En su último gran largometraje, Griffith nos transporta a la Francia revolucionaria, aunque con una clara alusión a la Rusia bolchevique. Sin embargo, es la historia de las dos huérfanas la la que nos termina cautivando.
Henriette se despierta rodeada de la disoluta aristocracia parisina, que la observa como si se tratara de un arlequín; miradas frías expresan su total apatía frente a su sufrimiento, su desesperación por encontrar a su hermana invidente de la cual ha sido forzada a separarse por un noble pervertido. Algunas escenas más adelante, se percibe la misma desesperación cuando la protagonista escucha desde lo alto de su vivienda a Louise cantando; ambas se gritan felices por el reencuentro, pero una partida de soldados impide a Henriette reunirse con su hermana, alargando aún más la trama. Ya al final, durante el desarrollo del juicio, las dos se divisan otra vez, produciéndose nuevamente aquel clima de desesperación que tanto gustaba a Griffith y que contribuía notablemente a acelerar el suspenso que tan vistosamente creaba con el montaje paralelo.
Nos hallamos en los días de la Revolución Francesa, pero el objetivo del director es lanzar un mensaje contra la anarquía bolchevique que imperaba en la Rusia de 1921. Louise es hija de una aristócrata que ha debido ser abandonada a las puertas de Notre Dame, mientras que Henriette es el retoño de una familia humilde, la misma que se ocupa de la adopción de la anterior. Ya jóvenes y sin padres, parten de su casa de campo rumbo a París para llevar a Louise a un médico que la cure de la ceguera. Lamentablemente, la ambición de un depravado causa la separación de las hermanas, y mientras Henriette tiene algo de suerte y es auxiliada por el Caballero de Vaudrey (quienes se enamorarán perdidamente), Louise es explotada por una indigente malvada hasta que el timorato hijo de ésta decide rescatarla de esa vida. De todas modas, la oculta relación entre el Caballero y Henriette determinará que el tribunal del Terror de Robespierre condene a los amantes a la guillotina, y sólo la intervención de Danton a último minuto (en una escena que parece casi una repetición del final de Intolerancia) los salvará. Todo con un corolario de final feliz en el que la madre de Louise se reúne con su hija, junto a todos los ‘buenos’ de la película.
En lo que muchos han considerado la última gran realización de Griffith, se repiten numerosos factores que caracterizaron a los filmes anteriores. Ello evidencia cierto anquilosamiento en su obra, lo cual se acentuaría en los próximos años, pero lo importante es el ejemplo que brindó a cineastas posteriores, casualmente a los soviéticos como Eisenstein y Pudovkin, a pesar que “Las dos hermanas” estaba dirigida precisamente contra la URSS. Junto al muy mejorado montaje paralelo y al uso de los primeros planos, destinados a resaltar principalmente las emociones de Lilian Gish, tenemos ligeras escenas de flash-backs, que reemplazando a los intertítulos, nos sirven para comprender mejor a los personajes o para recordar hechos cruciales. La recurrente escena del azote del padre del mortificado juez del tribunal del Terror, impide que sintamos la misma antipatía que provoca Robespierre, resentido por antonomasia. Los decorados reflejan fielmente la Francia de fines del siglo XVIII, pero en aquella danza grotesca del pueblo que celebra la toma de la Bastilla, parece que el director se dejó llevar demasiado por las costumbres de las primeras décadas del siglo XX. Por otro lado, los personajes históricos no se encuentran plenamente desarrollados, en especial Robespierre, y la nobleza del Antiguo Régimen, tan decadente al inicio, es presentada como la víctima al final (en resumen, las dos hermanas pasan a formar parte de la misma).
“Las dos huérfanas” fue el último éxito taquillero de Griffith. Sus últimos trabajos con United Artists, “Dream Street” (1921), “One exciting night” (1922), “América” (1924) e “Isn’t life wonderful” (1924) fueron un fracaso. El genio de los cortos y los primeros largometrajes no supo renovarse y no pudo competir con los nuevos gigantes, como Cecil B. de Mille, Fred Niblo, Chaplin, Buster Keaton, King Vidor, Henry Ford, Murnau, Fritz Lang, Abel Gance, entre muchos otros. Sus últimas obras fueron para el olvido, siendo “The Struggle” (1931) su segunda y última película sonora. Diversos productores lo convocaron en los próximos años para que colaborara en el rodaje de determinadas escenas y en la supervisión, pero muchas veces se negó o no fue acreditado por su trabajo. Casi olvidado, murió de una hemorragia cerebral en 1948, cuando era conducido inconsciente al hospital de Hollywood. Recibió los máximos honores en el Templo Masónico de Hollywood y fue enterrado en el cementerio de la Iglesia Metodista de Centerfield, Kentucky, cerca de su lugar de nacimiento. Chaplin lo llamaría el “profesor de todos”, sentimiento que compartirían otros grandes. En 1953 se instituyó el D.W. Griffith Award, el mayor honor que un director podría recibir. Sólo Stanley Kubrick, David Lean, Woody Allen, John Huston, Akira Kurosawa, John Ford, Ingmar Bergman, Alfred Hitchcock y Cecil B. de Mille forman parte de esta élite de cineastas.
Ficha:
Duración: 150 minutos
País: Estados Unidos
Género: Drama histórico
Director: David Wark Griffith (1875 – 1948)
Reparto: Lilian Gish (Henriette Girard), Dorothy Gish (Louise Girard), Joseph Schildkraut (Caballero de Vaudrey), Frank Piglia (Pierre), Lucille La Verne (Mamá Frochard), Monte Blue (Danton), Sidney Herbert (Robespierre), Frank Loose (Conde), Catherine Emmet (Condesa), Lee Kohlmar (Luis XVI).