Con “Los Tres Mosqueteros”, el cine de aventuras dio un paso adicional. No se trataba simplemente de adaptar alguna novela a la pantalla grande; era utilizarla para promocionar a un actor, generando una suerte de confusión en la audiencia que vinculaba directamente a aquél con el héroe de la obra literaria... y Fairbanks fue el gran beneficiado...
“¡Todos para uno… y uno para todos!”… “¡y todos para Fairbanks!”, podría añadirse como colofón a una gran producción del director Fred Niblo que significó la consagración definitiva de Douglas Fairbanks como uno de los héroes de aventuras clásicos del cine mudo, junto a Rodolfo Valentino (que ese mismo año se graduaba de forma similar en los “Cuatro Jinetes del Apocalipsis” y en “El Sheik) y a Ramón Novarro (quien aún debería esperar hasta 1923 para acreditarse en “Scaramouche”), los otros dos galanes de los años 20’.
Fairbanks había nacido en Denver en 1883 y desde muy pequeño fue actor teatral, pero su debut en la pantalla grande ocurrió en 1915 bajo la supervisión de Griffith. Poco a poco se fue ganando el respaldo de la audiencia con sus cómicas apariciones en comedias de slapstick o en algunos western, pero lo que lo haría famoso sería su sonrisa malévola como héroe de acción, el aventurero irónico que se enfrentaba a múltiples enemigos con capa y espada al tiempo que efectuaba una graciosa coreografía con los pies. Siempre con sus movimientos elegantes y una sonrisa diabólica, derrotaba a todos sus adversarios y obtenía el afecto de la heroína al final de la película. A pesar de sus 37 años, jugó el papel de un jovenzuelo atolondrado y osado en “La marca del Zorro” (1920), rol que lo hizo saltar a la celebridad como creador del género del espadachín, que tan popular sería en los primeros tiempos del cine. Una popularidad que sólo requería consolidarse en la actuación, porque como productor, ya había sido co-fundador de la United Artists junto a Chaplin, Griffith y su futura esposa Mary Pickford. Precisamente la realización de esta película permitió a los socios disparar las utilidades que se habían visto reducidas en los meses previos.
De este modo, Fairbanks ya estaba bastante curtido cuando comenzó el rodaje de “Los Tres Mosqueteros”, obra en la que parecería que todo funcionaba a su alrededor, como si el destino hubiera determinado que todo jugara a su favor. Como en el caso del Zorro, el D’artagnan de Fairbanks es un hombrecillo que sale victorioso en todas las vicisitudes, saliéndose con la suya cuando desafía a todo aquél que aparentemente se burla de él. Está resuelto a enfrentarse a tres mosqueteros a la vez (sus futuros compañeros), pero no duda en aliarse a ellos para combatir a los alabarderos del cardenal y al final, terminar salvando a sus nuevos amigos. La suerte le sonríe cuando cae en sus manos el moño de lana de su futura conquista amorosa, la cautivadora Constance. Cuando los esbirros de Richelieu están a punto de matarlo, ensalza al cardenal, quien más vanidoso que nadie, pierde la gran oportunidad de deshacerse del fastidioso aventurero, el cual es capaz después de burlar a toda la seguridad del funcionario. Sus coqueteos a Milady de Winter son determinantes para burlarla y llegar primero a Buckingham (a quien le inspira todas las simpatías). Hasta el mismo Luis XIII se rinde a sus encantos: lejos de irritarse por su torpeza e ignorancia de las reglas de etiqueta frente a la realeza, se entretiene con él y le brinda su confianza. Y ante la Reina, queda como su salvador. En resumen, todos trabajan para Fairbanks… y uno llegaría a pensar si cuando Dumas escribió su novela en el siglo XIX, no tenía ya en mente que algún actor se apropiara como ningún otro ser humano del cálido protagonista.
De todas formas, la actuación de Fairbanks no es la única que sobresale. Tenemos a Adolphe Menjou, quien con su bigote pronto cobraría notoriedad mundial y se convertiría en una marca que lo caracterizaría en todas sus películas. Generalmente representando a personajes poco simpáticos e irónicos, en el caso de Luis XIII no escapa a la norma, pues a pesar que se trata de un personaje “bueno” como opuesto a las maquinaciones del Cardenal, su desconfianza e inseguridad frente a los demás no llega a generar devoción. Nigel de Brulier es extraordinario como Richelieu (diversos historiadores especialistas en la Francia barroca han resuelto que el actor encarnaba a la perfección la personalidad del temido religioso) y ya por primera vez distinguimos a un villano que lleva a un gato entre sus brazos. Finalmente, las mujeres hacen lo suyo manteniendo el film siempre en movimiento y cada una con un papel específico, principalmente la “femme fatale” Barbara La Marr, quien lamentablemente moriría joven. Constance es la jovencita bondadosa que funciona mejor como conector entre el héroe y la soberana; esta última, peca de ingenuidad para propiciarle a D’Artagnan la oportunidad que todo el público quiere ver.
La producción en sí no cuenta con una trama muy elaborada, lo que también juega a favor de Fairbanks. Decorados interesantes, pero lejos de parangonarse a los de “Intolerancia”, “Mujeres frívolas” o “Los 10 Mandamientos” que ya se comenzaba a rodar. El vestuario es asimismo acorde a la época y las calles de París se perciben como si estuvieran repletas de auténticos habitantes y no de extras. Lo que Niblo trabaja muy bien es la sucesión de secuencias paralelas, con lo que consigue generar inquietud y suspenso, como por ejemplo cuando se produce una de las escenas definitivas en la que la Reina es convocada al baile real y ella debe presentarse sin la medalla que Luis XIII le solicitaba; simultáneamente, avistamos todas las peripecias que D’Artagnan debe remediar para poder escabullirse dentro del palacio (algo que casualmente no resulta tan complicado como lo hubiera sido en la realidad). Las escenas de los combates de esgrima están muy bien ejecutadas, pues prácticamente asemejan una coreografía en la que todos los actores definen una completa armonía con sus movimientos y los objetos que los rodean (sean éstos mesas, sillas, escaleras, toneles de vino, una posada exterior o las calles de París), pero en todos los casos, es Fairbanks quien asume el rol de “bailarín” preferente.
De este modo, Fairbanks resultó ser el gran promocionado de la película, un hecho que se iría repitiendo cada vez con más fuerza en los próximos años y que ya estaba de alguna manera incubándose con Valentino a través de “El Sheik”. No obstante, la fama de la novela de Dumas constituyó un aspecto crucial que catapultó a Fairbanks y a todos los que posibilitaron dicho tranco.
Ficha:
Duración: 119 minutos
País: Estados Unidos
Género: Aventura
Director: Fred Niblo (1874 – 1948)
Reparto: Douglas Fairbanks (D’Artagnan), Léon Bary (Athos), George Siegmann (Porthos), Eugene Pallette (Aramis), Nigel de Brulier (Richelieu), Adolphe Menjou (Luis XIII), Mary McLaren (Reina Ana de Austria), Barbara La Marr (Milady de Winter), Marguerite de la Motte (Constance).
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