21 de diciembre de 2011

DIE NIBELUNGEN (1924)

Traiciones, venganzas, muertes, honor, lealtad… tantas virtudes resumidas en la mayor epopeya del mundo germánico… ¿Buscaba Fritz Lang un retorno al pasado mágico o pretendió esbozar un himno al nacionalismo alemán?


        

El gran director Fritz Lang y su guionista y compañera Thea von Harbou plasmaron en la pantalla grande la épica historia de Sigfrido y los Nibelungos, lo que se convirtió en una de las tres obras maestras del director en el arte mudo, junto al Dr Mabuse y a Metrópolis. Muchas dudas surgieron respecto a cuáles habían sido las intenciones de esta pareja, pero sin duda rondó el objetivo de querer equipararse a las excentricidades y mega-producciones de Hollywood que arrasaban con la taquilla. Sin un gran presupuesto, ciertamente Lang consiguió este objetivo, pero su triunfo sólo se limitó a Alemania y a algunos países europeos, porque en Estados Unidos el público se sintió algo decepcionado, seguramente por el poco dramatismo sobreactuado de los personajes o de la irracionalidad que no cuajaba con los finales felices rodados en California. Pese a ello, la historia fue más justa con un director que, a partir de entonces, fue nominado como el más alemán de todos los directores alemanes. El nacionalismo implícito en la obra constituye uno de los factores por los cuales se llegó a calificarlo de ese modo.
La trama es de algún modo conocida. Sigfrido, hijo de reyes, se ha criado en cuevas donde se le han enseñado valores y a utilizar la espada. Un día decide ir a encontrar el amor y casarse con Crimilda, sumergiéndose en un mundo que asemeja al de un cuento de hadas y a una época claramente legendaria perteneciente al pasado germánico. Enfrenta a un dragón, al cual da muerte y luego se baña en su sangre para adquirir la inmunidad, pero no se percata que una hoja de roble se posa en su espalda y, cual Aquiles con su talón, le deja una parte de su cuerpo vulnerable. Poco después, rumbo a la corte burgundia, da muerte al señor de los enanos, a quien arrebata el famoso tesoro de los Nibelungos. Lamentablemente para él, la debilidad y cobardía del rey Günther sellarán su destino: éste está dispuesto solamente a entregarle a su hermana Crimilda si es que lo ayuda a enlazarse con la temible Brunilda, reina de Islandia. Es ella una amazona salvaje que sólo concederá su mano al hombre que sea capaz de derrotarla en combate y en otras pruebas… vive amargada y su furor se incrementa cuando se entera que no es Sigfrido, de quien se prenda inmediatamente, quien ha ido a cortejarla. De todos modos, el héroe cumple su propósito engañando a todos con una capa mágica que lo torna invisible y así se forjan los dos matrimonios. Sin embargo, transcurridos unos años Brunilda descubre el engaño por boca de la imprudente Crimilda y decide vengarse de Sigfrido, pidiéndole a Hagen Tronje, el escudero real, que le dé muerte. Durante una cacería, y tras haberle sonsacado a Crimilda el punto de vulnerabilidad de su marido, el traidor da muerte de un flechazo a Sigfrido, con cuyo cuerpo velado por las dos mujeres gimientes, finaliza la primera parte del filme.
En la segunda parte (pues era costumbre de Lang proyectar las películas en dos partes a inicios de la década de los 20’) Brunilda ha desaparecido, pero la viuda Crimilda, enterada de la verdad, clama venganza, pero se ve impotente debido a que Hagen ha lanzado al Rin todo el tesoro de los Nibelungos. Empero, encuentra una oportunidad cuando Atila pide su mano; tanto a él como al margrave Rüdiger los hace jurar venganza en caso que sea injuriada. Años después le da un hijo a su nuevo esposo y ello conlleva a que los burgundios sean invitados a la corte del rey huno. Crimilda ve entonces que ha llegado la oportunidad de dar muerte a Hagen, por lo que recuerda al rey su juramento y paralelamente, ofrece gran cantidad de oro a los soldados hunos para que ellos se encarguen de matar al traidor. Así, mientras se desarrolla la cena de bienvenida en el palacio de Atila, en una cueva los soldados entran en reyerta y todo se contagia; Hagen incluso llega a dar muerte al heredero del monarca huno, pero a pesar de ello sus compañeros están resueltos a defenderlo y no entregarlo al enemigo. Crimilda ordena que se lancen innumerables ataques al palacio, que se ha convertido en fortaleza de los asediados burgundios, los cuales, más disciplinados, son capaces de repeler todas las acometidas. Llega un momento que tanto Rüdiger como dos hermanos menores de la reina perecen en combate, pero pese a ello, insiste con su venganza. Finalmente, ordena lanzar una lluvia de flechas candentes al recinto para asfixiar al enemigo, lo que por fin consigue tras mucho empeño. Sólo Hagen y Günther sobreviven: el segundo es decapitado y al primero la misma Crimilda lo mata, antes de ser atravesada por un cortesano huno, como castigo por todas las calamidades llevadas.
Cinco horas en las que Lang se esmeró para que la película fuera lo más fiel posible al poema épico. Prácticamente lo logró, pero el costo de ello fue la configuración de personajes estereotipados, cuyo sino el espectador lo infiere casi desde el inicio: sabemos que el leal y valiente Sigfrido tendrá que caer víctima de una traición; que Hagen y Günther tendrán que pagar por sus pecados tarde o temprano; que Crimilda se consumirá en su venganza hasta el final; que los inocentes pero honestos hermanos menores, junto a Rüdiger, se verán afectados por toda esta sed de punición que no se detiene hasta el final de la obra. De Brunilda no conocemos su sino, pero podemos inferir que el haber mandado dar muerte a su amado la sumergiría en un dolor irremediable.
Por otro lado, los estereotipos corresponden también a los grupos. Los burgundios constituyen la disciplina, la prudencia, la lealtad extrema, valentía, sentido del deber al extremo, pero al mismo tiempo encarnan anti-valores lamentables, como la venganza, la traición, la decepción, la esclavitud por los principios y una tendencia a la auto-destrucción que se denota con toda claridad al final de la película. Probablemente en ese aspecto el director pretendió esbozar la ambivalencia de la idiosincrasia germana y de sus consecuencias, percibidas mejor que nunca durante el Imperio Prusiano y la Primera Guerra Mundial, con el lógico derrumbamiento de un estado militarista y el subsiguiente caos político y económico que aún se vivía en 1924. ¿Trataba de darle una lección a la sociedad alemana de la República de Weimar? ¿Es que acaso la primera parte de la película constituye una imagen del supuesto progreso de los días de Bismarck y Guillermo II, mienras que la segunda parte lleva implícita la catástrofe de la Gran Guerra? Muchos han querido ver a la guardia de la corte de Günther, más parecida a una colección de autómatas, al ejército e incluso a la población civil alemana de fines del siglo XIX e inicios del XX, que persiguiendo las virtudes burgundias casi sin pensar, terminó auto-destruyéndose por los defectos que aquéllas llevaban implícitos dentro de sí.
Por el contrario, los hunos son más o menos lo contrario que los burgundios, con un Atila que no cuadra para nada con el modo como lo pinta la Historia, que más parece un payaso que pierde todo sentido de la realidad cuando su hijo es asesinado, al punto que ya no es capaz siquiera de controlar no sólo a Crimilda, sino tampoco a sus subalternos, acabando en la película como un payaso al que nadie respeta, un simple espectador de lo que acontece entre su reina, sus enemigos y sus cortesanos (pese a ello, desde que Lang nos lo presenta, encarnado por el genial Klein-Rogge, el mismo que representa a Mabuse, ya uno puede ir deduciendo que es mucho menos que un guerrero conquistador). Podría vislumbrarse entonces un férreo nacionalismo y un deseo de condenar como ligero y primitivo lo extranjero, sobre todo si se trataban de elementos extraeuropeos, pero por otra parte, la obra deja la sensación que en el fondo la sociedad alemana deseaba ser un poco como la huna, que al fin y al cabo resulta la vencedora.
Ya deteniéndonos en los escenarios, Lang es muy sobrio con las construcciones, concentrándose en la idea de lo imponente y monumental en ambas cortes, de modo que los humanos se asemejan a miniaturas que poco pueden hacer frente al entorno que se les ha impuesto; es decir, no son más que peones que al final terminarán actuando tal como lo decreta la historia, los mitos, los principios sobre los cuales descansa la leyenda. Los decorados geométricos y repetitivos de las recámaras manifiestan a su vez rutina, una rutina de traiciones y venganzas de las que Burgundia es esclava. Tenemos asimismo escenas de estudio, como los bosques en donde la neblina o la nieve colocadas artificialmente brindan un aspecto melancólico y mágico que contrasta con los interiores; parecería que sólo en la naturaleza los hombres se sienten realmente libres y donde la maldad encuentra un freno. Es precisamente en el bosque de hayas (armado en un interior) de la segunda parte cuando vemos por única vez a la Crimilda de la primera parte, sufriendo por Sigfrido con un alma pura, lo cual no tardará en resquebrajarse cuando se entreviste con Rüdiger y Atila. Incluso no faltan las tomas surrealistas, como el ataque contra las afueras de Roma, en la que vemos a Atila burlándose de unos niños desnudos que juegan con las flores de un árbol… ¿no será acaso que el director se está burlando de la ferocidad y la irracionalidad de sus personajes anteponiendo la inocencia y dulzura infantil?
Los efectos especiales fueron de importancia igualmente. Ya era algo conocida la técnica de la super-imposición, cuando vemos a Sigfrido aparecer y desaparecer en el momento que socorre a Günther durante las pruebas contra Brunilda. El dragón, no obstante, fue el primer monstruo de su tipo. No llegamos a ver todo su cuerpo, pero fue impecablemente maniobrado y se dice que Lang daba las órdenes por teléfono a los operarios que estaban dentro de la máquina y que ayudaban al movimiento de los ojos. Asimismo, podemos disfrutar de un gran repertorio que conformaba por entonces la clásica de oferta de actores de Lang, que ya se habían visto en realizaciones anteriores y muchos de los cuales se repetirían en Metrópolis. En fin, una producción magistral sin tintes psicológicos, pero sí sociológicos e históricos, un homenaje a las pasiones humanas y sobre todo, a como las virtudes y los vicios se suelen confundir en los avatares de la vida.

       

Ficha:
Duración: 287 minutos 
País: Alemania
Género: Fantasía
Director: Fritz Lang (1890 – 1976)
Reparto: Margarethe Schön (Crimilda), Paul Richter (Sigfrido), Hanna Ralph (Brunilda), Theodor Loos (rey Günther), Hans Schlettow (Hagen Tronje), Gertrud Arnold (reina Ute), Rudolf Klein-Rogge (Atila), Rudolf Rittner (Margrave Rüdiger), Bernhard Götzke (Volver), Hans Müller (Gerenot), Erwin Biswanger (Giselher).

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