5 de febrero de 2012

AVARICIA (1924)

“Lo que yo hago en dos años de intenso trabajo, me lo destroza en dos semanas un hombre que cobra cincuenta dólares y que no tiene en la cabeza más que un sombrero.”

             

Con estas palabras de desconsuelo, el flamante director resumió la mutilación que había sufrido su colosal obra de nueve horas de rodaje, reducida a tan solo diez rollos, lo equivalente a un poco menos de 3 horas de duración. Primero él, a pedido de la Metro, y luego Rex Ingram y June Mathis, se encargaron de recortar lo que para muchos había sido la obra maestra de Von Stroheim… un incidente que en el mundo del cine sería comparado a la pérdida del Santo Grial. Incluso así, Ávaricia sigue siendo magistral y en las últimas décadas, a partir de fotogramas de las partes recortadas, se pudo llevar a cabo una reconstrucción parcial, que llega a totalizar cuatro horas y descubre cuáles fueron las verdaderas intenciones del director.
En líneas generales, la historia se basa fielmente en la novela naturalista de Frank Norris, McTeague. Éste es un hombre bonachón y fortachón que trabaja en una mina del Oeste, hasta que un día su madre, resuelta a alejarlo del mal ejemplo del padre bebedor, lo manda a San Francisco como aprendiz de un dentista. Pasado un tiempo el joven se independiza, pone su propio consultorio y termina enamorándose de Trina, la pareja de su mejor amigo Marcus. Éste, por simple apatía, se la deja y lo ayuda con la presentación familiar, pero su rencor y frustración emergen cuando el día del compromiso la novia gana la lotería. De todas formas, los dos jóvenes se casan, pero no consiguen ser felices, primero porque Trina se niega a utilizar el dinero ganado y segundo, porque Marcus decide vengarse denunciando a McTeague de ejercer el oficio de dentista sin contar con un título. La pareja queda sumida en la pobreza y el protagonista se entrega a la bebida, mientras que su esposa se niega aún a usar el dinero y la avaricia la corroe hasta la última célula. Su esposo la termina asesinado y huye con el dinero a su pueblo natal, de donde se dirige al Valle de la Muerte en busca de mayor fortuna aurífera. Marcus, deseoso de complementar su venganza y ansioso por la recompensa que se ofrece, va en su busca y lo encuentra; ambos se enfrentan en medio de las arenas, McTeague le da muerte, pero atada su mano a la del cadáver por unas esposas, sólo le queda entonces aguardar la muerte.
Con lo que quedó de la producción podemos percibir aún algunos de los aspectos más saltantes de la obra. En primer lugar, el director tomó la sabia pero impopular decisión de ser tan extremadamente fiel a la novela, que llevó a todo su equipo a los lugares que salían en el libro. Ello significó alquilar una mina, filmar en medio del Valle de la Muerte y alquilar también algunas habitaciones en apartamento de San Francisco. Con ello, procuró mostrar a la sociedad norteamericana de su época con todos sus vicios y miserias, algo que ya había logrado de buena gana en Mujeres frívolas. Lamentablemente, los cortes no permiten entrever todo aquel mundo que rodea a los personajes y que en cierto modo, los termina contagiando; no obstante, allí tenemos la mediocridad y el abandono en las tabernas, la renuncia a la amistad por el dinero, las constantes traiciones, la hipocresía, los matrimonios por interés o por simple conformismo, etc. A su vez, Von Stroheim es capaz en diversas ocasiones de realizar enfoques de profundidad para entremezclar lo particular con lo general, elaborando paralelamente metáforas. El mejor ejemplo de ello ocurre cuando se produce la boda entre McTeague y Trina en un apartamento; en un segundo plano se advierte a través de la ventana un séquito fúnebre en la avenida, que luego es filmado directamente. Allí se distingue la frivolidad en dos niveles, dentro del ambiente familiar de la vivienda y en la calle, mas también se está desplegando ante nuestros ojos el futuro lúgubre de aquel matrimonio donde no existe amor alguno. Otro tipo de metáforas están presentes en otros lugares de la realización, siendo entre ellas la más saltante aquella que presenta a la jaula de los canarios (símbolo de la unión de McTeague y Trina) ante los ojos del gato de Marcus, que se trepa sobre ella y la hace tambalear, como una premonición a lo que vendrá luego. La misma escena final, en la que los dos enemigos se encuentran frente a frente en medio de la inmensidad solitaria, constituye un fiel reflejo de su situación.
Hay igualmente una fijación especial y bastante realista en las cuestiones psicológicas: los tres personajes principales (McTeague, Trina y Marcus) están perfilados de forma brillante, pero si se incluyera la sección mutilada sería más factible observar los cambios que se dan en cada uno de ellos a lo largo de toda la historia. En el caso de Marcus, su hipocresía se nota quizás desde el comienzo y sólo se espera un suceso que lo haga quitarse la máscara y saque a relucir toda la envidia que hay en su interior. Trina es una mujer totalmente abúlica, incapaz de hacer algo y de allí esa obsesión de no gastar, lo que se acentúa conforme pasan los años. Pero el caso más excepcional es el del protagonista, en quien ya desde un inicio vislumbramos los dos polos de su personalidad: lo vemos saliendo de la mina con un pajarillo herido, al cual besa y decide cuidar, pero cuando le es arranchado de la mano por un compañero de trabajo, entonces aflora todo su lado bestial y sin pensarlo dos veces, arroja al provocador a un riachuelo que se halla algunos metros abajo. Casualmente, en la escena final en el desierto, con una arena coloreada de amarillo, toda su vida parece resumirse. Su lado violento da cuenta rápidamente de su rival, para después resurgir, luego de tantos años (o tantas horas, como debió ocurrir en la versión original), aquel lado tierno que se refleja cuando libera al canario de la jaula en medio del calor infernal. Empero, esa avecilla, que lo ha representado desde que se casara con Trina, apenas vuela unos metros y cae muerto … nuevamente la premonición de lo que sucederá con McTeague pero que ya no alcanzaremos a ver. Finalmente, en una imagen de ensueño digna de ser considerada uno de los mejores finales de la historia del cine, el espectador reconoce al causante de todos los problemas, el ansiado oro; a través de una técnica de coloreo paulatino, las monedas grises van tornándose amarillas, confundiéndose con las inmensurables arenas que valen tan poco como aquellas.

  

Duración: 239 minutos 
País: Estados Unidos
Género: Drama
Director: Erich von Stroheim (1885 – 1957)
Reparto: Gibson Gowland (McTeague), Zazu Pitts (Trina), Jean Hersholt (Marcus), Dale Fuller (María), Tempe Pigott (madre de McTeague).

1 comentario:

  1. Muy buen comentario. Enhorabuena.

    Esta es una de las películas que más me gustan. La reconstrucción de la Turner es francamente asombrosa; no se pueden aprovechar mejor las fotografías utilizadas.

    La mayor tragedia del cine, sin duda alguna, al mutilar una de las películas que menos lo merecen.

    Lo irónico del caso, es que no hayan hecho una copia guardada a buen recaudo del primer montaje; ya que la película costó un monton de dinero, dinero que luego fue a la papelera al tirar los recortes de las escenas eliminadas por falta de seguridad e ignorancia por lo que tenía entre manos quien destruyó tal material.

    También me parece tremendamente absurdo que se haya pagado a actores para hacer personajes que en la versión censurada salieron poco o nada (como en el caso del personaje de Zerkow, el chatarrero, que no sale ni un segundo en la película).

    Saludos para todos los amantes del buen cine. Y, sobre todo, del buen cine mal tratado.

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