Con La Pasión de Juana de Arco,
nos hallamos en otro lugar... en el cine o fuera de él... en el tiempo
histórico o en un espacio atemporal... en la realidad de la experiencia y en la
trascendencia...
El director danés
Carl Theodor Dreyer obtuvo un presupuesto de 7 millones de francos para
construir un escenario a escala del castillo de Rouan a inicios del siglo XV.
No escatimó esfuerzos: basándose en pinturas renacentistas, le puso habitaciones,
muros, pasadizos interconectados, torres, un puente levadizo, una plazoleta,
casas y una iglesia. Sin embargo, a lo largo de la película apenas vemos
retazos de toda esa magnífica construcción... incluso parecería que Dreyer nos
lo oculta a propósito para centrarse únicamente en los personajes. Y la verdad
es que ésas fueron sus intenciones. En La Pasión de Juana de Arco todo
gira alrededor de los personajes, todo está ajustado a ellos... el entorno es
para ellos y no para la audiencia. En resumen, el castillo fue levantado para
que los actores se sintieran realmente en el final de la Edad Media , en un mundo
donde la pompa, los lujos y los decorados aún no afloraban en los reinos de
Europa Occidental. El feudalismo y la religiosidad extrema son los puntos
fuertes de un período pronto destinado a desaparecer.
No veremos a Juana
de Arco con su armadura liberando a los franceses del sitio del Orleans;
nuestras expectativas de observar a la adolescente heroína cabalgando,
empuñando su espada y dando muerte a los soldados ingleses, se verán
defraudadas. No hay ninguna coronación del Delfín ni batallas al puro estilo
medieval. En esta obra maestra de las postrimerías del cine mudo, tenemos
solamente rostros. Semblantes sin maquillaje, primeros planos a todo momento
enseñándonos la profundidad de las emociones, sentimientos e ideas de los
personajes. Apenas vemos el cuerpo de Juana. La cámara se concentra en todas
las expresividades de su faz: su miedo a la muerte, su tenacidad para vencer
ese temor, su extremo dolor frente a la soledad, pero que nunca la hace
desfallecer porque se siente segura de su misión y del Dios que la ampara. Es
Juana totalmente sola, incluso desgajada de su cuerpo. Es ella y un sufrimiento
sin límites quizás jamás visto en la historia del cine. No hay necesidad de que
tengamos que verla azotada para verla padecer. Se burlan de ella, pero su mente
y corazón no escuchan palabras necias... su dolor está en otra parte. Ni
siquiera en la hoguera parece atemorizarla el fuego que pronto le quitará la
vida; más es su lamento por su misión que quizás considera incompleta.
Paradójicamente, su mayor fuente de terror proviene del haber abjurado de sus
palabras, por lo que siente una vez más la obligación de continuar por su
camino, aunque el retractarse signifique la pena de muerte.
La actriz María
Falconetti se encarga soberbiamente de trasladarnos a 1431 y a presentarnos
un semblante de la heroína lo más acorde a la realidad posible. Ello se
ve complementado con el gran trabajo del resto del reparto; si bien se trata de
personajes con personalidad menos fuerte que la protagonista, nos transmiten
todo el ideal de la Baja
Edad Media. Un ideal que se mantiene limpio del todo, porque
lo externo no interviene; el color blanco de las paredes y la sobriedad
de las habitaciones impiden cualquier tipo de distracción y solamente algunos
elementos simbólicos se muestran con cierto detalle (los instrumentos de
tortura, por ejemplo). La estrecha relación entre el clero francés y la milicia
inglesa es notable, sobre todo porque no se percibe una dominación de un grupo
sobre el otro... a pesar de la guerra entre ambos países, el interés político
británico para ejecutar a Juana se conjuga de maravilla con la intolerancia y
ortodoxia de la Iglesia
gala. Todo ello pudo lograrse a su vez por el minucioso trabajo archivístico
del director, quien se tomó la molestia de revisar el expediente completo del
juicio y de reproducirlo al pie de la letra. Por ello, en algunos momentos uno
llegaría a alucinar que está viendo un documental filmado quinientos años atrás.
Por último, debe
tomarse en cuenta la ausencia de música, lo cual cumple la misma función que
las paredes blancas y los close-up. Así se mantuvo durante mucho tiempo, con
mayor debido a que la versión original se perdió en un incendio. Dreyer trató de
amalgamar restos de negativos, misión que no pudo ser cumplida y el flamante
cineasta falleció creyendo que su obra estaba perdida para siempre. No
obstante, en 1981 se descubrió una copia nada menos que en hospital
psiquiátrico de Oslo... y el cine vio renacer a una de sus joyas. Fue a partir
de entonces que muchos compositores procedieron a componer diversas bandas
sonoras. De todas ellas, quizás la más famosa y más acorde a la realidad del
siglo XV fuera el oratorio compuesto por Richard Einhorn en 1994, aunque
posteriormente salieron a la luz versiones de orquesta de cámara e incluso
electrónicas nada ordinarias. En fin, parecería que ochenta años después de su
estreno, La Pasión
de Juana de Arco continúa vigente y con numerosos adeptos. La doncella de
Orleans se mantiene viva y su estrella seguirá brillando...
País: Francia
Duración: 82
minutos
Género: Drama
histórico
Director: Carl
Theodor Dreyer
Reparto: María
Falconetti (Juana), Eugéne Silvain (Pierre Cauchon), André Berley (Jean
d'Estivet), Maurice Schutz (Nicolas Loyseleur), Antonin Artaud (Jean Massieu).
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