“He hecho en esta película lo que quería hacer. No tengo disculpa ni pretexto. La he hecho tal y como quería”.
Charles Chaplin no necesitaba dar mayores explicaciones con respecto a la que él consideraba la más grandiosa de todas sus obras maestras… y para muchos, la mejor comedia de todos los tiempos. No se trata de dilucidar cuál fue o no fue la mejor comedia, porque indudablemente La Quimera de Oro es una realización única, un éxito total desde todo punto de vista, un hito en la historia del cine y un punto de inflexión en la carrera del genial actor y cineasta. Porque ella marca un límite en toda la producción de Chaplin. Es cierto que Chaplin había dado un paso hacia la tragedia con The Kid (1920), a lo que siguió la sátira combinada con romanticismo en Los ociosos (1921), Día de paga (1922) y El Peregrino (1922), en la cual el discurso acerca de David y Goliat, del presidiario disfrazado de pastor, dio mucho que pensar a una audiencia que ya vivía en un mundo en el que incluso los pastores no se escapaban de las felonías. Un año más tarde se estrenó la película más insólita de Chaplin, Una mujer en París, comedia dramática a la que Eisenstein denominó la primera obra psicológica del cine. Básicamente, el director quería demostrar como la intolerancia y los prejuicios que imperaban en la sociedad del primer mundo, eran capaces de acabar con los sueños e ilusiones de los personajes más nobles. El realismo y las sugerencias visuales, junto a la actuación de Adolphe Menjou, han catalogado a aquella realización como una de las mejores del cine mudo, pero su poca aceptación por no aparecer Chaplin, salvo por un repentino cameo, significó que no tuviera éxito comercial y que pasara desapercibida hasta su redescubrimiento varias décadas más tarde.
Así, tras este aparente fracaso, el excepcional director se puso a trabajar con un tema mucho más acogedor para el público: la fiebre de oro en Alaska de 1898. Ello lo inspiró para representar una vez más al vagabundo solitario que va en busca de fortuna y debe sufrir el hambre y la soledad, así como muchos otros peligros. Al final termina reunido con un pillo, Big Jim, quien también anda en pos de una fortuna. Recluidos en una casucha al borde de un precipicio, les sobrevienen diversas anécdotas. En una de ellas, vemos a Charlot convertirse en pollo por medio de una técnica muy bien labrada con la cámara, pero la forma del pollo y sus ademanes (pues es Charlot disfrazado) nos hacen concluir inmediatamente que todo se trata de una alucinación del hambriento Jim. La escena en la que vemos al pequeño buscador de tesoros coger una de sus botas, cocinarla y devorarla cual filete, ha sido recordada como una de las mejores del cine, porque sólo con su mímica y su movimiento de hombros, el director es capaz de transimitirnos la tragedia del hambre con un humor que más que rozar la sátira, acaricia la esperanza y el saber asumirla con una sonrisa. Así, tenemos un melodrama, una comedia y una historia de aventuras, que entra en el punto álgido cuando la cabaña se está cayendo al abismo y se encuentra apenas sostenida por una cuerda. La desesperación por escapar se entremezcla con la torpeza y mala suerte de los dos personajes.
Luego, por diversos motivos ambos se separan y Charlot termina en un pueblo cercano, en donde se las ingenia con mucha jocosidad para ser hospedado en una casa cuyo dueño precisamente está yéndose de viaje, y es así como le encomienda su hogar. Pronto conocerá a Georgia, de quien se enamora y a la que cándidamente invita a pasar la velada de Año Nuevo. Son en esas escenas en las que se trasluce con mayor claridad la soledad del protagonista, quien más que buscar fortuna, lo que más ansía es la felicidad. Se percata que Georgia y ss amigas le toman el pelo, pero la tristeza es tan fuerte, que opta por responder a las burlas con un guiño antes que con la ira. La esperanza entra en juego nuevamente en la última noche del año, cuando la espera vanamente, pero aun así, sueña con ella y su supuesto arribo a la cena que ha preparado. El prodigioso baile de los panecillos, que él ensarta en los tenedores y los mueve como si fueran bailarinas de ballet, es el instante cumbre de la película, probablemente el clímax de la era muda… Tanto gustó esta escena (en realidad una repetición de la elaborada por Roscoe “Fatty” Arbuckle en The Cook, 1918), que en el estreno en Berlín, la gran cantidad de aplausos obligó al dueño de la sala a subir a la tarima de la proyección y a ordenar que volvieran a pasar la secuencia, con la orquesta tocando de nuevo.
A ello seguirá un pandemónium en el restaurant, el reencuentro con Big Jim, la búsqueda fructuosa del oro y el cambio de la suerte de Charlot, quien de vago se convierte repentinamente en millonario… y junto a él quedará su amada Georgia. Numerosas enseñanzas podemos rescatar de esta producción magistral, no sólo en el contenido, sino también en lo técnico. Poco saben que el rodaje se efectuó en el mismo Hollywood (a pesar que algunas tomas al inicio de la filmación se realizaron en Truckee, California) , lo que significó recrear Alaska y una cordillera nevada a baja escala, para lo cual se requirió el trabajo de 500 artesanos durante nueve semanas. Para simular la nieve y el hielo se necesitaron 200 toneladas de yeso, 285 de sal y 100 barriles de harina, más cuatro carretillas de confetti para las escenas tan bien logradas de la avalancha. Y respecto a los actores, vale aclarar que originalmente Lita Grey estaba reservada para el papel de Georgia, pero su matrimonio y consecuente embarazo con Chaplin determinaron su reemplazo por Georgia Hale (quien más adelante sería amante del aventurero director). Por último, en 1942 la película fue remodelada, añadiéndosele una banda sonora original y una narración grabada por el mismo Chaplin; es esta última versión, que apenas alteró la trama, la que normalmente se vende en la actualidad.
En fin, en esta obra se resumen todas las virtudes ya vistas por el director, actor y guionista, en sus filmes anteriores. Los típicos gags de sus primeros años están presentes básicamente en la primera parte, aunque la escena del baile es asimismo inolvidable. Sin embargo, lo más interesante es la adición del cariz psicológico del personaje, en donde vislumbramos lo propuesto en The Kid y en The woman in Paris: el sufrimiento y la lucha por alcanzar la felicidad son dos temas que se profundizan bastante, al tiempo que se muestran los vicios y las injusticias de la sociedad, incluso en la lejana Alaska. Y para esbozar todo ello Chaplin sólo requiere de los movimientos de su cuerpo, sus expresiones (es majestuoso como nos permite diferenciar sin ninguna dificultad cuando está sonriendo de auténtica alegría y cuando lo hace por compromiso) y con los contados intertítulos que ni faltan ni sobran.
En fin, en esta obra se resumen todas las virtudes ya vistas por el director, actor y guionista, en sus filmes anteriores. Los típicos gags de sus primeros años están presentes básicamente en la primera parte, aunque la escena del baile es asimismo inolvidable. Sin embargo, lo más interesante es la adición del cariz psicológico del personaje, en donde vislumbramos lo propuesto en The Kid y en The woman in Paris: el sufrimiento y la lucha por alcanzar la felicidad son dos temas que se profundizan bastante, al tiempo que se muestran los vicios y las injusticias de la sociedad, incluso en la lejana Alaska. Y para esbozar todo ello Chaplin sólo requiere de los movimientos de su cuerpo, sus expresiones (es majestuoso como nos permite diferenciar sin ninguna dificultad cuando está sonriendo de auténtica alegría y cuando lo hace por compromiso) y con los contados intertítulos que ni faltan ni sobran.
Duración: 82 minutos
País: Estados Unidos
Género: Comedia
Director: Charles Chaplin (1889 – 1977)
Reparto: Charles Chaplin (el solitario buscador), Mack Swain (Big Jim), Tom Murray (Black Larson), Georgia Hale (Georgia), Malcolm Waite (Jack Cameron), Henry Bergman (Hank Curtis).
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