Nosferatu emerge como una mancha en la oscuridad, pero lejos de representar el emblema de la virilidad tal cual siempre ha sido considerado el príncipe de los vampiros, es más un ser decadente, enjuto... una araña que aguarda a su presa antes de salir a buscarla y que lleva en su interior todos los males apocalípticos.
Una de las mejores películas de horror de todos los tiempos, y para muchos, la mejor realización inspirada en la novela de Bram Stoker de 1897. Múltiples escenas que quedan en la memoria de todo espectador: un Hutter que conforme se acerca al castillo del Conde, desde su tranquila Wisborg (ciudad inventada por el director), va penetrando paulatinamente en un terreno sombrío, cargado de recelo y desconfianza. Ya la mención de su visita al palacio asusta a todos los comensales que se encuentran presentes en un pueblito de Transilvania… posteriormente vemos a un misterioso personaje que en una carroza casi fúnebre lo conduce a su destino. Allí lo recibe Nosferatu, un escorpión que por el momento se muestra amable. Todo cambiará cuando el anfitrión observe la fotografía de Ellen, la esposa de Hutter, y surja una inesperada pasión hacia ella, con lo cual sólo en ese momento el invitado percibe el peligro que se avecina para él, para su mujer y para su pueblo. Un barco mortuorio con féretros llenos de tierra y ratas conducen al Conde a Wisborg, en donde se inicia ese extraño idilio con Ellen, quien finalmente se sacrifica para salvar a su pueblo. Empero, no podemos sentirnos aliviados con la desaparición de Orlock, porque el mal ha alcanzado finalmente al apacible poblado del litoral báltico… ya nada volverá a ser lo mismo.
La corta carrera de Friedrich Wilhelm Murnau fue grandiosa. Nacido en 1888 en una familia de clase media acomodada, estudió literatura e historia del arte, pero pronto todo cambiaría cuando Max Reinhardt lo descubrió y lo invitó a incorporarse a su repertorio teatral, vocación que tuvo que interrumpir con la Primera Guerra Mundial, en la que sirvió como piloto de aviación. Al regresar a Berlín se sintió atraído, como muchos otros, por la pantalla grande, y no tardó en fundar su estudio de producción con el actor Ernst Hoffmann; ese mismo año (1919) produjo su primer film, “La esmeralda de la muerte”, que como casi todas sus primeras obras, no ha sobrevivido. En los siguientes dos años realizó ocho películas, todas ellas marcadas por una tendencia hacia lo melancólico, con aire expresionista y combinando las tomas en interiores con el rodaje en paisajes naturales, que tan comunes son en “Nosferatu”. Fue precisamente esta obra la que lo lanzó a la fama internacional, a pesar de los problemas ulteriores que ello le valió. La viuda de Stoker demandó a la productora por no respetar los derechos de autor, a pesar de los diversos cambios implementados por Murnau con relación a la novela. Al final, ella ganó el juicio y se decretó la destrucción de todas las cintas existentes en Alemania, pero gracias a su difusión en el extranjero, sobrevivieron copias que han llegado hasta la actualidad, aunque la mayoría en mal estado y en muchos casos, tratándose de copias de tercer grado, con recortes importantes.
La corta carrera de Friedrich Wilhelm Murnau fue grandiosa. Nacido en 1888 en una familia de clase media acomodada, estudió literatura e historia del arte, pero pronto todo cambiaría cuando Max Reinhardt lo descubrió y lo invitó a incorporarse a su repertorio teatral, vocación que tuvo que interrumpir con la Primera Guerra Mundial, en la que sirvió como piloto de aviación. Al regresar a Berlín se sintió atraído, como muchos otros, por la pantalla grande, y no tardó en fundar su estudio de producción con el actor Ernst Hoffmann; ese mismo año (1919) produjo su primer film, “La esmeralda de la muerte”, que como casi todas sus primeras obras, no ha sobrevivido. En los siguientes dos años realizó ocho películas, todas ellas marcadas por una tendencia hacia lo melancólico, con aire expresionista y combinando las tomas en interiores con el rodaje en paisajes naturales, que tan comunes son en “Nosferatu”. Fue precisamente esta obra la que lo lanzó a la fama internacional, a pesar de los problemas ulteriores que ello le valió. La viuda de Stoker demandó a la productora por no respetar los derechos de autor, a pesar de los diversos cambios implementados por Murnau con relación a la novela. Al final, ella ganó el juicio y se decretó la destrucción de todas las cintas existentes en Alemania, pero gracias a su difusión en el extranjero, sobrevivieron copias que han llegado hasta la actualidad, aunque la mayoría en mal estado y en muchos casos, tratándose de copias de tercer grado, con recortes importantes.
Las interpretaciones han sido variadas con respecto a “Nosferatu”. Más allá de abrir el libro de la historia fílmica de los vampiros, los recursos expresionistas una vez más nos tratan de advertir de una realidad de la sociedad alemana encubierta. La plaga que arriba a Wisborg no sólo simboliza la cantidad de muertes acaecida durante la Gran Guerra, sino también el hambre y la depresión posteriores y que el gobierno de Weimar se veían imposibilitado de resolver debido a las nefastas cláusulas del Tratado de Versalles; incluso muchos veían al Conde como un antecesor de Hitler. Por otro lado, existe una visión psicológica de la vida: el pueblo a orillas del Báltico es apacible y parece que todo marcha bien, pero a su vez está sumido en el conformismo, huyendo continuamente del mal y no acostumbrado a las crisis; una vez que ésta llega en forma de plaga, ya no será posible revertir el pasado y regresar al punto de partida, porque Wisborg ya no volverá a ser la misma. La enfermedad ha trastornado a todos y de ahora en adelante, el Mal deberá convivir con ellos (en un aspecto personal, me hizo recordar al “Seños de los Anillos” con referencia a la Comarca, que siempre quiso estar aislada de las desgracias del mundo, hasta que finalmente tuvo que afrontarlas). En tercer lugar, surgen las dudas respecto al “sacrificio” de Ellen para salvar a la ciudad… ¿realmente es una devoción especial por su prójimo, o es que existe una atracción hacia el vampiro, o incluso hacia el Mal en particular? Ya desde que el Conde entra a succionarle la sangre a su esposo en la lejana Rumania, ella ya empieza a sentir una inclinación extraña. ¿Sería un aburrimiento de una vida conyugal tan rutinaria frente a la excitación de algo misterioso, exótico… quizás un llamado a la lujuria? Una vez más, pero de otra forma, Murnau nos quiere dar a entender que el Hombre no puede estar tranquilo sin el Mal… siempre existe la necesidad de pecar, tanto por parte del aturdido pueblo, como de parte de la empalagada Ellen (inclusive la candidez de Hutter en su camino a Transilvania nos provoca cierta cólera; todos, incluyéndonos, sabemos el mal que lo acecha, pero él continúa sumisión totalmente confiado, quizás contagiado de esa inocencia que reina en su ciudad natal).
En los interiores, sobre todo en el castillo del Conde, se evidencian claramente los decorados expresionistas, lo mismo que en el maquillaje del protagonista y en el juego espectacular de luces y sombras que contribuye a generar en la audiencia una sensación de tenebrosidad e ignorancia, que combinados, originan un miedo a lo desconocido que es precisamente lo que el director desea. Probablemente se tratara de ese constante miedo en el que la sociedad alemana vivía en tiempos de una inflación galopante, desempleo, escasez de recursos y crisis existenciales. Sin embargo, es también en los exteriores donde Murnau consigue expresar igualmente ese miedo. Wisborg es hermosa, tranquila, pacífica, con todo bien arreglado y dispuesto, y sus habitantes (un vestuario que es fiel reflejo del de la Europa central de 1840) siempre felices, pero esa misma dicha nos da a entender en la apertura del film, que está a punto de resquebrajarse. Posteriormente, los bellos paisajes del sur alemán y el norte rumano no consiguen embelesarnos, porque sabemos que detrás de ello se esconde algo terrorífico (una vez más, como mención personal, recuerdo las palabras del Principito de Saint Exupery, “La verdadera belleza es invisible a los ojos”; en este caso, ocurre precisamente lo contrario). Ya al final, cuando la calamidad es irrebatible, las calles de Wisborg las vemos transformadas, sobre todo cuando la cámara nos muestra imágenes de la propiedad que el Conde ha comprado, una alegoría de la decadencia real de un pueblo sumido en la inercia.
En los interiores, sobre todo en el castillo del Conde, se evidencian claramente los decorados expresionistas, lo mismo que en el maquillaje del protagonista y en el juego espectacular de luces y sombras que contribuye a generar en la audiencia una sensación de tenebrosidad e ignorancia, que combinados, originan un miedo a lo desconocido que es precisamente lo que el director desea. Probablemente se tratara de ese constante miedo en el que la sociedad alemana vivía en tiempos de una inflación galopante, desempleo, escasez de recursos y crisis existenciales. Sin embargo, es también en los exteriores donde Murnau consigue expresar igualmente ese miedo. Wisborg es hermosa, tranquila, pacífica, con todo bien arreglado y dispuesto, y sus habitantes (un vestuario que es fiel reflejo del de la Europa central de 1840) siempre felices, pero esa misma dicha nos da a entender en la apertura del film, que está a punto de resquebrajarse. Posteriormente, los bellos paisajes del sur alemán y el norte rumano no consiguen embelesarnos, porque sabemos que detrás de ello se esconde algo terrorífico (una vez más, como mención personal, recuerdo las palabras del Principito de Saint Exupery, “La verdadera belleza es invisible a los ojos”; en este caso, ocurre precisamente lo contrario). Ya al final, cuando la calamidad es irrebatible, las calles de Wisborg las vemos transformadas, sobre todo cuando la cámara nos muestra imágenes de la propiedad que el Conde ha comprado, una alegoría de la decadencia real de un pueblo sumido en la inercia.
En conclusión, Murnau nos deja múltiples interrogantes… incluso en los más mínimos detalles, como con relación a la muerte de los tripulantes del barco (¿realmente son asesinados o existió una especie de confabulación?), o el espantoso cochero… o los pobladores locales rumanos, quienes parecen de algún modo estar coludidos con todo. La personalidad del Conde es también muy problemática… solemos apreciarlo como la encarnación del mal, pero podría ser a su vez otra víctima, un ser necesitado de amor, que parece vivir en su burbuja palaciega, pero que conoce claramente todas las debilidades de la sociedad que lo rodea. Finalmente, estamos nosotros… ¿tenemos miedo al vampiro o a lo desconocido? Como en el caso del Dr Mabuse, sentimos simpatía por el Conde, y no deseamos su muerte porque sabemos que con ella toda la historia concluirá. Murnau apela a nuestra morbosidad para mantenernos con los ojos pegados a la pantalla y sin querer, al igual que Ellen, nos alegra que algo vaya a romper la monotonía de Wisburg, aunque ello traiga consigo destrucción y dolor…
Ficha:
Duración: 84 minutos
País: Alemania
Género: Terror
Director: F. W. Murnau (1888 – 1931)
Reparto: Max Schreck (Conde Orlock), Gustav von Wangenheim (Hutter), Greta Schröeder (Ellen), Alexander Granach (agente estatal), Max Nemetz (capitán del barco), John Gottowt (Prof. Bulwer).
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