30 de noviembre de 2011

DIE STRASSE (1923)

Está bien… ¿queréis ver qué hay allá afuera? ¡Pues salgamos entonces! Eso sí... no se vayan a arrepentir...

       

El expresionismo alemán no se fijaba demasiado en la calle durante los primeros años del movimiento en el cine. Siempre era un lugar sombrío, ajeno a lo que ocurría en los interiores estrechos y sumamente cerrados, casi claustrofóbicos. Sin embargo, en la primera escena de la mejor obra de este casi desconocido director austríaco, vemos a un hombre que está aburrido de la monotonía conyugal, mientras espera que su mujer, como seguramente hace todos los días, le sirva la merienda. Mientras ella prepara la mesa, él se encuentra recostado en un sofá, desde donde, como si se tratara de proyecciones cinematográficas, observa en el techo el trasluz de lo que ocurre en el exterior… carros moviéndose, una pareja abrazándose… Raudamente se levanta y se acerca a la ventana: la cámara se convierte en sus ojos y vemos a un payaso, a una mujer apurada, a un policía fatigado, rostros y primeros planos. Sin decirle nada a su esposa que sigue en la cocina, el hombre coge su abrigo y su sombrero, y se marcha del apartamento. Cuando la cónyuge reaparece, no se inmuta demasiado, suponiendo que su marido ha ido a dar una vuelta; tranquilamente se toma su sopa, guarda el resto y echa un vistazo por el cristal. Una vez más la cámara toma el lugar de los ojos, pero esta vez sólo nos muestra un cruce de avenidas… nada especial.
En suma, la cámara no juega el rol de una visión objetiva de la realidad, sino que se centra en lo que cada uno de los personajes quiere ver. Por otro lado, el hombre en su sofá observando las sombras en la pared es una analogía con la audiencia, que de algún modo quiere también romper la monotonía y escapar de los lugares cerrados… entonces el director le da el gusto no sólo al personaje, sino también a todos nosotros.  Y así comienza la aventura nocturna de este hombre sin nombre, quien totalmente emocionado y entrometido, quiere acabar con la rutina y vivir algo inusual. Sin embargo, no tarda en descubrir que la calle está llena de transeúntes apáticos, ladrones, prostitutas, gente de mal vivir, indolencia, lujuria y demás vicios. A pesar de ello, el deseo de una andanza sexual con una prostituta lo lleva hasta un salón de baile, en donde pronto se verá envuelto en una partida de póker. Escenas muy bien concebidas, porque a pesar de dejarse llevar, el hombre nunca logra congeniar con ninguno de ese mundo tan distinto al suyo… él sigue siendo, a pesar de todo, el hombre de casa que ama a su mujer y que la recuerda y añora cuando está a punto de empeñar su anillo de compromiso. Lamentablemente, una vez más será débil y será conducido por la mujer a la casa de su proxeneta, en donde se perpetra un asesinato… la policía lo descubre en el lugar del crimen y lo encierra, pero casualmente la hijita del asesino terminará denunciando inocentemente a su padre y ello salvará a nuestro protagonista, quien ya estaba pensando en el suicidio dentro de su celda.
Así, en este nuevo tipo de expresionismo vemos que los exteriores (grabados en un estudio) son los que cobran mayor trascendencia. Ya no estamos frente a tomas con un reducido número de personas, sino frente a multitudes que deambulan por las calles exageradamente iluminadas para exponer el caos del mundo exterior, en donde las personas parecen ir sin rumbo alguno y los automóviles interrumpen el paso, dificultando una y otra vez el recorrido de los peatones. Es una calle que genera desconfianza… y probablemente allí se encuentre el ingrediente expresionista de la película: junto a los decorados multiformes y estrambóticos de los interiores (herencia del caligarismo), se suma ese desorden laberíntico exterior que no lo representan tanto las estáticas casas y edificios con sus extraños decorados del fondo, sino todo lo que se mueve. Empero, no puede dejarse de tomar en cuenta algunos faroles recargados, anuncios onomatopéyicos, luces de neón extremadamente fuertes… y lo más saltante, aquel poste de luz que asemeja a dos ojos que observan todo e incomodan al personaje principal de la obra, quien en su interior sabe que no está obrando correctamente. El rival ya no es un hombre en solitario, sino la calle en general. 
En esta ocasión  podemos encontrar nuevamente un paralelismo con el caos social y económico de la primera postguerra; el deseo de los alemanes de encontrar algo que llene ese vacío producto de la derrota y la humillación de Versalles… lo que resulta muy complicado, tanto en la vida casera que parece no tener porvenir, como en la jungla callejera cargada de riesgos y desgracias. El expresionismo se ve entonces combinado con un realismo del cual los directores alemanes no pueden escapar, dada la crisis en la que continuaba sumida la República de Weimar.
La producción puede ser catalogada quizás de muy lenta, pero por otro lado ello favorece a su comprensión considerando que originalmente carecía de intertítulos, lo cual habla muy bien de la misma (al ser exportada, se le añadieron unos cuantos por petición de los cines extranjeros). Los primeros planos no abundan, quizás porque quiere siempre mostrarse a los personajes dentro del entorno más amplio que los rodea, mientras que en las actuaciones sobresale la de Aud Egede-Nissen y en menor medida la de Max Schreck, que no aparece mucho, pero que continúa demostrando su capacidad tal como lo hiciera en su gran papel de Nosferatu. Vale añadir que haciendo el papel de abuelo ciego que acompaña a su pequeña nieta a la calle y luego se separa de ella por accidente, engendra una historia paralela que termina confluyendo con la principal. El objetivo de esta trama secundario es esbozar el contraste entre una niñez ingenua que también ve la calle como algo exótico, frente a la experiencia de la vejez, de un anciano que conoce todos los peligros de afuera y que ya se encuentra resignado frente a ellos, aunque de todas formas quiere salvaguardar a su nieta de los mismos. Naturalmente, existe un claro contraste entre el deseo de la niña y el hombre de clase media: en el primer caso es simple e incauta curiosidad infantil (que termina por complicar al padre criminal); en el segundo, es el agotamiento frente a la inercia y quizás el deseo de revivir usanzas pasadas…
Sin embargo, al final la rueda da un giro de 360º. El protagonista es dejado libre y emprende el camino de regreso al hogar cual hijo pródigo arrepentido. Ya ha amanecido… las calles están vacías… y paradójicamente ello nos brinda más tranquilidad. El apartamento del hombre ya no es sombrío como al inicio… después de todo es el cobijo que ansiaba... y su esposa lo está esperando. No necesita explicarle nada… ella lo comprende y sencillamente procede a rearmar la mesa y a servir la sopa de la noche anterior…

         

Ficha:
Duración: 75 minutos 
País: Alemania
Género: Suspenso
Director: Karl Grüne (1880 – 1962)
Reparto: Eugen Klöpfer (hombre clase media), Lucie Höflich (esposa del hombre), Anton Edthofer (proxeneta), Aud Egede-Nissen (prostituta), Max Schreck (ciego), Leonhard Haskel (caballero provinciano).

No hay comentarios:

Publicar un comentario