19 de septiembre de 2011

LAS DOS HUÉRFANAS (1921)

En su último gran largometraje, Griffith nos transporta a la Francia revolucionaria, aunque con una clara alusión a la Rusia bolchevique. Sin embargo, es la historia de las dos huérfanas la la que nos termina cautivando. 


   

Henriette se despierta rodeada de la disoluta aristocracia parisina, que la observa como si se tratara de un arlequín; miradas frías expresan su total apatía frente a su sufrimiento, su desesperación por encontrar a su hermana invidente de la cual ha sido forzada a separarse por un noble pervertido. Algunas escenas más adelante, se percibe la misma desesperación cuando la protagonista escucha desde lo alto de su vivienda a Louise cantando; ambas se gritan felices por el reencuentro, pero una partida de soldados impide a Henriette reunirse con su hermana, alargando aún más la trama. Ya al final, durante el desarrollo del juicio, las dos se divisan otra vez, produciéndose nuevamente aquel clima de desesperación que tanto gustaba a Griffith y que contribuía notablemente a acelerar el suspenso que tan vistosamente creaba con el montaje paralelo.
Nos hallamos en los días de la Revolución Francesa, pero el objetivo del director es lanzar un mensaje contra la anarquía bolchevique que imperaba en la Rusia de 1921. Louise es hija de una aristócrata que ha debido ser abandonada a las puertas de Notre Dame, mientras que Henriette es el retoño de una familia humilde, la misma que se ocupa de la adopción de la anterior. Ya jóvenes y sin padres, parten de su casa de campo rumbo a París para llevar a Louise a un médico que la cure de la ceguera. Lamentablemente, la ambición de un depravado causa la separación de las hermanas, y mientras Henriette tiene algo de suerte y es auxiliada por el Caballero de Vaudrey (quienes se enamorarán perdidamente), Louise es explotada por una indigente malvada hasta que el timorato hijo de ésta decide rescatarla de esa vida. De todas modas, la oculta relación entre el Caballero y Henriette determinará que el tribunal del Terror de Robespierre condene a los amantes a la guillotina, y sólo la intervención de Danton a último minuto (en una escena que parece casi una repetición del final de Intolerancia) los salvará. Todo con un corolario de final feliz en el que la madre de Louise se reúne con su hija, junto a todos los ‘buenos’ de la película.
En lo que muchos han considerado la última gran realización de Griffith, se repiten numerosos factores que caracterizaron a los filmes anteriores. Ello evidencia cierto anquilosamiento en su obra, lo cual se acentuaría en los próximos años, pero lo importante es el ejemplo que brindó a cineastas posteriores, casualmente a los soviéticos como Eisenstein y Pudovkin, a pesar que “Las dos hermanas” estaba dirigida precisamente contra la URSS. Junto al muy mejorado montaje paralelo y al uso de los primeros planos, destinados a resaltar principalmente las emociones de Lilian Gish, tenemos ligeras escenas de flash-backs, que reemplazando a los intertítulos, nos sirven para comprender mejor a los personajes o para recordar hechos cruciales. La recurrente escena del azote del padre del mortificado juez del tribunal del Terror, impide que sintamos la misma antipatía que provoca Robespierre, resentido por antonomasia. Los decorados reflejan fielmente la Francia de fines del siglo XVIII, pero en aquella danza grotesca del pueblo que celebra la toma de la Bastilla, parece que el director se dejó llevar demasiado por las costumbres de las primeras décadas del siglo XX. Por otro lado, los personajes históricos no se encuentran plenamente desarrollados, en especial Robespierre, y la nobleza del Antiguo Régimen, tan decadente al inicio, es presentada como la víctima al final (en resumen, las dos hermanas pasan a formar parte de la misma).
“Las dos huérfanas” fue el último éxito taquillero de Griffith. Sus últimos trabajos con United Artists, “Dream Street” (1921), “One exciting night” (1922), “América” (1924) e “Isn’t life wonderful” (1924) fueron un fracaso. El genio de los cortos y los primeros largometrajes no supo renovarse y no pudo competir con los nuevos gigantes, como Cecil B. de Mille, Fred Niblo, Chaplin, Buster Keaton, King Vidor, Henry Ford, Murnau, Fritz Lang, Abel Gance, entre muchos otros. Sus últimas obras fueron para el olvido, siendo “The Struggle” (1931) su segunda y última película sonora. Diversos productores lo convocaron en los próximos años para que colaborara en el rodaje de determinadas escenas y en la supervisión, pero muchas veces se negó o no fue acreditado por su trabajo. Casi olvidado, murió de una hemorragia cerebral en 1948, cuando era conducido inconsciente al hospital de Hollywood. Recibió los máximos honores en el Templo Masónico de Hollywood y fue enterrado en el cementerio de la Iglesia Metodista de Centerfield, Kentucky, cerca de su lugar de nacimiento. Chaplin lo llamaría el “profesor de todos”, sentimiento que compartirían otros grandes. En 1953 se instituyó el D.W. Griffith Award, el mayor honor que un director podría recibir. Sólo Stanley Kubrick, David Lean, Woody Allen, John Huston, Akira Kurosawa, John Ford, Ingmar Bergman, Alfred Hitchcock y Cecil B. de Mille forman parte de esta élite de cineastas.

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Ficha:
Duración: 150 minutos 
País: Estados Unidos
Género: Drama histórico
Director: David Wark Griffith (1875 – 1948)
Reparto: Lilian Gish (Henriette Girard), Dorothy Gish (Louise Girard), Joseph Schildkraut (Caballero de Vaudrey), Frank Piglia (Pierre), Lucille La Verne (Mamá Frochard), Monte Blue (Danton), Sidney Herbert (Robespierre), Frank Loose (Conde), Catherine Emmet (Condesa), Lee Kohlmar (Luis XVI).

5 de septiembre de 2011

THE SHEIK (1921)

La fascinación del mundo árabe siempre ejerció una poderosa influencia en Occidente, lo cual inspiró desde los primeros días del cine a muchos directores para diseñar decorados exóticos... y a la vez eróticos... en donde ocurrían historias casi quiméricas en ambientes en los que el desierto parecía ser el principal protagonista.

File:The Sheik Poster 1921.jpg   

George Melford apeló a las clásicas historias arabescas y decidió llevar a la pantalla grande la novela de Edith Maude en la que una mujer occidental (Diana Mayo) rebelde, desesperanzada frente a la vida matrimonial y que ha optado por llevar una vida frívola en la perdida ciudad argelina de Biskra, en el África Occidental Francesa. Pronto descubrirá que el Sheik Ahmed Ben Hasan, quien es otro personaje algo sórdido y que considera que toda mujer sobre la que pone el ojo le pertenece, se ha fijado en ella y que utilizará una treta para capturarla y llevarla a vivir consigo casi como si fuera su esclava. Sin embargo, pronto la semilla del amor crecerá entre ambos y tendrá como vibrante remate un emocionante rescate de la raptada Diana de las garras del bandido Omar.
Rodolfo Valentino encarna de manera magistral el papel que lo hizo más famoso. Notable la escena en la que irrumpe en su habitación dispuesto a seducir violentamente a su cautiva, pero al verla arrodillada y enjuagándose las lágrimas en el lecho, repentinamente se enternece y desiste de estar con ella, retirándose sin llamar su atención para proceder a ordenar que sea bien atendida en todas sus necesidades desde aquel momento. Los cambios expresivos del actor son inmejorables y una vez más el “latin lover” encantador y atractivo se convierte en el joven embelesado que se rinde ante el amor por una sola mujer. Igualmente notable la actuación de Menjou, que nuevamente lo vemos personificando a un hombre apacible y centrado, que aconseja sabiamente a los dos amantes, a pesar que él ya ha comenzado a amar a Diana (algo similar y en un lugar muy parecido, ocurrirá con este actor y Marlene Dietrich en “Marruecos”, 1930).
Las escenas de exteriores, que fueron rodadas en California, reproducen fielmente el desierto del Sahara, no así las costumbres del mundo árabe. Melford exhibe una Argelia en la que se olvida que ya existía una importante presencia turca y las costumbres de la vida en tiendas del Sheik asemeja más a la península arábiga que al norte de África. Otro aspecto negativo es que los árabes son expuestos con caracteres negativos, casi primitivos, como si se tratara de una historia que ocurre a fines del I milenio y no en los albores del siglo XX (el director debió modificar algunos aspectos, aclarando que en realidad Ahmed era hijo de un inglés y una española, quizás porque habría resultado escandaloso que una dama europea contrajera nupcias con un árabe). Los occidentales aparecen como víctimas discriminadas en las ciudades norteafricanas, mientras que las mujeres se encuentran muy por debajo en la escala social, lo cual no siempre era cierto en el amplio mundo musulmán. Asimismo, la energía de galanteo que se le atribuye a Ahmed, distaba mucho de la realidad con referencia a los auténticos jeques árabes, quienes prácticamente no tenían un contacto más que sexual con las mujeres que les eran ofrecidas. Una visión fantasiosa que la audiencia femenina norteamericana y europea se tomó muy en serio, al punto que los viajes a los países del Medio Oriente se incrementaron, con las ansias de encontrar un jeque o príncipe agraciado.
De todas formas, debe tomarse en cuenta que el objetivo de la película no es tanto la autenticidad, sino más bien el estímulo de la fantasía sexual, aunque claro está, moderada por los cánones de la época (las escenas de violación naturalmente no fueron filmadas). A este tipo de fantasía se suma la del cuento de hadas, cuando vemos aquellas caravanas que surcan el inmenso desierto y todos esos ajuares dentro de la tienda del Sheik; incluso los intertítulos tienen como fondo dibujos que uno podrían jurar que habían sido extraídos de una edición ilustrada de “Las Mil y Una Noches”. Otro objetivo de la obra podrían considerarse el hecho de mostrar la victoria del género masculino, pues al final es Ahmed quien ve cumplido su más profundo sueño de seducción, sin importar el haber quedado realmente prendado de Diana.

    

Ficha:
Duración: 80 minutos 
País: Estados Unidos
Género: Aventura
Director: George Melford (1877 – 1961)
Reparto: Rodolfo Valentino (Sheik Ahmed), Agnes Ayres (Lady Diana), Adolphe Menjou (Raoul), Lucien Littlefield (Gastón), Frank Butler (Sir Aubrey Mayo), Walter Long (bandido Omar).

2 de septiembre de 2011

LOS TRES MOSQUETEROS (1921)

Con “Los Tres Mosqueteros”, el cine de aventuras dio un paso adicional. No se trataba simplemente de adaptar alguna novela a la pantalla grande; era utilizarla para promocionar a un actor, generando una suerte de confusión en la audiencia que vinculaba directamente a aquél con el héroe de la obra literaria... y Fairbanks fue el gran beneficiado...

File:The three musketeers fairbanks.jpg   

“¡Todos para uno… y uno para todos!”… “¡y todos para Fairbanks!”, podría añadirse como colofón a una gran producción del director Fred Niblo que significó la consagración definitiva de Douglas Fairbanks como uno de los héroes de aventuras clásicos del cine mudo, junto a Rodolfo Valentino (que ese mismo año se graduaba de forma similar en los “Cuatro Jinetes del Apocalipsis” y en “El Sheik) y a Ramón Novarro (quien aún debería esperar hasta 1923 para acreditarse en “Scaramouche”), los otros dos galanes de los años 20’.
Fairbanks había nacido en Denver en 1883 y desde muy pequeño fue actor teatral, pero su debut en la pantalla grande ocurrió en 1915 bajo la supervisión de Griffith. Poco a poco se fue ganando el respaldo de la audiencia con sus cómicas apariciones en comedias de slapstick o en algunos western, pero lo que lo haría famoso sería su sonrisa malévola como héroe de acción, el aventurero irónico que se enfrentaba a múltiples enemigos con capa y espada al tiempo que efectuaba una graciosa coreografía con los pies. Siempre con sus movimientos elegantes y una sonrisa diabólica, derrotaba a todos sus adversarios y obtenía el afecto de la heroína al final de la película. A pesar de sus 37 años, jugó el papel de un jovenzuelo atolondrado y osado en “La marca del Zorro” (1920), rol que lo hizo saltar a la celebridad como creador del género del espadachín, que tan popular sería en los primeros tiempos del cine. Una popularidad que sólo requería consolidarse en la actuación, porque como productor, ya había sido co-fundador de la United Artists junto a Chaplin, Griffith y su futura esposa Mary Pickford. Precisamente la realización de esta película permitió a los socios disparar las utilidades que se habían visto reducidas en los meses previos.
De este modo, Fairbanks ya estaba bastante curtido cuando comenzó el rodaje de “Los Tres Mosqueteros”, obra en la que parecería que todo funcionaba a su alrededor, como si el destino hubiera determinado que todo jugara a su favor. Como en el caso del Zorro, el D’artagnan de Fairbanks es un hombrecillo que sale victorioso en todas las vicisitudes, saliéndose con la suya cuando desafía a todo aquél que aparentemente se burla de él. Está resuelto a enfrentarse a tres mosqueteros a la vez (sus futuros compañeros), pero no duda en aliarse a ellos para combatir a los alabarderos del cardenal y al final, terminar salvando a sus nuevos amigos. La suerte le sonríe cuando cae en sus manos el moño de lana de su futura conquista amorosa, la cautivadora Constance. Cuando los esbirros de Richelieu están a punto de matarlo, ensalza al cardenal, quien más vanidoso que nadie, pierde la gran oportunidad de deshacerse del fastidioso aventurero, el cual es capaz después de burlar a toda la seguridad del funcionario. Sus coqueteos a Milady de Winter son determinantes para burlarla y llegar primero a Buckingham (a quien le inspira todas las simpatías). Hasta el mismo Luis XIII se rinde a sus encantos: lejos de irritarse por su torpeza e ignorancia de las reglas de etiqueta frente a la realeza, se entretiene con él y le brinda su confianza. Y ante la Reina, queda como su salvador. En resumen, todos trabajan para Fairbanks… y uno llegaría a pensar si cuando Dumas escribió su novela en el siglo XIX, no tenía ya en mente que algún actor se apropiara como ningún otro ser humano del cálido protagonista.
De todas formas, la actuación de Fairbanks no es la única que sobresale. Tenemos a Adolphe Menjou, quien con su bigote pronto cobraría notoriedad mundial y se convertiría en una marca que lo caracterizaría en todas sus películas. Generalmente representando a personajes poco simpáticos e irónicos, en el caso de Luis XIII no escapa a la norma, pues a pesar que se trata de un personaje “bueno” como opuesto a las maquinaciones del Cardenal, su desconfianza e inseguridad frente a los demás no llega a generar devoción. Nigel de Brulier es extraordinario como Richelieu (diversos historiadores especialistas en la Francia barroca han resuelto que el actor encarnaba a la perfección la personalidad del temido religioso) y ya por primera vez distinguimos a un villano que lleva a un gato entre sus brazos. Finalmente, las mujeres hacen lo suyo manteniendo el film siempre en movimiento y cada una con un papel específico, principalmente la “femme fatale” Barbara La Marr, quien lamentablemente moriría joven. Constance es la jovencita bondadosa que funciona mejor como conector entre el héroe y la soberana; esta última, peca de ingenuidad para propiciarle a D’Artagnan la oportunidad que todo el público quiere ver.
La producción en sí no cuenta con una trama muy elaborada, lo que también juega a favor de Fairbanks. Decorados interesantes, pero lejos de parangonarse a los de “Intolerancia”, “Mujeres frívolas” o “Los 10 Mandamientos” que ya se comenzaba a rodar. El vestuario es asimismo acorde a la época y las calles de París se perciben como si estuvieran repletas de auténticos habitantes y no de extras. Lo que Niblo trabaja muy bien es la sucesión de secuencias paralelas, con lo que consigue generar inquietud y suspenso, como por ejemplo cuando se produce una de las escenas definitivas en la que la Reina es convocada al baile real y ella debe presentarse sin la medalla que Luis XIII le solicitaba; simultáneamente, avistamos todas las peripecias que D’Artagnan debe remediar para poder escabullirse dentro del palacio (algo que casualmente no resulta tan complicado como lo hubiera sido en la realidad). Las escenas de los combates de esgrima están muy bien ejecutadas, pues prácticamente asemejan una coreografía en la que todos los actores definen una completa armonía con sus movimientos y los objetos que los rodean (sean éstos mesas, sillas, escaleras, toneles de vino, una posada exterior o las calles de París), pero en todos los casos, es Fairbanks quien asume el rol de “bailarín” preferente.
De este modo, Fairbanks resultó ser el gran promocionado de la película, un hecho que se iría repitiendo cada vez con más fuerza en los próximos años y que ya estaba de alguna manera incubándose con Valentino a través de “El Sheik”. No obstante, la fama de la novela de Dumas constituyó un aspecto crucial que catapultó a Fairbanks y a todos los que posibilitaron dicho tranco.

  

Ficha:
Duración: 119 minutos 
País: Estados Unidos
Género: Aventura
Director: Fred Niblo (1874 – 1948)
Reparto: Douglas Fairbanks (D’Artagnan), Léon Bary (Athos), George Siegmann (Porthos), Eugene Pallette (Aramis), Nigel de Brulier (Richelieu), Adolphe Menjou (Luis XIII), Mary McLaren (Reina Ana de Austria), Barbara La Marr (Milady de Winter), Marguerite de la Motte (Constance).