas expresiones de ira y apasionamiento del protagonista. Una división de la pantalla que se repite en las escenas del sitio de Tolón; mientras que el paso fulgurante de las tomas se percibe en este punto, pero esta vez como un backslash de imágenes de la época de Brienne y de la aventura corsa. Cuando a Josefina se le es presentada en un baile, una vez más fluyen este tipo de cuadros retrospectivos, en aquella ocasión recordando cuando la conociera de casualidad siendo un simple teniente en una calle perdida de un pueblo.
La superposición de escenas es también notable, pero la mejor de ellas acontece cuando el barco que conduce a Napoleón de regreso a Francia desde Córcega es azotado por una tormenta... de repente, vemos a la Convención de París, en donde se está produciendo un tumulto contra Marat, Dantón y Robespierre. La crisis republicana alcanza así su clímax gracias a un evento muy lejano, pero que a la vez es una metáfora: Bonaparte causará una tempestad mucho mayor, y no sólo en Francia, sino en Europa entera. Un tema premonitorio, de los que tanto le gustan a Gance en este filme, que se verá de manera similar (con la misma superposición de escenas) durante la víspera de la batalla en Italia: el general sueña con los mandatarios ya muertos de la Convención y con líderes corsos, quienes le exhortan a llevar la Revolución a todo el continente.
No obstante, de todos los artilugios técnicos, el que más llamó la atención fue el de las escenas finales de la campaña italiana, cuando la pantalla se ve dividida en tres, sirviendo para narrar así tres hechos simultáneos... sucesos que a veces se transponen a los pensamientos de Napoleón, quien no deja de evocar a Josefina y cuya imagen aparece en uno de los tres cuadros, mientras en los otros se ven a las tropas avanzando y a la oficialidad haciendo planes, o al general observando con ojos de águila los acontecimientos, o los primeros compases de la lucha. 
De las actuaciones, Albert Dieudonné es admirable en todo sentido, representando a Napoleón justo de la manera como Gance quería... y el niño actor Vladimir Roudenko no se queda atrás: a escena del niño sollozando en el desván por la injusticia del mundo, pero pronto consolado por el regreso de su amado halcón, es de lo mejor, lo mismo que la aparición de un halcón similar (¿o será el mismo?) cuando se prepara la campaña italiana. Gina Manès asume un rol de Josefina quizás algo controversial: la vemos acá como una mujer calculadora, que no parece nada enamorada de Napoleón... y éste es quizás el único punto flaco del general, aunque como se ignora qué desenlace se le habría puesto en una de las secuelas, no es mucho lo que se pueda concluir. Finalmente, resalta la actuación del mismísimo Gance como Saint Just, en una actitud muy ambigua entre los revolucionarios radicales y los moderados. 
En fin, una producción espectacular, digna de haber perdurado como una de las últimas cintas mudas antes del estreno de El Cantante de Jazz. Digna de admirarse en la actualidad, como un fruto maduro delicioso que pretendió procrear retoños cuando ya era demasiado tarde...

    

País: Francia
Duración: 333 minutos (última versión restaurada)
Género: Histórico
Director: Abel Gance (1889-1981)
Reparto: Albert Dieudonné (Napoleón), Vladimir Roudenko (Napoleón niño), Gina Manès (Josefina), Nicolas Koline (Tristán Fleury), Alexandre Koubitzky (Dantón), Edmond van Daële (Robespierre), Antonin Artaud (Marat), Abel Gance (Saint-Just).

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