22 de agosto de 2012

LA PASIÓN DE JUANA DE ARCO (1928)

Con La Pasión de Juana de Arco, nos hallamos en otro lugar... en el cine o fuera de él... en el tiempo histórico o en un espacio atemporal... en la realidad de la experiencia y en la trascendencia...

    

El director danés Carl Theodor Dreyer obtuvo un presupuesto de 7 millones de francos para construir un escenario a escala del castillo de Rouan a inicios del siglo XV. No escatimó esfuerzos: basándose en pinturas renacentistas, le puso habitaciones, muros, pasadizos interconectados, torres, un puente levadizo, una plazoleta, casas y una iglesia. Sin embargo, a lo largo de la película apenas vemos retazos de toda esa magnífica construcción... incluso parecería que Dreyer nos lo oculta a propósito para centrarse únicamente en los personajes. Y la verdad es que ésas fueron sus intenciones. En La Pasión de Juana de Arco todo gira alrededor de los personajes, todo está ajustado a ellos... el entorno es para ellos y no para la audiencia. En resumen, el castillo fue levantado para que los actores se sintieran realmente en el final de la Edad Media, en un mundo donde la pompa, los lujos y los decorados aún no afloraban en los reinos de Europa Occidental. El feudalismo y la religiosidad extrema son los puntos fuertes de un período pronto destinado a desaparecer. 
No veremos a Juana de Arco con su armadura liberando a los franceses del sitio del Orleans; nuestras expectativas de observar a la adolescente heroína cabalgando, empuñando su espada y dando muerte a los soldados ingleses, se verán defraudadas. No hay ninguna coronación del Delfín ni batallas al puro estilo medieval. En esta obra maestra de las postrimerías del cine mudo, tenemos solamente rostros. Semblantes sin maquillaje, primeros planos a todo momento enseñándonos la profundidad de las emociones, sentimientos e ideas de los personajes. Apenas vemos el cuerpo de Juana. La cámara se concentra en todas las expresividades de su faz: su miedo a la muerte, su tenacidad para vencer ese temor, su extremo dolor frente a la soledad, pero que nunca la hace desfallecer porque se siente segura de su misión y del Dios que la ampara. Es Juana totalmente sola, incluso desgajada de su cuerpo. Es ella y un sufrimiento sin límites quizás jamás visto en la historia del cine. No hay necesidad de que tengamos que verla azotada para verla padecer. Se burlan de ella, pero su mente y corazón no escuchan palabras necias... su dolor está en otra parte. Ni siquiera en la hoguera parece atemorizarla el fuego que pronto le quitará la vida; más es su lamento por su misión que quizás considera incompleta. Paradójicamente, su mayor fuente de terror proviene del haber abjurado de sus palabras, por lo que siente una vez más la obligación de continuar por su camino, aunque el retractarse signifique la pena de muerte.
La actriz María Falconetti se encarga soberbiamente de trasladarnos a 1431 y a presentarnos  un semblante de la heroína lo más acorde a la realidad posible. Ello se ve complementado con el gran trabajo del resto del reparto; si bien se trata de personajes con personalidad menos fuerte que la protagonista, nos transmiten todo el ideal de la Baja Edad Media. Un ideal que se mantiene limpio del todo, porque lo externo no interviene; el color blanco de las paredes  y la sobriedad de las habitaciones impiden cualquier tipo de distracción y solamente algunos elementos simbólicos se muestran con cierto detalle (los instrumentos de tortura, por ejemplo). La estrecha relación entre el clero francés y la milicia inglesa es notable, sobre todo porque no se percibe una dominación de un grupo sobre el otro... a pesar de la guerra entre ambos países, el interés político británico para ejecutar a Juana se conjuga de maravilla con la intolerancia y ortodoxia de la Iglesia gala. Todo ello pudo lograrse a su vez por el minucioso trabajo archivístico del director, quien se tomó la molestia de revisar el expediente completo del juicio y de reproducirlo al pie de la letra. Por ello, en algunos momentos uno llegaría a alucinar que está viendo un documental filmado quinientos años atrás.
Por último, debe tomarse en cuenta la ausencia de música, lo cual cumple la misma función que las paredes blancas y los close-up. Así se mantuvo durante mucho tiempo, con mayor debido a que la versión original se perdió en un incendio. Dreyer trató de amalgamar restos de negativos, misión que no pudo ser cumplida y el flamante cineasta falleció creyendo que su obra estaba perdida para siempre. No obstante, en 1981 se descubrió una copia nada menos que en hospital psiquiátrico de Oslo... y el cine vio renacer a una de sus joyas. Fue a partir de entonces que muchos compositores procedieron a componer diversas bandas sonoras. De todas ellas, quizás la más famosa y más acorde a la realidad del siglo XV fuera el oratorio compuesto por Richard Einhorn en 1994, aunque posteriormente salieron a la luz versiones de orquesta de cámara e incluso electrónicas nada ordinarias. En fin, parecería que ochenta años después de su estreno, La Pasión de Juana de Arco continúa vigente y con numerosos adeptos. La doncella de Orleans se mantiene viva y su estrella seguirá brillando...

    

País: Francia
Duración: 82 minutos
Género: Drama histórico
Director: Carl Theodor Dreyer
Reparto: María Falconetti (Juana), Eugéne Silvain (Pierre Cauchon), André Berley (Jean d'Estivet), Maurice Schutz (Nicolas Loyseleur), Antonin Artaud (Jean Massieu).

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