21 de junio de 2012

EL FIN DE SAN PETERSBURGO (1927)

Un prado que parece interminable... Un hombre y su hijo sentados, sin expresión alguna, masticando una hogaza de pan... Una madre débil que da a luz una nueva criatura... Otra boca más para mantener... El hijo mayor debe abandonar el campo y marchar a la ciudad... a St. Petersburgo... la metrópoli de los zares, de la nobleza, de los magnates, de la opresión, de la rebeldía... ¡de la Revolución!

            

Así comienza una emotiva película que el Soviet Supremo, para conmemorar los 10 años de la Revolución de Octubre, encargó a Vsevolod Pudovkin, uno de los gigantes del primigenio cine soviético, figura quizás algo injustamente oscurecida por Sergei Eisenstein. Fue más que nada un teórico e ideólogo del comunismo, que supo plasmar sus ideas en la mayor parte de sus películas. Inspirado por Intolerancia (1916) de Griffith, se integró al estudio de Lev Kuneshov, en donde en cierta ocasión los alumnos realizaron un experimento en el que primó el montaje por encima de la actuación. Pudovkin siempre recordaría esta hazaña, percatándose que un mismo hombre, con diferentes expresiones o en situaciones distintas con relación a objetos o paisajes, podía expresar una gran variedad de sentimientos e ideas. Ello quedó muy claro en su primer cortometraje Chess Fever (1925), pero sería con la primera obra de su trilogía al servicio del gobierno soviético, Madre (1926), donde trabajaría plenamente a un personaje femenino (representado asimismo por Vera Baranovskaya, la misma que toma el papel de la esposa del agitador en este film), inyectándole el ardor revolucionario sólo cuando su hijo es arrestado después de una huelga.
Regresando a El Fin de San Peterburgo, el muchacho campesino, una vez en la ciudad, encuentra problemas para encontrar trabajo, dadas las huelgas existentes, y quizás para ganarse el favor de uno de los magnates, denuncia al líder de los sindicalistas, que es llevado a prisión. Pronto, arrepentido por el daño causado a la familia del obrero, encara a su jefe y es arrestado igualmente, aunque luego, al destarase la guerra, es puesto en libertad y forzado a marchar al frente como "voluntario". Las injusticias del combate (es una película claramente anti-bélica en la que podemos ver al mismo Pudovkin representar a un oficial alemán) lo harán unirse a los bolcheviques, produciéndose una improvisada reconciliación con la esposa del obrero una vez triunfante la Revolución de Octubre.
Pudovkin es un lírico al lado de Eisenstein. Si bien la mayor parte de sus personajes son estereotipados (el magnate es la burguesía, el general la aristocracia zarista, el huelguista el proletariado), es capaz de brindarle una personalidad auténtica a dos de ellos: el campesino y la esposa. Ninguno de ellos se identifica con un grupo o clase social estándar. Él sólo quiere trabajar y no le interesan los ideales de los huelguistas, pero de allí siente arrepentimiento por el daño causado a esa familia en particular y saca a la luz su coraje para enfrentar al capataz y al magnate; ya en la guerra asume su destino y ni siquiera se le ve muy leal a la ideología bolchevique cuando se une a este grupo durante la Revolución. Por otro lado, la mujer esboza una fortaleza femenina única: ella sólo quiere que su familia tenga alimento y no es partícipe del movimiento sindical de su marido; su única preocupación es su familia. Únicamente al final falla Pudovkin, convirtiéndola en una agradecida del bolchevismo, a cuyos soldados les reparte las papas que había preparado para sus parientes. Sin embargo, lo importante de todo ello es que el director consigue de este modo tan singular dentro del cine soviético, que el público se identifique más con la Revolución, al presenciar el sufrimiento particular de personas de carne y hueso, no de modelos de cada sector de la sociedad. Vale agregar que todo el relato, pese a estas excentricidades, no rompe la armonía con la historia real ni agrega nada. Simplemente, es un complemento valiosísimo.
En otros aspectos, Pudovkin no se diferencia mucho de Eisenstein. Sabe explicar muy bien gráficamente la injusticia pre-revolucionaria, sobre todo relacionando las huelgas con los efectos positivos en la Bolsa para los hombres de negocios. Efectúa analogías con imágenes, casi sobreponiendo las estatuas de la ciudad (en especial de la Pedro el Grande) con los grandes empresarios, como tratando de establecer una afinidad entre la vieja aristocracia y la reciente burguesía. Punto importante es aquél en el que se apertura la guerra y se perfila a toda la nobleza militar zarista, pero nunca enseñando su cabeza, como si fuera una sola... o quizás como si ya no tuviera importancia alguna en 1914. Debe admitirse que Pudovkin no es tan certero como su colega cuando se trata de filmar escenas con grandes masas de gente; todo pasa muy rápido y más se centra en establecer analogías, pensando además que los hechos narrados ya eran harto conocidos. Eso sí, en materia fotográfica, una vez más vemos al poeta que se regocija mostrándonos paisajes idílicos... el cielo con un sol en un extremo, el agua simbolizando la tranquilidad, las enormes e interminables estepas rusas (símbolo de inmensidad y de la vastedad que caracteriza el carácter del poblador ruso)... e incluso la misma San Petersburgo (convertida en Leningrado), solitaria, como un todo abandonado y detenido en el tiempo.
Es allí donde podríamos encontrar la razón de ser de esta gran producción. Más allá de la conmemoración de un evento, Pudovkin quiere acercarnos al pasado de su patria, lejano y cercano a la vez... cercano porque apenas habían pasado unos cuantos lustros antes del cambio, pero lejano porque parecía estar anclado en los siglos XVII y XVIII. He allí la reflexión del director: Rusia era una tierra con estructuras sumamente arcaicas, a la que se le quería hacer cambiar y modernizar a la fuerza, como un vendaval. Naturalmente, es muy sutil al presentar su propia opinión, pero una mirada minuciosa a la secuencia final, en donde por primera vez vemos a sonreir a los personajes... en ese caso los soldados bolcheviques vencedores y la sufrida mujer que les regala alimento, celebrando casi en silencio el final de San Petersburgo y el alba de Leningrado... Empero, el joven campesino mantiene esa mirada perdida, inexpresiva, solitaria...

   

País: URSS
Duración: 105 minutos
Género: Drama
Director: Vsevolod Pudovkin (1893 - 1953)
Reparto: Alexsandr Chistyakov (obrero), Vera Baranovskaya (mujer del obrero), Ivan chuvelyof (campesino), Vladimir Obolensky (Lebedev), Sergei Komarov (policía), V. Pudovkin (oficial alemán).

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