25 de agosto de 2012

ASFALTO (1928)

¿En un mundo tan trivial... es acaso una incongruencia moral pedir piedad después de haber intentado robar un diamante? El especialista en asuntos anodinos Joe May, nos presenta una obra que causó sensación por su gran técnica de filmación y sus escenarios construidos...

    


Los primeros segundos nos traslucen el Berlín real... el de fines de los años 20', el que se recuperaba después de la debacle de la primera postguerra y que nos hace recordar al gran documental de Walther Ruttmann, Berlín, sinfonía de una gran ciudad. A continuación, sin que nos demos cuenta en primera instancia, el director nos traslada a una ciudad artificial levantada en un estudio, pero que no pierde su cosmopolitismo: automóviles y tranvías recargados de gente a las primeras horas de la noche, un tráfico peatonal que no es nada inferior al vehicular, tiendas y negocios abiertos por doquier, lo mismo que restaurantes y centros nocturnos que se preparan para una vigilia dilatada. La crisis económica ciertamente ha finalizado, dando lugar al glamour, al consumismo, a la liberación de tantos años de represión cultural y emocional. Los alemanes se suman al concierto de la algarabía mundana que ya regía en Europa Occidental y Estados Unidos. El expresionismo ya no tiene cabida en esta nueva ola... las cosas se muestran tal como son.
El argumento no tiene nada especial. Un policía de una familia burguesa, que vive con sus padres, algo engreído, pero que cumple fielmente con su trabajo, detecta a una mujer robándose un diamante y decide conducirla a la policía, a pesar que el dueño de la joyería quiere levantar los cargos. El joven oficial no cree en sus lágrimas ni en sus problemas económicos, pero al final es engañado y ya dentro del departamento de la mujer, y pese a la evidencia de sus mentiras por los lujos que observa, se deja finalmente seducir. Más adelante volverán a encontrarse, pero serán descubiertos por el amante espía de la ladrona; se desata una bronca y el agente es muerto. Sólo el final parece no guardar relación con el resto del filme cuando ella acude a la comisaría y confiesa su responsabilidad, alegando que el asesinato fue en defensa propia y que ella fue la causante. 
El principal punto fuerte de la película es la brillante escenificación: no sólo tenemos imágenes casi verídicas de la Potzdamer Platz y la Friedrich Strasse, sino que las cámaras del "exterior" están espléndidamente ubicadas, de modo que la audiencia percibe con todo su fulgor la dinámica nocturna de la ciudad europea. El movimiento no cesa, e incluso dentro de la joyería continuamos advirtiendo, a través de las lejanas ventanas, el bullicio de afuera (¡y estamos aún en la era muda!). La iluminación es otro factor que contribuye a generar esa sensación de bullicio generalizado. 
Pero adicionalmente a todo ello, está el tema de las actuaciones. Por un lado, Betty Amann es una seductora por antonomasia... y no sólo es capaz de derribar los preceptos éticos del escrupuloso policía, sino que cumple con su papel de cautivar al público; nadie le cree, pero tampoco se le quiere ver en la cárcel. Su papel está en contraposición frente al vértigo  del resto; con ella todo es más lento, mas no pierde su fascinación precisamente por ello. Ella representa la trivialidad del mundo exterior en las sombras... el punto donde la hipocresía enfrenta su obstáculo más complicada y donde suele ser desenmascarada. A todo ello, nos hallamos en un cruce de estilos: poco a poco los convencionalismos sexuales van disminuyendo... y aquí tenemos un ejemplo que ya parece pertenecer a la siguiente década. Ciertamente, no se ve mucho, pero sí se sugiere bastante. 
En segundo lugar, el protagonista de Metrópolis Gustav Fröhlich nos brinda otra gran actuación. Finalmente, el director se merece algunas palabras. Nacido en 1880 como Julius Otto Mandl en Viena, realizó estudios agrícolas, pero pronto se vio inmerso en el mundo teatral de Hamburg, hasta que en 1912 ingresó a la industria cinematográfica. Se le confió la dirección de diversas series detectivescas, hasta que formó su propia compañía, en la que trabajaba también de guionista, productor y editor, con la eterna colaboración de su esposa Mia May, quien en diversas ocasiones asumió papeles protagónicos. Su pasión por las películas de aventuras y ficción grotesca, lo condujo a desafiar a la poderosa industria norteamericana, levantando enormes escenarios para una de sus obras más famosas, Misterios de la India (1921). Lamentablemente, no podía rivalizar con las mega producciones de Hollywood y para poder levantar su empresa tuvo que dirigir para otras, como fue el caso de Asfalto. No tuvo problemas para trasladarse al cine sonoro, aunque sus realizaciones bajaron de nivel... y más adelante, con el ascenso de los nazis, su origen judío lo forzó a exiliarse, primero a Inglaterra y finalmente a California. Sobrevivió con producciones de tipo B que no vale la pena mencionar, hasta su fallecimiento en 1954 víctima de una larga enfermedad, aquejado además por problemas financieros.


   

País: Alemania
Duración: 93 minutos
Género: Melodrama
Director: Joey May (1880-1954)
Reparto: Gustav Fröhlich (policía Holk), Betty Amann (Else Kramer), Else Heller (madre de Holk), Hans Schlettow (amante de Else), Albert Steinrück (padre de Holk).

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