9 de agosto de 2011

VIAJE A LA LUNA (1902)

Cuando terminó la primera proyección de los hermanos Lumiere en el Salon Indien, uno de los invitados se levantó y se acercó a Antoine Lumiere con el propósito de adquirir un cinematógrafo, ofreciéndole nada menos que 10,000 francos (los directores del Museo Grévin y el Folies Bergère sugirieron 20,000 y 50,000 respectivamente). Pero el Sr. Lumiere adujo que el aparato no era otra cosa que una curiosidad científica sin porvenir comercial, así que no valía la pena comprarlo. No tenía la menor idea de lo que estaba sugiriendo...

   

La verdad fue que los Lumiere se cansaron de las filmaciones y proyecciones en pocos años, retornando al estudio fotográfico al iniciarse la nueva centuria y por ende, abandonando el cine definitivamente. En realidad, los venideros años parecieron darles la razón, porque el cine estaba cayendo en el hábito de las tomas documentales, pero precisamente aquel hombre que se había acercado se encargaría de cambiar las cosas. Se llamaba Georges Mélies, tenía 35 años, era hijo de un rico fabricante de zapatos, pero había decidido ser mago e ilusionista. Director del teatro Robert Houdin, no se rindió y consiguió un bioscopio, artefacto similar al anterior, pero ideado por el inglés Robert William Paul, el cual usó en su teatro para proyectar todas las peliculitas que tuvo a la mano. Poco después comenzó a realizar sus propias filmaciones.
Cierto día de 1896 que se hallaba rodando en la plaza de la Ópera, la cámara se malogró. Arreglado el desperfecto minutos más tarde, Mélies continuó con el rodaje, pero una vez que efectuara la proyección en su estudio, descubrió que en un punto de la película, los hombres de levita que transitaban por la plaza se convertían en mujeres, mientras que el autobús que se dirigía a la Bastilla se transformaba en una carroza fúnebre. Así, sin querer, el mago de Montreuil había descubierto el arte del trucaje y reconoció que tenía en sus manos una máquina capaz de realizar los mejores efectos de magia que cualquiera que hubiera conocido antes. Puso manos a la obra y le inyectó al cine la fantasía que requería.
Comenzó Mélies en sus primeras obras con simples “desapariciones” de personas, a la que seguirían las “apariciones”, los reemplazos, sobreimpresiones, objetos que se movían solos, hombres voladores o buzos, fundidos, fotogramas coloreados. Toda una gama de artificios trazados en un estudio en el que este ilusionista hacía de director, fotógrafo, decorador, actor, maquillador, productor, operador, carpintero, pintor y electricista. Produjo entre 1896 y 1913 más de quinientas películas, aunque en la actualidad sólo sobrevive el 10%. En “El hombre orquesta” vemos a Mélies multiplicado en siete músicos, efecto conseguido a través de siete sobreimpresiones sobre fondo negro. En “El hombre de la cabeza de goma” vemos a un científico que logra hinchar una cabeza y luego reducirla, trucaje logrado con un acercamiento a la cabeza, también sobre fondo negro. Destacaron igualmente las adaptaciones de novelas clásicas y acontecimientos históricos, pero en especial la reconstrucción de sucesos contemporáneos a partir de maquetas instaladas en su propio estudio. De allí surgieron “El acorazado Maine”, “El proceso Dreyfus” y la conocida “Coronación de Eduardo VII” en 1902, rodada en su parte inicial en las afueras de Westminster como documental, pero para la misma investidura (prohibida su filmación por las autoridades británicas), en su estudio de Montreuil utilizando a un lavandero encarnando al monarca inglés.
Las películas de Mélies (las más complejas) eran entonces una sucesión de cuadros que asemejaban a un escenario teatral, haciendo sentir al espectador que se hallaba en una platea. Allí quizás falló el gran cineasta al no comprender plenamente la diferencia entre cine y teatro, no aprovechando los alcances del primer plano, que es donde el público puede sensibilizarse frente a las expresiones y gesticulaciones de los actores. De todas maneras, resultaron un éxito a nivel mundial, al punto que comenzaron a venderse reproducciones ilegales en Estados Unidos y el director tuvo que hacer respetar sus derechos abriendo una sucursal en el Star Film de Nueva York en 1903 a cargo de su hermano Gastón. 
Sin embargo, obsesionado con lo que en ese entonces podía considerarse una “súper producción”, alcanzaría la cima de su éxito con “El viaje a la Luna”, obra de 16 minutos (todo un récord cuando las películas no superaban los 5 minutos) inspirada parcialmente en las novelas de Julio Verne y de H.G. Wells, pero a su vez con el toque humorístico que caracterizaba a Mélies. El punto cómicamente álgido constituye el momento en que la cápsula que transporta a los  se estrella en el “ojo” lunar, una escena que se ha convertido en un ícono cultural hasta la actualidad. Además, el director se preocupó especialmente por los decorados y a diferencia de sus filmes anteriores, gastó ingentes sumas en vestuario y en la contratación de extras. La presencia del ballet femenino del Teatro de Chatelet y los acróbatas del Follies Bergere haciendo de selenitas son sólo una prueba de aquello. Una trama bien elaborada, astronautas barbudos y chocarreros, una luna que se queja, unos selenitas que revientan al pinchárseles, unas constelaciones humanoides, estrellas con rostro, hongos gigantescos… todos los ingredientes que construyen un auténtico filme… un cuarto de hora que dio bastante que hablar en su tiempo.
En fin, no pasaría mucho tiempo para que Méllies fuera imitado por otros en Europa y Norteamérica. Sin embargo, su éxito determinó igualmente el nacimiento de las grandes producciones, de la gran industria del cine. Los temas variaron y comenzaron a ajustarse más a la demanda del público, pero el mago de Montreuil no quiso seguir la corriente y continuó con célebres obras como “200,000 leguas bajo el mar” de 1908 y “¡A la conquista del Polo!” de 1912 y “El viaje de la familia Bourrichon” de 1913. Para ese entonces la competencia era extremadamente fuerte y los ingresos de Mélies habían menguado sobradamente, con mayor razón cuando el Congreso Internacional de Fabricantes de Películas que él mismo presidiera, determinara eliminar el sistema de venta por el de alquiler, lo que beneficiaba naturalmente a las grandes sociedades como Biograph, Vitagraph, Pathé, Gaumont, Edison, Nordisk Films, etc., y perjudicaba a los independientes como él.
Las filmaciones siguiendo un hábito teatral ya eran cosa del pasado y el cine empezaba a parecerse más a lo que nosotros conocemos como tal. Pero pese a ello, Mélies respetaba su estilo y así se mantuvo, pues como dice un documental por allí, pedirle que cambiara hubiera sido como haberle pedido a Orson Welles que filmara como George Lucas o como Steven Spielberg. El veterano mago no se rindió y siguió trabajando, aunque tuvo que aceptar la ayuda financiera de su rival Charles Pathé. Sólo el inicio de la Primera Guerra Mundial lo salvó del embargo general de sus bienes, y de allí casi no sabemos nada de él. En 1923, con el dolor de su corazón, se vio forzado a vender su estudio y en un acto de impulsividad, quemó gran parte de los rollos que significó años de trabajo perdidos. Algunos años después unos aficionados lo hallaron vendiendo en un puesto de dulces y juguetes cerca de la estación de ferrocarril de Montparnasse y de este modo la Sociedad de Cine lo sacó del anonimato en 1932 y lo condecoró con la Legión de Honor, un merecimiento quizás demasiado tardío.
Ello no sirvió de mucho para sus problemas económicos. El venerable anciano, fundador del espectáculo de sombras animadas, creador del cine como arte, continuó abriendo puntualmente su puesto de ventas para ganarse el sustento trabajando quince horas diarias, hasta que un cáncer al estómago lo hizo cerrar los ojos definitivamente un 21 de enero de 1938, en el hospital parisino de Léopold-Bellan.

   

Ficha:
Duración: 16 minutos
País: Francia
Género: Ciencia Ficción, Aventura
Director: Georges Mélies (1861 – 1938)
Reparto: Georges Mélies (Profesor Barbalarga), Bleuette Bernon (Luna), Victor André (Astronauta), Farjaut (Astronauta), Kelm (Astronauta), Brunnet (Astronauta), Henri Delannoy (Astronauta).

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