11 de diciembre de 2011

EL JOROBADO DE NOTRE DAME (1923)

Si Víctor Hugo hubiese vivido para ver la adaptación de su obra en 1923, se habría irritado por la escasa congruencia y las libertades que se atribuyó Hollywood, pero por otro lado, habría quedado fascinado con Lon Chaney, representando fielmente al protagonista de la novela…

   

En realidad, la producción de Wallace Worsley en el cine mudo carece de un auténtico protagonista. Tenemos tres historias que se entrelazan en determinados puntos. Primeramente, tenemos la trágica historia de Cuasimodo, un hombre jorobado, tuerto, cubierto de pelo en la espalda y el pecho, dientes roídos y nariz deforme… un hombre que gusta de su soledad, pero al mismo tiempo la odia… que se burla del resto de las personas y dice detestarlas, pero en el fondo demanda tanto afecto como cualquiera; finalmente, es el amor el que lo libera y lo hace despertar de una vez por todas, para finalmente conducirlo a la muerte que de algún modo, le brinda la paz. En segundo lugar, tenemos una historia de amor, la clásica trama del mujeriego aristocrático que fija sus pupilas en una damisela del pueblo y se prenda de ella, renunciando entonces a su vida pasada para entregarse plenamente; pero nunca faltan los envidiosos, destacando el diácono Don Claudio, capaz de intentar un asesinato al sentirse repudiado por Esmeralda. En tercer lugar, tenemos una historia de lucha social: un pueblo oprimido por la nobleza y por el “tirano” Luis XI de Francia, que al final acaba en una lucha frente a las puertas de Notre Dame, con la irremediable victoria de la guardia real y la muerte del caudillo de los pobres, Clopin.
Tres incidentes aparentemente independientes, pero que al término de la película llegan a un desenlace conjunto. Clopin es el protector de Esmeralda, y al enterarse de las pretensiones del noble Phoebus con ella, desata su rabia y precipita la sedición en la ciudad. El Jorobado, enamorado de la misma Esmeralda porque en algún momento ella lo había socorrido con agua cuando era azotado por un crimen que él no había cometido, es quien en última instancia la salva de morir ahorcada, quien detiene a la turba popular que quiere salvarla, y quien la venga dando muerte a Don Claudio, no sin antes recibir por parte de aquél una puñalada a la postre mortal. Sin embargo, consigue su cometido de unir a los dos enamorados, quienes sí pueden gozar de un final feliz, abrazados y jurándose amor eterno… mientras Cuasimodo fenece después de tocar las últimas campanadas de la Catedral, un sonido que había sido “la única voz de su temblorosa alma”.
La película responde a las clásicas excentricidades de Hollywood de inicios de los años 20’, pero debe reconocerse que el vestuario es impresionante y que tranquilamente se habría ganado una estatuilla de haber existido alguna premiación en ese tiempo. Además, cada vestimenta corresponde fielmente a cada grupo social, lo que torna más verídica la reproducción. La Francia renacentista es reflejada escrupulosamente, incluyendo algunas costumbres, como las fiestas populares urbanas y los juicios en donde siempre se privilegiaba al clero y la nobleza. El alto presupuesto permitió también al director levantar una réplica exacta de la Catedral de Notre Dame, incluso en varios de sus mínimos detalles. En cuanto a las actuaciones, todas son aceptables, pero el que se lleva los honores completos es Lon Chaney.
El denominado “Hombre de las Mil Caras” fue un auténtico genio de la actuación desde muy temprana edad, merced al hecho que debiera aprender a comunicarse a través de la mímica con sus padres sordos. Comenzó como actor teatral y debutó en el cine en 1913 en Universal, para luego trasladarse a la MGM. Realizó un total de 150 filmes, la gran mayoría cortometrajes en los primeros años, hasta graduarse ciertamente como un hombre multifacético con el Jorobado de Notre Dame. Ya para ese entonces Chaney era conocido por utilizar trajes y máscaras que él mismo diseñaba, por lo que podía vérsele como payaso, chino mandarín, jeque árabe, algún monstruo de terror o de ciencia ficción, mendigo deforme o sin piernas e incluso como lanzador de cuchillos sin brazos. Fue considerado por muchos el pionero del maquillaje, mientras que por otra parte se desconocieron en gran parte sus talentos como músico, comediante, bailarín e incluso don juan fuera de la pantalla grande. El hecho que siempre apareciera en el cine con un maquillaje o alguna máscara que ocultara copiosamente su verdadero rostro, le proporcionó privacidad y la oportunidad de guardar muchos secretos.
Chaney no sólo le da vida a Cuasimodo, sino sobre todo humanidad. Por fuera puede parecer un monstruo, pero por dentro posee todas las debilidades, afecciones y fortalezas con las que cuenta cualquier otro ser humano. Es un resentido al costado de las gárgolas que adornan los balcones de la Catedral, mostrando quizás allí su peor rostro interior; luego es un cómico cuando se le nombra “rey de los tontos”; es un hombre con temores cuando sigue a Don Claudio casi sin pensar; es un hombre que se aterroriza frente al castigo y que agradece como un niño cuando Esmeralda y el fraile que lo cuida (los dos únicos seres que se enternecen con él); es un acróbata al momento de salvar a su amada… y un luchador cuando quiere evitar que la recapturen; finalmente, en la última escena se siente orgulloso de su triunfo al haber allanado la felicidad de Esmeralda, a pesar que en el fondo nunca podrá estar a su lado y a sabiendas que ya está a punto de morir. Y entonces, decide exhalar su último suspiro tocando las campanas, la forma como siempre se ha comunicado. Lon Chaney puede ser varios detrás de ese maquillaje espantador, pero a la vez, sigue siendo el mismo Cuasimodo de siempre…

          

Ficha:
Duración: 133 minutos 
País: Estados Unidos
Género: Adaptación Literaria
Director: Wallace Worsley (1878 – 1944)
Reparto: Lon Chaney (Cuasimodo), Patsy Millar (Esmeralda), Norman Kerry (Phoebus), Nigel de Brulier (Don Claudio), Brandon Hurst (Jehan), Ernest Torrence (Clopin), Raymond Hatton (Gringoire), Tully Marshall (Luis XI).

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