¡Órdenes! ¡Órdenes! ¿Quién demonios está combatiendo en esta guerra? ¿Nosotros o las órdenes?
Todo empieza como una comedia, como un juego... después se convierte en una aventura y en una comedia romántica... pero finalmente la lucha debía alcanzar a Jim... con ella llega el drama, el dolor, la pérdida... y por último, el amor en un feliz desenlace. Parecería entonces que King Vidor hubiera querido resumir en esta súper producción los distintos capítulos de la vida, trazando al mismo tiempo la historia del hijo pródigo, de aquel holgazán de la familia, quien repentinamente se ve comprometido por su novia Justyn a enrolarse en el ejército norteamericano poco después de la entrada en guerra en abril de 1917 contra Alemania. En el frente la vida parece un devaneo total: junto a sus compañeros Slim y Bull la pasa feliz, causando bromas a los demás y enamorando muchachas francesas, pero pronto Cupido toca su puerta y su relación con Melisande se hace más estrecha. Lamentablemente para él y los soldados yanquis, el sosiego debe terminar y la guerra comienza en serio. La muerte reemplaza a los amoríos y Jim no tardará en conocer el dolor por la pérdida de sus amigos, padecimiento que se incrementa cuando se entera, tendido en el catre de un hospital improvisado en el interior de una iglesia, que la villa de su amada ha sido destruida en los combates. A duras penas consigue movilizarse, pero la población ya ha evacuado la zona. Todo es distinto para Jim desde ese momento: el regreso al hogar con la pierna amputada (magistralmente revelada a la audiencia al mismo tiempo que a la familia), su ex novia enamorada de su hermano… pero él ya conoce su destino y retorna a Francia en busca del mismo… encontrándolo…
King Vidor nació en Texas en 1894. Descendiente de refugiados húngaros de la revolución de 1848, se inició como un camarógrafo y proyeccionista free lance, hasta debutar como director en 1913 con The Grand Military Parade. Dos años más tarde ya trabajaba como guionista, colaborando para numerosos cortos policiales juveniles, antes de dirigir su primer largometraje, The Turn in the Road (1919). En 1922 obtuvo un contrato a largo plazo con los Goldwyn Studios, y fue allí donde llevó a cabo la primera de sus grandes obras, El Gran Desfile, que además fue un éxito comercial total. Esta obra es claramente anti-bélica, y de ella se alimentarían posteriores realizaciones de gran calibre de los inicios de la era sonora, como Sin Novedad en el Frente y Westfront 1918, ambas de 1930. Ya desde el comentario de Justyn con relación a lo “maravilloso que es haber entrado en guerra”, la expresión de escepticismo de Jim nos trasluce el pensamiento de Vidor. Ya en el frente, la memorable escena en la que el protagonista ve perder uno a uno a sus amigos, lamentando que las órdenes estén por encima del valor de sus vidas, constituye otro asomo del anti-belicismo de la película. Y ello se notará con más eficacia en el momento en que entabla una breve amistad con el alemán herido, poco antes que éste fallezca fumando el cigarro que le acaba de regalar. Al final, los galardones y el orgullo familiar por haber respondido bien en combate son casi nula recompensa para el joven, quien sólo quiere encontrar la felicidad con su amada.
Paradójicamente, si bien el panorama no es nada favorable a la guerra propiamente dicha, sí lo es con relación a sus efectos. En un plano colectivo, los Estados Unidos tienen la gran oportunidad de acelerar su crecimiento con el conflicto, tal como lo resumen los primeros intertítulos al comienzo; en un esquema más personal, Jim encuentra a través del sufrimiento bélico el camino para dejar de ser el muchacho mimado del hogar y convertirse en un hombre, valorando incluso la vida y el amor por encima de su hermano, quien en este caso hace el papel del hijo que siempre se porta bien, pero a quien la envidia lo corroe, tal como ocurre en la parábola bíblica.
En otros aspectos cinematográficos, podemos encontrar de todo. Vemos una colección de gags de lo más singulares cuando la unidad norteamericana disfruta del descanso y el relajo en el poblado galo, con los dos compañeros de Jim (uno de ellos un actor cómico) geniales en estos menesteres. Es igualmente brillante la forma como Vidor enmarca la conversación entre aquél y la joven francesa, quienes no se comprenden por el idioma; pero precisamente la ausencia de intertítulos nos transmite esa misma confusión y esa desesperación que ambos sienten por hacerse entender… y de todos modos, sabemos en el fondo lo que quieren expresarse. Sin embargo, la escena que se lleva todas las palmas es aquélla en la que se produce la inevitable despedida: la marcha rumbo al campo de batalla. Vemos primero a una Melisande, que ante la noticia del desplazamiento de las tropas, repentinamente acaba de aceptar que está perdidamente enamorada y no quiere marcharse sin un beso. Presenciamos en distintos planos su agobiada carrera en medio de los camiones que ya arrancaron, o los animales de carga, o los soldados marchando ordenadamente, algunos de ellos asistidos a su vez por sus respectivas amantes… La música colabora bastante para imprimir un acento más dramático a esta serie de tomas maravillosas, que por fin acaban con el abrazo de la pareja, que se resiste a separarse, hasta que el teniente debe hacerlo a empujones… y ya con Jim en el camión, ella sigue corriendo detrás de él, rogándole que regrese y obteniendo como garantía de ello una de sus botas.
Las grandes escenas no terminan acá. Ya en el frente, presenciamos a todo un batallón avanzando entre los árboles del bosque, majestuosos, verdes, con grueso follaje, pero que van tornándose secos y pelados conforme la comitiva se acerca a las líneas alemanas, no sin antes toparse con francotiradores escondidos entre el ramaje. En toda esa secuencia el hermetismo en los rostros de los norteamericanos es notorio: ignoran a los caídos y simplemente continúan su marcha, disparando de rato en rato y haciendo caso omiso a las balas enemigas… pero aun así, la audiencia sí siente su miedo reprimido, que inevitablemente explota cuando la defensa germana responde con una ametralladora. Vidor una vez más, muy sutilmente, expresa su anti-militarismo, haciendo hincapié en la deshumanización que pretende instituir la obediencia casi mecánica a las órdenes. En las tomas nocturnas, cuando acontece la muerte de los dos compañeros, es cuando los sentimientos humanos frente a la maquinaria bélica son más resaltados que en cualquier otro momento.
Las actuaciones son notables, sobre todo la del papel principal de John Gilbert, quien ya llevaba apareciendo en múltiples filmes desde 1915. Por su parte, Renée Adorée presenció su salto a la fama a partir de este momento y no dudamos que se debió principalmente a aquella escena descrita líneas arriba. En fin, una realización con virtudes de todo tipo y en la que el título también encierra un misterio que al espectador le toca develar. ¿Cuál es el gran desfile? A lo largo de los 141 minutos de rollo tenemos uno de celebración, los soldados en las calles de América yéndose al frente; después, en el pueblo de Champillon, los mismos soldados marchando al auténtico frente, ya no tan alegres; un tercer desfile, esta vez con un miedo secreto, pero enorme, con los mismos combatientes encaminándose al encuentro definitivo con el enemigo; por último, un cuarto desfile de refugiados civiles, paralelo al de los heridos retirados de la batalla, dos paradas en las que el dolor es el principal intérprete. Cuatro desfiles: el primero el más alegre… el último el más triste; el primero el más numeroso… el último el más exiguo. ¿Podría tratarse entonces del desfile de la vida, dividido en varios a través de los cuales debemos encontrar nuestro propio destino individual? Un destino solitario, pero con el compañero inseparable, que queda plasmado en la bella y conmovedora escena final del reencuentro de Jim y Melisande.
Ficha:
Duración: 141 minutos
País: Estados Unidos
Género: Bélica, drama
Director: King Vidor (1894 – 1982)
Reparto: John Gilbert (Jim Apperson), Renée Adorée (Melisande), Karl Dane (Slim), Tom O’Brien (Bull), Claire Adamas (Justyn), Hobart Bosworth (Mr. Apperson), Claire McDowell (Mrs. Apperson).
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