14 de noviembre de 2011

EL HOMBRE MOSCA (1923)

Harold Lloyd es él mismo en todos sus papeles, pero a la vez no es él mismo... una curiosa combinación que hizo de él uno de los más grandes comediantes de la era muda. A continuación, su obra cumbre...

  

Si existe un trío de comediantes de la era muda, Harold Lloyd lo completa junto a Buster Keaton y al genial Charles Chaplin. Nacido en Nebraska en 1893, a los 13 años ingresó a un grupo teatral y en 1913 ya estaba en Hollywood, donde muy pronto encontró trabajo en los Hal Roach Studios, desempeñándose con gran éxito para cortos en los que solía imitar los gags de Chaplin (incluso acostumbraba a representar el papel de un vagabundo). Sería recién en 1917 cuando inauguró su más conocido rol que casi siempre lo acompañaría de ahora en adelante: el joven delgado con los enormes anteojos redondos y el sombrero de paja. Con ello alcanzó su propia personalidad como actor y ya en 1921 saltó de los cortos a los largometrajes. Empero, en sus películas, más allá de esbozar candidez y torpeza, pretendía dar un mensaje al mundo entero con el conocido mito del “Sueño Americano”, puesto que siempre la trama giraba alrededor de un joven que buscaba el ascenso social y económico mudándose a una de las grandes ciudades de los Estados Unidos y no se rendía ante ningún obstáculo. Quizás a partir de esta premisa se fue conjugando la esencia de las comedias de Lloyd: el protagonista pretende casi siempre ser lo que no es para derrotar aquellos atascos.
Después de “Un marinero hecho hombre”, “El niño de la abuelita” y “Doctor Jack”, llegó lo que sería para muchos la obra cumbre de Lloyd, “El hombre mosca”. La trama es relativamente simple: Harold parte de su pueblo a la ciudad a buscar un mejor trabajo, ahorrar y así poder casarse con su novia, a la que deja con su abuela. Empero, las cosas no van tan bien y apenas logra conseguir un trabajo de vendedor en una tienda de telas, pero quizás algo avergonzada, miente a su pareja en las cartas que le escribe, asegurándole que está ascendiendo rápidamente y para demostrarlo, gasta gran parte de su reducido salario en comprarle joyas y regalos costosos. Los problemas comienzan cuando ella le hace una visita sorpresa y él tiene que fingir ser el gerente general de la empresa. Luego, a fin de ganar 1000 dólares (una cantidad exorbitante en aquellos días), promociona a su compañero de habitación para que escale un edificio, pero por avatares del destino, es él mismo quien debe realizar la hazaña.
Escenas dignas de recuerdo, como la inicial, en la que los directores Newmeyer y Taylor ya nos dan a entender que nada será lo que parece a lo largo de poco más de una hora de película. De forma magistral, se nos hace pensar que el Joven se despide de su familia para ser conducido a la horca, pero pronto nos damos cuenta que simplemente el tren está por partir. Sin embargo, la actuación de Lloyd alcanza su punto álgido cuando juega a ser el gerente frente a su pareja, al tiempo que paralelamente debe cuidar su auténtico trabajo y burlar a todos; momentos de una fina comicidad en la que no sólo reímos por las ocurrencias que acontecen, sino también por el ingenio del protagonista (y naturalmente, por su grandiosa capacidad de representar dos papeles casi simultáneamente). De todas formas, son los últimos 20 minutos los que se llevan todas las palmas de honor, cuando Lloyd, sin querer queriendo, tiene que subir un edificio enorme a fin de poder ganarse el dinero que necesita para casarse con su amada, la cual casualmente lo rescata en el último peldaño, ya en la azotea del inmueble. Lo más interesante es que cada piso al que llega el Joven es una aventura distinta, siempre con la componenda secundaria del amigo que trata vanamente de deshacerse del policía que lo persigue (por culpa de una travesura planeada por Harold días atrás). Tenemos a un perro que lo quiere morder por la ventana, un ratón que se le mete por el pantalón, unos obreros que lo empujan con una tabla de madera, dos sujetos que lo asustan cuando están rodando a un ladrón que dispara un revólver, el asta de una bandera que se rompe, un reloj que se cae (imagen icónica de la producción y de la historia del cine) y una cuerda que se le enreda en el pie.
Por otro lado, siempre se pensó que Lloyd había sido doblado totalmente en esta secuencia brillante, pero resultó que solamente en los planos largos lo reemplazó el actor Bill Strother (quien hacía el papel de su compañero), que en la vida real era un auténtico escalador de edificios conocido como el “hombre araña”. De allí que, a diferencia de lo que suele ocurrir en la actualidad, el mismo protagonista tuvo que enfrentar ese ascenso cargado de riesgo y de suspenso (tres años antes había perdido dos dedos en un rodaje en el que intentaba encender un puro con la mecha de una bomba, pero la tara supo disimularla con un guante protésico). Quizás buscaba manifestar ante el público, como si se tratara de una metáfora, que para alcanzar la cima del éxito se requiere de ambición y sacrificio, muy aparte de las numerosas trabas que van apareciendo y que uno debe saber afrontar con inteligencia.

  

Ficha:
Duración: 73 minutos 
País: Estados Unidos
Género: Comedia
Director: Fred Newmeyer (1888 – 1967), Sam Taylor (1895 – 1958)
Reparto: Harold Lloyd (el Joven), Mildred Davis (la Chica), Bill Strother (el Amigo), Noah Young (la Ley), Westcott Clarke (el Supervisor), Anna Townsend (la Abuela).

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