9 de noviembre de 2011

NANOOK EL ESQUIMAL (1922)

El objeto de una película documental, tal como lo entiendo, es la vida en la forma como es vivida. Ello no significa, como algunos quisieran creer, que sea tarea del director filmar una serie de imágenes deslucidas y monótonas, sin ejercer ninguna influencia personal.”

     

¿Cómo podemos definir un documental? Simplemente podría tratarse de la expresión de algún detalle de la realidad de forma cinematográfica, pero en realidad es mucho más. Hoy en día existe una amplia variedad de formatos, dependiendo sobre todo del modo que emplee el director en el uso del material, a veces combinándolo con la ficción o a veces acercándose demasiado al reportaje periodístico. Sin embargo, los cortometrajes de los Hermanos Lumière y Thomas Edison encajaban mayoritariamente con la primera definición. Mostrar extractos de eventos a lo largo y ancho del orbe era la modalidad de esos tiempos, pero para muchos ello, más que tratarse de documentales, era puramente “cine documento”. El problema radicaba en que estas imágenes no ofrecían un punto de vista particular ni ningún aspecto dramático, aunque podemos constatar algunas excepciones (una de ellas es el corto de los Lumière de apenas unos segundos en el que vemos a un niño fastidiar a un jardinero pisándole la manguera y retirando el pie justo en el momento en el que aquél se está apuntando a la cara). A inicios del siglo XX, con la aparición del montaje, la ficción invadió el cine y no podrá hablarse de cine documento, o menos aún, de documentales, hasta finalizada la Primera Guerra Mundial.
Robert Flaherty nació en 1884 en Michigan. Hijo de padre irlandés y madre alemana, se interesó desde muy pequeño en la naturaleza y en las formas de vida de las comunidades étnicas que aún subsistían en la región. Fue el mundo ártico el que más le llamó la atención y a partir de 1910 comenzó a realizar varias expediciones al norte canadiense, hasta que tomó la decisión de rodar películas. Para ello debió llevar todo su equipo hasta aquellas inaccesibles áreas, pero finalmente consiguió filmar un primer documental, el cual lamentablemente desapareció cuando Flaherty encendió un cigarrillo en su laboratorio de edición; ocurrió un accidente y todo el rollo se incendió. Sin embargo, no cejó en su empeño y volvió a realizar el rodaje, el cual fue un éxito notable, casualmente no tanto en Norteamérica, sino más bien en Europa, y sobre todo en Francia (el capital galo fue trascendental durante la filmación).
Lo interesante de esta producción, a diferencia de los cortos de fines del siglo XIX e inicios del XX, fue que el director no se limitó sólo a la realidad (algo que aparentemente persistió en el film perdido). Así, a partir de materiales reales, Flaherty plasmó una narración dramática y compleja en la cual él mismo intervino activamente. Muchos críticos sostuvieron que esta carencia de neutralidad destruía los propósitos de la obra (presentar al público una visión objetiva de la vida de la tribu inuit de los esquimales), pero precisamente la creatividad aportada fue lo que le brindó vida y arte a lo que se ha considerado el primer documental de la historia. Vale aclarar además, que en realidad no se mostró el modus vivendi de los esquimales tal como era hacia 1920, sino tal como había sido antes de la invasión occidental (cuyo único indicio lo vemos en el gramófono que el protagonista Nanook adquiere por trueque a un mercader procedente del sur), e incluso todavía, tal como el director se la imaginaba, pues Flaherty no era un antropólogo. En suma, deseaba enseñar al público cómo había sido esta población en su dignidad y originalidad, antes que el hombre blanco terminara por provocar su perentoria extinción. De allí deducimos la importancia de sus palabras citadas en la presentación del artículo. 
Las intervenciones que rompen la descripción real son notables. Un primer ejemplo ocurre al inicio, cuando vemos salir a Nanook y a su familia (dos esposas y dos hijos) de un mismo kayak gracias al truco del montaje. En la graciosa escena del iglú, éste en realidad, de tamaño desmesurado, sólo fue construido hasta la mitad para facilitar la filmación. Y en la escena de la pesca del pez bajo el hielo, el animal muerto ya había sido colocado intencionalmente debajo. La familia de Allakariallak tampoco era verídica en su totalidad, y da la casualidad que su “esposa” Nyla era nada menos que la mujer esquimal de Flaherty. Empero, algunos episodios sí cuadran con la realidad, como ocurre con la pesca en el agua y la caza de la morsa, así como las imágenes en las que vemos a Nanook y sus compañeros en kayaks en el mar. Pero lo que embellece propiamente a esta obra, son los detalles claramente ficticios que entran en juego, como la comicidad con relación a los juguetones hijos del protagonista, el suspenso durante la cacería de la morsa, la constante acción y un final feliz que nos hace creer que hemos pasado un día entero junto a esta familia a la que percibimos como héroes capaces de sobrevivir en una tierra tan hostil (a pesar que claramente se indica que los hechos acontecen en dos estaciones distintas). Los primeros planos generan un dramatismo especial, al tiempo que provocan curiosidad entre la audiencia por querer saber qué sucede alrededor; por el contrario, las vistas panorámicas buscan la belleza de los paisajes naturales, tratando de proporcionar una estética artística paralelamente al quehacer diario de la tribu inuit. La caída de la nieve, los hielos flotantes, las montañas lejanas y la inmensidad del mar crean un escenario idílico y que nos hacen sentir profundamente la pequeñez de la raza humana frente a su entorno, su capacidad por aprovecharlo y sobrevivir en él, pero al mismo tiempo, el temor a destruirlo.
Como se ha mencionado, el documental suscitó mucha controversia, pero Flaherty se mantuvo en sus trece y su método de trabajo sería imitado por sus sucesores, quienes poco a poco irían agregando diversas variantes que enriquecieron el género. La Paramount le brindó la oportunidad de filmar una segunda película, esta vez en los mares del sur, de donde salió “Moana” (1925); posteriormente dirigió “La isla de los 24 dólares” (1927), acerca de Nueva York, y conjuntamente a Murnau, “Tabú” (1931). Empero, como director, camarógrafo y editor, resultó ser una persona con la cual resultaba difícil trabajar, y continuó entonces solo, resaltando en 1934 “Hombre de Aran”, película de estilo parecido a “Nanook”, pero centrada en la vida de los pescadores de las islas de Aran en Irlanda occidental. Luego, co-dirigió con Zoltan Korda en 1937 “Niño elefante”, rodada en la India; le siguió un cortometraje para el Departamento de Agricultura de EUA en 1942 y finalmente, “Louisiana Story” (1948), en donde reveló por última vez sus grandes dotes de realizador de documentales bosquejando la historia de una familia pobre del sur de Louisiana cuya vida cambia con el descubrimiento de petróleo. Murió en 1951 en Vermont, quizás aún dolido por la temprana desaparición de su “Nanook”, quien falleciera apenas unos meses después de finalizado el rodaje… dando la impresión que con esa última escena en la que lo vemos profundamente dormido, estamos presenciando su auténtica desaparición… y la de su pueblo.

   

Ficha:
Duración: 79 minutos 
País: Estados Unidos / Francia
Género: Documental
Director: Robert Flaherty (1884 – 1951)
Reparto: Allakariallak (Nanook), Nyla (esposa de Nanook), Cunayou (segunda esposa), Allee (hijo de Nanook), Allego (2º hijo de Nanook).

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