3 de enero de 2012

EL ÚLTIMO HOMBRE (1924)

“Acá la historia debió terminar, porque en la vida real, el pobre hombre no habría tenido más que esperar la muerte en solitario… Sin embargo, el autor se apiadó de él y ha provisto un epílogo algo improbable, pero que lo favorece.”


                         

Las palabras esbozadas más arriba conforman el único intertítulo de una obra maestra del cine expresionista, del cine alemán, del cine mudo y del cine en general. Una historia muy simple, un hombre maduro portero de un lujoso hotel, orgulloso y respetado, que repentinamente pierde el puesto y es destinado a los lavabos, por el hecho que ya es considerado viejo por el gerente. En ese momento su vida se derrumba, trata de esconder el suceso a su familia, pero ésta termina por descubrirlo y lo rechaza, lo expulsa como si se tratara de un leproso. No le queda otro remedio que ir a dormir a su centro de trabajo, en donde el vigilante de la noche parece ser el único que se compadece de él, quizás por encontrarse en condiciones similares. Un final trágico, amargo, desventurado, que a la productora no iba a gustar, por lo que Murnau tuvo que agregar aquel “epílogo improbable”, en el que vemos al protagonista obtener una herencia imprevista que le cambia la vida nuevamente.
Sólo por ello se entiende la inclusión del único intertítulo, puesto que en toda la película no hay necesidad de ellos. Murnau nos relata magistralmente la patética vida de este hombre solamente con imágenes y una cámara que se mueve por doquier, evidenciando todas las posibilidades expresivas del cine. Precisamente el expresionismo se encuentra en todo lugar a lo largo del film: inicialmente vemos un iluminado hotel, un lugar atractivo para cualquiera, que repentinamente se convierte en una cueva amenazadora cuando el hombre pierde el trabajo… el lavabo llega a ser el extremo más profundo de esa caverna que termina por provocarnos una claustrofobia espantosa. Lo mismo sucede con el vecindario, que al inicio se muestra luminoso, rostros alegres, felicidad plena mientras se planifica la fiesta de matrimonio de la sobrina del portero. Luego, cuando la noticia es sólo sabida por él, la claustrofobia emerge también allí; las habitaciones se perciben más estrechas y él parece verse sofocado en todo momento. Y cuando el chisme ha corrido por toda el barrio, entonces éste se asemeja a una guarida, en la que cada ventana representa una hornacina desde donde uno espera ver salir monstruos o algo semejante; ya el apartamento nos hace recordar al sótano de una sala de interrogatorio, en la que el pobre sujeto recibe la condena familiar. La misma calle resulta inquietante conforme la moral del desposeído va muriendo hasta prácticamente desaparecer.
Emil Jannings constituyó el actor ideal para esta producción magistral y no es de extrañar que ya estuviera labrando el camino para ser el primer ganador de la estatuilla al mejor actor. Nacido en 1884, provenía de la localidad suiza de Rorschach, hijo de padre americano y madre alemana. Comenzó su carrera de actor en Görlitz, continuó en Leipzig y Bremen, para integrarse al teatro de Max Reinhardt en Berlín; cuando se desató la guerra entró a la pantalla grande, primero en cortometrajes (como todos), hasta su primer gran papel como Luis XV en Madame Dubarry de Lubitsch. Posteriormente, continuó con los roles que mejor le calaban, los del mandatario tiránico y brutal, que en algunos casos caricaturizaba: de Enrique VIII en Ana Bolena (1920), de Dantón en la obra homónima (1921) y de Otelo también en la obra homónima (1922), entre los más importantes. Después de El último hombre, su carrera entrará en su cenit, convirtiéndose así en la mayor estrella germana de los años 20' y 30', lo que evidenció su capacidad de superar la peligrosa frontera entre la era muda y sonora.
Pero podría decir que el rol de un hombre sin nombre lo encarna maravillosamente, al ser capaz de transmitir en su rostro una variedad de emociones que va a la par con los cambios de percepción en iluminación y los movimientos de la cámara. El portero es las primeras tomas es un hombre radiante, feliz, soberbio, que se luce como un comandante (¿alguna alusión a los éxitos bélicos sobrevalorados al inicio de la Primera Guerra Mundial?) y que es aplaudido y vitoreado por todos en casa. Luego, cuando recibe la noticia de su cambio de cargo, lo vemos desfallecer y sumirse en un letargo total; su rostro ya no muestra ni gracia ni respeto. La resignación lo invade… y ésta va acentuándose conforme las desgracias aumentan en su vida. Es patética la escena en la que roba el uniforme para engañar a su familia, treta que apenas le dura un día, cuando entonces aquel supuesto orgullo de sus vecinos se convierte en burla, desenmascarándose una envidia escondida quién sabe cuánto tiempo. La misma familia parece demostrar (con excepción de la sobrina) que era el uniforme el objeto de adoración, no así el hombre de familia. Y así, de regreso al hotel, vemos a este hombre casi desfallecer, sin expresión alguna, ya habiendo sido víctima de las risas del hombre joven que entra al lavabo y de la incomprensión del hombre mayor que incluso lo acusa frente a sus superiores.
Jannings puede cumplir cabalmente con todas las posturas que se requieren, mientras que Murnau nos invita a pensar acerca de lo efímeros que pueden ser la fama, el éxito profesional e incluso el bienestar económico. Probablemente se advierta una vez más un reflejo de la sociedad alemana de inicios de los 20’, con todos sus sinsabores, sus crisis y la percepción de una oportunidad derrochada, una traición dentro de las fronteras, un castigo demasiado alto por una culpa realmente compartida. Se aprecia una sociedad que vive de las formas, de elementos superficiales, de aspectos meramente materiales que cuando se esfuman, provocan una inestabilidad lamentable. Incluso en la secuencia final, cuando se produce aquel fantástico cambio de suerte del protagonista, el director es muy claro al especificar: “el autor se apiadó de él”; con lo que expone el fatalismo subyacente que impera a lo largo de los 100 minutos de película. Tiene necesariamente que intervenir un elemento totalmente ajeno a la historia, un ente de otro mundo podría decirse, para sacar de la desventura a un portero ya vencido e incapaz de levantarse solo en un entorno en el que todos, en resumen, se le parecen. 


  

Ficha:
Duración: 101 minutos 
País: Alemania
Género: Drama
Director: F.W. Murnau (1888 – 1931)
Reparto: Emil Jannings (portero del hotel), Emiliy Kurz (esposa), Hans Unterkicher (manager del hotel), Georg John (vigilante nocturno).

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