29 de febrero de 2012

BEN HUR (1925)

Un presupuesto astronómico, un rodaje en la Italia fascista, una carrera de carros impresionante que no tiene nada que envidiar a la versión de 1959... una batalla naval fabulosa. En fin, todos los ingredientes para convertir a Ben Hur en la película más taquillera de la era muda.

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Hollywood tenía una debilidad especial por las películas de aventuras, pero en esta ocasión se decidió combinar diversos aspectos, entre los que destacaron la aventura en sí, la historia de Roma antigua, la Biblia y las escenas estrambóticas. Inicialmente se le encomendó el trabajo a Rex Ingram, quien comenzó a rodar en Italia en 1923, luego que la Goldwyn adquiriera los derechos exclusivos de lo que ya era una marca. La novela Ben Hur de Lew Wallace había sido todo un éxito desde su publicación en 1880, a lo que siguieron puestas en escena teatral y un cortometraje de 1907. Sin embargo, ésta sería la primera vez que se llevaba a la pantalla grande como un largometraje… y vaya que su producción costó en realidad más que el presupuesto de 3.9 millones de dólares, todo un récord en la historia del cine mudo, sólo superado por la reciente ganadora del óscar The Artist. Allá en Italia ocurrieron todo tipo de problemas: los extras demandaban mejoras salariales continuamente; fue muy complicado construir una réplica de la antigua Jerusalén en las afueras de la Roma moderna; Ingram tuvo que ser reemplazado por Fred Niblo; hubo varios cambios de actores, incluyendo al protagonista que finalmente fue representado por Ramón Novarro. En la escena de la batalla naval tuvieron que tomarse todas las providencias cuando el director descubrió que los extras italianos estaban dividiéndose en los dos bandos de romanos y piratas, de acuerdo a sus tendencias políticas (fascistas y socialistas), y que estaban dispuestos a resolver sus diferencias espada en mano. Por último, en la célebre escena de la carrera, la muerte de un ayudante determinó que el equipo retornara a Hollywood y filmara toda esa secuencia allí.
Problemas y accidentes aparte, Niblo y la Goldwyn pudieron estar más que satisfechos cuando la taquilla ascendió a 9 millones de dólares en muy poco tiempo. Había sido un completo éxito, casi del mismo modo como sería el remake de 1959, galardonada nada menos que con 11 estatuillas de la Academia. Al igual que su sucesora, la versión muda era bastante fiel al relato novelesco, que se preocupaba bastante por relacionar la vida de Judah Ben Hur con la de Cristo. Además, principalmente en las escenas que conciernen al nacimiento, predicación y condena de Jesús (cuyo rostro nunca se expone, al igual que en 1959), se usó el primitivo technicolor, demasiado oneroso para la época, pero que ganó simpatía entre la audiencia. Un aspecto especial de esta obra es el hecho que Ramón Novarro, a diferencia de Charlton Heston, fue exhibido en cierto modo como una especie de sex-symbol, un contrincante de Rodolfo Valentino, quien en aquellos tiempos resplandecía en Hollywood. La primera escena con su traje que más asemeja a un príncipe árabe, al igual que el momento en el que es seducido por la amante de Mesala, son relámpagos que rompen con el esquema épico-religioso de casi toda la película… La publicidad y el marketing de estrellas debían tener también su lugar dentro de una trama religiosa.
En suma, la historia no es tan complicada. Judah pertenece a una rica familia judía que cae en desgracia cuando se ve forzada, por un accidente, a enfrentar a los romanos y al centurión Mesala, quien antaño había sido un amigo de Ben Hur. Mientras su madre y hermana son conducidas a prisión, él es condenado a galeras, en donde su deseo de vivir para vengarse es lo que llama la atención del almirante de la nave, Quinto Arrio, quien de inmediato siente admiración por él. Al poco tiempo se produce el ataque pirata, un combate naval brillante, fiel a la realidad, con un magistral uso de cámaras, para lo cual la MGM se dio el lujo de construir cien réplicas de las naves romanas, una extravagancia que se tradujo en una escena genial, muy superior incluso a la adaptación de 1959. Finalizada la lucha, Judah salva a Arrio, quien le da la libertad y se convierte en su benefactor adoptándolo como hijo. Ya en Roma, el exiliado judío se convierte en un acreditado carrista, pero la patria y la familia lo llaman, así que convertido en todo un noble ciudadano romano, retorna a Judea, para vengarse definitivamente de Mesala. Antes de ello, descubre el destino de su parentela, se enamora de la judía Esther y para suerte suya, un acomodado jeque le brinda la oportunidad de competir en las carreras de carros, en donde tendrá precisamente a su enemigo como rival.
Llegamos entonces a la secuencia más espectacular de la realización. Inicialmente se utilizaron un total de 42 cámaras, entre las que se hallaban camufladas en lastribunas y el centro del circo, más las colocadas en automóviles e incluso en aviones. En Hollywood se repitió esa labor, pero llamó la atención que entre el público asistente se hallaran escondidas muchas de las grandes estrellas del cine, como por eemplo las hermanas Lilian y Dorothy Gish, los hermanos Lionel y John Barrymore, Douglas Fairbanks, Harold Lloyd, Mary Pickford, el director Rupert Julian, Joan Crawford, Marion Davis y otros más. Todos ellos fueron partícipes de un movimiento sin precedentes de filmadoras y de carruajes que iban y venían. El resultado fue una serie de tomas cargadas de celeridad, suspenso y adrenalina… enfrentamientos personales entre el tramposo Mesala y el justo Ben Hur, que finalizan con el accidente fatal del primero y el triunfo del segundo, quien es aclamado por todos los asistentes. Un intervalo inolvidable en la historia del cine, luego repetido con igual mérito por William Wyler en 1959 y adaptado de alguna forma en la película animada El Príncipe de Egipto e incluso en el Episodio I de la serie de Star Wars.
En el desenlace vemos a Judah reencontrarse con su madre y hermana, quienes son curadas de la lepra al tocar la mano de Cristo durante el Vía Crucis. En este segundo encuentro con Jesús (el primer había sido cuando era conducido encadenado rumbo a su destino en galeras, recibiendo de Él un poco de agua), entiende que la liberación no provendrá de ejércitos levantados contra Roma, sino del mensaje de amor y paz. A diferencia del Judah de Heston, el de Novarro sí es mucho más abierto al expresar su cambio emocional, el abandono de la idea de la venganza y la tranquilidad espiritual que desea asumir. Concluye así una historia realmente épica, un gran logro de Hollywood, con escaso desarrollo de los personajes, es cierto; pero con una variedad de escenas enfocadas de forma precisa y cargadas de acción. Niblo se consagraba como un director fuera de serie capaz de haber llevado a la pantalla a los tres "galanes" de la época (Fairbanks, Valentino y Novarro) sin que ello le causara problemas. Hay que admitir que ésa era su principal cualidad, el reconocer el potencial de sus actores (y actrices para el caso de Garbo, Lilian Gish y Enid Bennett), pues en otros aspectos eran sus colegas secundarios quienes lo superaban: el segundo director Reeves Eason fue el verdadero autor de la escena de la carrera. A su vez, Niblo nunca fue capaz de generar imágenes que hablaran por sí solas, debiendo recurrir demasiado a los intertítulos, un rasgo que no le sirvió mucho cuando comenzó la era sonora y lo obligó a retirarse en 1932. Regresó al escenario y se perdió desde entonces, pero dejando un inmenso legado al cine de aventuras.

   

Duración: 143 minutos 
País: Estados Unidos
Género: Épica
Director: Fred Niblo (1874 – 1948)
Reparto: Ramón Novarro (Judah Ben Hur), Francis Bushman (Mesala), May Mcavoy (Esther), Claire McDowell (madre de Ben Hur), Kathleen Key (Tirza), Nigel de Brulier (Simónides), Mitchell Lewis (jeque), Frank Currier (Quinto Arrio).

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