21 de noviembre de 2011

LOS DIEZ MANDAMIENTOS (1923)

Cecil B. DeMille se convirtió en el hombre capaz de reproducir en un villorrio californiano toda una ciudad del Egipto Antiguo, que hoy yace semi enterrada como si se tratara de una tumba del valle del Nilo.

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Guadalupe es una pequeña ciudad ubicada en el condado de Santa Bárbara, algunos kms al noroeste de Los Ángeles. Según el censo del 2010, su población apenas supera los 7000 habitantes y recién en 1946 adquirió el rango de ciudad. Antes de ello había sido primeramente un centro misionero de fines del siglo XVIII, primero bajo la jurisdicción española, luego mexicana y finalmente norteamericana. El poblado se convirtió en un centro de acopio conforme la gran ciudad crecía en el sur… y con mayor razón cuando emergió Hollywood. Sin embargo, sus pocos habitantes debieron sobresaltarse cuando una mañana de la primavera de 1923 se despertaron y vieron ante sus ventanas a una caravana de trabajadores que se dirigía a las arenas de la costa del Pacífico adyacente. Repentinamente, estos hombres desmontaron su bagaje y comenzaron a levantar, a velocidad increíble, murallas de hierro, concreto y madera, junto a otras estructuras similares, pero también junto a otras algo exóticas. Poco a poco el complejo fue tomando forma y posiblemente los pobladores de Guadalupe debieron acordarse de historias de un pasado muy remoto ocurridas en un lugar muy lejano, al otro lado del Atlántico. Mas su desconcierto no disminuyó en lo absoluto, sobre todo porque tras dos meses de arduo trabajo, descubrieron que al lado de las pocas casas locales, se había levantado una ciudad egipcia, tal como los arqueólogos que en esos días descubrían la tumba de Tutankhamón las describían. Una urbe con un muro enorme, con bajorrelieves y flanqueado por estatuas de los faraones, de los dioses del Antiguo Egipto y de esfinges, las cuales llegaban a conformar una dilatada avenida que terminaba en una enorme puerta que rememoraba parcialmente a los decorados de Griffith en “Intolerancia”. Algo más al fondo, se vislumbraban palacetes y una pirámide…
El creador y promotor de toda esta magnificencia se llamaba Cecil Blount de Mille, uno de los más importantes constructores del imperio comercial de Hollywood. Nacido en 1881, estudió en la Academia Militar de Pennsylvania y se presentó como voluntario para la guerra con España en 1898, pero por su edad no pudo ser admitido. Decidió entonces estudiar arte dramático en Nueva York, actuando en Broadway, hasta que por una casualidad entró al mundo del cine: su hermano William, director escénico, fue convocado por los productores Jesse Lasky y Samuel Goldwyn, pero como aquél odiaba el cine, cedió el puesto a Cecil. Lasky había gastado una fortuna comprando los derechos de la obra teatral “The Squaw Man” para proyectarla e incluso recibió un fuerte adelanto de los distribuidores, pasando a confiar todo ese dineral a las inexpertas manos de De Mille, cuya impericia a la hora de perforar la película estuvo a punto de costar la cabeza a todos. Empero, un técnico de Filadelfia solucionó el problema y la producción fue todo un éxito (1913). Así comenzó la afortunada carrera cineasta del gran director, quien ya se encargaría personalmente de dirigir “María Rosa”, “Carmen” y “Tentación” (todas de 1915), alcanzando la cimentación de su fama con “La marca del fuego”, película que batió marcas en Estados Unidos y Europa, a pesar del conflicto mundial. Óbra con una trama pobre, pero cuya novedad radicaba en que por primera vez el cine trataba de desarrollar un drama en términos psicológicos; los sentimiento y las motivaciones internas entraban en juego con De Mille. Para muchos cinéfilos, el uso magistral de los primeros planos para revelar las emociones humanas significó el rompimiento definitivo del cine con el teatro. Ciertamente, era una realización burda, pero que sirvió de trampolín para temas similares; incluso los efectos de iluminación que incluían siluetas, sombras inquietantes y simbólicas, que recargaban de dramatismo las distintas escenas. El expresionismo alemán debería mucho a De Mille, aunque claro está, lo perfeccionaría notablemente.
De Mille continuó su carrera exitosamente. Numerosos filmes salieron de sus manos (muchos de ellos se han perdido) y entre ellos llama la atención “No cambies a tu marido” (1919). Sin embargo, el flamante director no quiso perder de vista la norma que se estaba empezando a imponer en Hollywood a inicios de la siguiente década, cuando bullían las producciones costosas con decorados imponentes y abrumadores, la excentricidad de los vestuarios y el uso indiscriminado de extras. Se convocó entonces un concurso en 1922 con la intención que el público en general eligiera un tema para la próxima película de De Mille. Resultó que un grupo de competidores liderados por el obrero de Michigan F.C. Nelson terminó ganando el premio de los US$ 1000 cada uno por proponer una obra basada en los Diez Mandamientos. El torneo había costado (para ese entonces) gran cantidad de dinero a la Famous Players-Lasky Corporation, y mucho más alto fue el presupuesto de US$ 1.5 millones para la construcción de toda la ciudad egipcia y para el pago de los más de 2500 extras. Todos ellos, junto a nada menos que 3000 animales, debieron ser instalados en un campamento especial que más pareció al inicio un campo militar y posteriormente, una mini-ciudad, la tercera existente en Guadalupe. Porque resultó que este pueblo provisional contaba con todos los servicios de agua, luz y teléfono, incluso con un colegio para niños, lugares de esparcimientos y locales nocturnos en donde se contrató una orquesta de jazz. No faltó tampoco una policía especial para todos los actores. Además, queriendo hacer todo lo más real posible, De Mille contrató a 250 judíos ortodoxos, que encabezarían la procesión de Moisés durante el Éxodo; no tuvo de qué quejarse, porque todos ellos prorrumpieron en cantos cuando comenzó la filmación de la salida de Egipto, lo que ciertamente tornó todo más verídico. Incluso hubo otro gasto tremendo con relación a los caballos que conducirían los carros egipcios, que además de ser alquilados debieron ser amaestrados especialmente para dichos quehaceres.
En resumen, se trató de la obra más cara hasta entonces, pero ni De Mille ni la producción pudieron sentirse decepcionados en lo absoluto: US$ 4.2 millones fueron más que suficientes para cubrir con creces todos los costos. Pero más allá de esta magnificencia, fue la forma como el director concibió la realización. En realidad, sólo un tercio del film está dedicado a la parte estrictamente bíblica, porque a diferencia de su remake de los años 50’, acá todo avanza muy rápido: una escena del maltrato de los israelitas, la muerte de los primogénitos durante la décima plaga, la partida de Egipto, el paso del Mar Rojo, la Ley en el Sinaí y la adoración del becerro de oro, con el consiguiente castigo divino. La toma de la apertura de las aguas fue una de las más esperadas, siendo quizás algo gracioso que se haya utilizado una gelatina a la que se rociaba agua continuamente para aparentar las aguas separadas del mar. Efectos muy rudimentarios, ciertamente, pero que asombraron a muchos en aquellos tiempos, nada acostumbrados a ver sortilegios semejantes. Además, la bien labrada infraestructura del mundo egipcio ya era suficiente para deslumbrar a las audiencias más exigentes. Por otro lado, vale mencionar que muchas de las escenas, basadas en grabados del genial Gustavo Doré, fueron filmadas en technicolor, por lo que por primera vez vemos dos colores (ambos en una escala de grises), lo que creaba una atmósfera algo irreal, fantasmagórica, como si se tratara de un sueño.
Ello último es importante, porque en la segunda parte del film nos percatamos que, a diferencia de lo que ocurre con la ejecución de los 50’, acá toda la historia de Moisés está siendo narrada por la señora McTavish, quien trata de inculcar a sus hijos los valores judeo-cristianos en los que ella cree fervientemente. Lamentablemente para ella, sólo John le hace caso, mientras que Dan se convierte en un rebelde completo, hábil para los negocios eso sí, pero que está dispuesto a violar los Diez Mandamientos y burlarse de Dios. Si bien sin querer se queda con la mujer que ama su hermano (Mary), su peor desafío ocurre cuando manda levantar una iglesia con un porcentaje mínimo de concreto, la cual termina derrumbándose encima de su propia madre en el momento que ésta visitaba la construcción. Lejos de arrepentirse, comete un asesinato para poder pagar las deudas contraídas y finalmente el destino lo alcanza estrellando su lancha contra las roas de un acantilado en el momento que pensaba escapar. Respecto a John, pobre pero honrado, al final acaba feliz casándose con su amada Mary. Una historia probablemente algo jalada de los pelos, pero que cumplió con su objetivo al ilustrar con una moraleja casi fabulesca la historia bíblica previa. Llaman la atención algunas de las escenas, como el momento del derrumbamiento tras el cual una parte de la pared semejante a las Tablas de la Ley permanece en pie de manera provocadora. Y en especial cuando Dan mata a su amante Rally, a quien dispara cuando ésta se halla detrás de una cortina; a continuación presenciamos como uno a uno se van rompiendo los ganchos que unen el velo con el techo, hasta que por fin cae el cadáver al suelo como un peso muerto. La lentitud y el suspenso son magistrales.
Tras el desenlace de la historia de los dos hermanos, asistimos al final de toda una leyenda fílmica. Las súper producciones continuaron, pero los decorados egipcios no volvieron a usarse. Pese a los ingresos adquiridos, el costo de mantenimiento de tales estructuras era muy alto y poco lucrativo, así que simplemente fue desmantelado y enterrado debajo de las dunas de la playa californiana. Allí permanecieron décadas, hasta que en 1983 tres entusiastas cinéfilos decidieron iniciar las excavaciones, con un éxito relativo en los primeros meses. Lamentablemente, desenterrar también cuesta y las operaciones debieron suspenderse… hasta hoy. 

   

Ficha:
Duración: 136 minutos 
País: Estados Unidos
Género: Épica
Director: Cecil B. de Mille (1881 – 1959)
Reparto: Theodore Roberts (Moisés), Charles de Rochefort (Ramsés II), Estelle Taylor (Miriam), James Neill (Aarón), Edythe Chapman (Sra. Martha McTavish), Richard Dix (John McTavish), Rod la Rocole (Dan McTavish), Leatrice Joy (Mary Leigh), Nita Naldi (Sally Lung).

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