23 de noviembre de 2013

WESTFRONT 1918 - 1930

El realismo de la guerra desde un punto de vista estrictamente alemán... la evidencia del horror de la guerra con la retrospectiva de una crisis económica voraz y un régimen dictatorial que ya se asomaba...

     

Si en Sin novedad en el frente la I Guerra Mundial fue expuesta sin tapujos con todos sus horrores a través de la mirada de un grupo de soldados alemanes, en esta obra contemporánea Pabst también nos muestra un perfil anti-bélico (que le valdría la prohibición de la la proyección de la película durante la etapa nazi) con escenas elocuentes y desgarradoras. Quizá en lo tecnológico y en la trama estrictamente bélica el filme sea inferior al de Milestone, pero el director austríaco nos brinda un agregado relativo a la política, como las conversaciones entre el grupo de cuatro soldados respecto a los errores e incoherencias de las decisiones tomadas por el Káiser y sus generales. Igualmente, cuando el protagonista retorna a casa en unos días de descanso, no sólo encara la crisis económica observando las enormes colas para comprar los productos básicos (preludio al desastre que sobrevendría en los primeros años de la postguerra), sino que se pronto descubrirá que dicha crisis ha llegado a su propio hogar, en donde su esposa, ante la desesperación económica y el abandono forzado del marido, le está siendo infiel con un joven que puede ayudarla con los víveres. 
Las diferencias no se encuentran únicamente en tales cuestiones circunstanciales o personales. No debemos olvidar que es una película alemana, y a diferencia de la norteamericana, no tiene como retrospectiva post-bélica un mejor futuro; por ello, el conflicto se manifiesta como el derrumbe de la civilización, que aún espera su renacer. En la primera escena vemos al grupo de cuatro hospedados en una casa de una villa francesa, jugando naipes, bebiendo vino y flirteando con la joven hija de la pareja anfitriona, cuando de repente un cañonazo sacude todo en los alrededores. Tras un breve susto, continúan con sus vicios y juegos. ¿A dónde quería llegar Pabst con esas imágenes? Por un lado, y como otra diferencia de Milestone, acá todo arranca en 1918, al final de la guerra; todos estaban ya hartos de una lucha interminable que los políticos habían calculado duraría sólo del verano a la Navidad de 1914... así que los ataques eran una rutina y ya todos estaban hartos frente unos dictámenes militares que solían contradecirse... mejor era recordar los días de alegría. No obstante, el director también, en esa pequeña casa de la campiña francesa, nos está planteando las sensaciones y esperanzas de una sociedad alemana en decadencia, no la de 1918, sino la de 1930, harta de los efectos catastróficos de los otros dictámenes, los de Versalles, a punto de recibir el duro golpe de la Gran Depresión, y que también buscaba refugio en la diversión.
Si bien el empleo del sonido con los silbidos y explosiones es superior en Milestone, existen momentos crudos de realismo en los que las expresiones de los soldados ante dichos sonidos nos dicen tanto como un documental de guerra. Tenemos por ejemplo la secuencia en la que, cual sardinas dentro de la trinchera, esta parece que se vendrá abajo, o el momento en que los tanques, como monstruos que simbolizan a los jinetes del Apocalipsis, irrumpen en el frente ante la mirada de terror de los alemanes atrincherados. Y el recuerdo del cine mudo permanece vivo: en medio de cadáveres, como un zombie de alguna futura película de muertos vivientes, se levanta un soldado sin heridas, sucio de fango (¿y de sangre ajena?), despojo de la cruel matanza...
Quizá por ello Pabst le puso un énfasis especial a los diálogos de camaradería (más que a la diversión), concentrándose específicamente en el ambiente bélico. En medio de todo sólo quedaba fomentar la amistad, pero el precio de la misma era la continua pérdida de esos compañeros, que día a día sucumbían como si nada. Es así que conforme avanza la historia, más escabrosas se vuelven las escenas absurdas: he allí al teatrín montado en el frente, con representaciones burlescas que evocan un sentimiento de frustración generalizada y de desesperanza, donde la vida y la muerte ya se confunden día a día y donde ya no importa casi nada si se sabe que al día siguiente puede uno estar muerto. En el hospital callejero al final ya todo es más determinante, donde las remembranzas apocalípticas son más patentes, y en algún momento uno puede llegar a creer que se encuentra en un manicomio, conformado por heridos, muertos, mutilados e indemnes. Acá ya no importa la nacionalidad, todo es insensatez y reflejo de lo insignificantes que podrían llegar a ser los seres humanos... es todo el horror de la guerra reunido.

     

País: Alemania
Duración: 98 minutos
Director: G.W. Pabst
Reparto: Gustav Diessl (Karl), Fritz Kampers (el bávaro), Hans Moebis (estudiante), Claus Clausen (teniente), Gustav Püttler (hamburgués).

MARRUECOS - 1930

"Yo la amo... y haré cualquier cosa para que ella sea feliz"

      

Las palabras del magnate Le Beissiere, representado por el genial Adolphe Menjou, resumen lo que ha sido uno de los emblemas del cine romántico hasta la actualidad. Josef von Sternberg nos introduce en el Marruecos colonial francés, pero lejos de hallarnos en el novelesco mundo del Sheik, nos hallamos en una filial de Occidente en medio del desierto y las ciudades moriscas. La actriz y cantante Amy (Marlene Dietrich) arriba al norte de África con una sensación de frustración emocional, siendo abordada desde el barco por el maduro hombre de negocios, quien se enamora a primera vista de ella. Continuará intentando con ella a lo largo de toda su estancia en la ciudad, pero ella, pese a reconocer su caballerosidad y bondad, no le corresponderá y terminará enamorándose del joven inmaduro y mujeriego legionario Tom Brown, encarnado por un joven Gary Cooper. Paradójicamente, será el mismo Menjou quien ayudará a su amada a reunirse con su querido.
Marlene Dietrich y Von Sternberg ya habían iniciado una relación profesional con El Ángel Azul ese mismo año, de modo que esta película los lanzó definitivamente a la fama a nivel mundial puesto que el mercado norteamericano no se hizo problemas para el estreno del filme ni con relación a algunas escenas consideradas "escabrosas" en la época. Por ejemplo, aquel baile de Dietrich que muchos tildaron de lesbiánico, con el beso en los labios de otra dama como colofón, bien pudieron haber desencadenado una ola de protestas en la Alemania aún conservadora de Weimar. Más allá de eso, la actriz quedó confirmada como la gran seductora de Hollywood, superando (al menos en ese aspecto) a la Divina Garbo, quien también se hallaba en sus días de gloria. Muchos vieron en el papel de Amy (que casualmente evoca al sobrenombre de Aimeé, que la actriz había usado cuando era prostituta en París) una continuación de la Lola que había conducido a la perdición al pobre profesor representado por Emil Jannings; sin embargo, acá no tenemos a una femme fatale que juega con los hombres, sino que se sacrifica por el amor hacia un hombre que no le ofrece nada más que aventuras. Parecería que jugara con el caballero Le Beissiere, pero en realidad no lo hace... simplemente las dudas respecto a la seguridad que le proporciona aquel millonario la hacen dudar, hesitaciones que desaparecen cuando se entera que su amado está herido y necesariamente quiere estar a su lado. El enamoradísimo pero sosegado Menjou, decide acompañarla hasta el fin.
Quizá esta naturaleza renovada de la actriz fue lo que determinó que se consolidara como uno de los iconos cinematográficos de todos los tiempos. Ya no había necesidad de ser una vampiresa sensual y peligrosa sin sentimientos para relucir y seducir a todo el público... ya mostrando un lado más humano y frágil, es capaz de ejecutar la misma proeza. Incluso muchos se han referido a una sexualidad ambigua con relación a la escena antes comentada sobre el beso a otra mujer, que se complementa con el sombrero de copa que viste durante la misma. Podría afirmarse que termina convirtiéndose en la "muñeca" del soldado, pero la casi constante apatía del mismo, dan a entender a las claras que todo es una decisión estrictamente de ella. Además, el mayor protagonismo que el director le otorga a Menjou acrecienta dicha cuestión.
Este último personaje, que representa lo que muchos consideran el hombre ideal que tiene gran poder social y económico pero que no espera nada a cambio de sus dádivas, es quien a la larga inclina la balanza a favor de su rival, un aún crudo Cooper fiel a su espíritu donjuanesco y que se resiste a creer que también está enamorado de la actriz. 
En otros aspectos, se nota todavía el influjo de la era muda en diversas secuencias, como aquella en la que el magnate se acerca a una seria actriz en su camarín, y detrás de ambos podemos leer pintado en el espejo: "Cambié mi mente"... una frase que resume toda la escena (y la película) perentoriamente. Los juegos de luces son también cruciales: en los interiores siempre sobresalen las sombras, quizá por el hecho que allí dentro es donde todo es ambiguo, donde ella principalmente se ve sumergida en las dudas respecto a la decisión a tomar, sombras que no son más que recuerdos de un pasado no aludido, pero claramente presente. En las calles o el desierto todo es más brillante, como la luz que nos envuelve... y allí está la última escena magistral, donde ella, resuelta a seguir al amor de su vida, se lanza descalza a recorrer las arenas del Sahara detrás de la legión y con la única compañía de otras mujeres que han decidido también seguir el mismo destino en pos de sus hombres. Antes de ello, empero, se despide con un beso de agradecimiento del otro hombre que la ama, quizá más que el soldado...

  

País: USA
Duración: 91 minutos
Director: Josef von Sternberg
Reparto: Marlene Dietrich (Amy Jolly), Gary Cooper (Tom Brown), Adolphe Menjou (La Beissiere), Ulrich Haupt (Teniente Caesar)

BAJO LOS TECHOS DE PARÍS - 1930

Los techos, París, Francia, la música... René Clair ya nos impresionaba desde el alba del cine sonoro con las formas que caracterizarían su obra, llenas de comicidad y traiciones, pero exponiéndonos la vida tal como es...

    

El París de la primera postguerra se nos presenta de forma majestuosa y realista. La vida bohemia está en todas partes, pero sobre todo la música, que nos recuerda desde la apertura del filme que ya estamos en la era sonora. Los techos de la ciudad irrumpen para dar lugar a un callejón en donde los vecinos se han reunido a cantar en torno a Albert, desempleado que vive de su música y que brinda algo de alegría a una comunidad agobiada por la crisis. De repente, la música se acaba y parecería que hemos retornado a la época muda, presenciando cómo los dos protagonistas se conocen e inician una historia de amor muy exótica, pero intensa. El gran director René Clair deja muy en claro con esos altibajos mudos y sonoros, que en realidad no confiaba del todo en el diálogo, creyendo que éste le iba a quitar expresión artística a los personajes. Por el contrario, sí supo aprovechar con creces el empleo de la música y los sonidos individuales de las personas, por encima de la voz. 
En realidad, Clair estaba esencialmente experimentando con el sonido más que buscar una fluida sincronización con las imágenes. Las canciones y los frecuentes sonidos de acordeón parecen ser la antesala de los musicales, al tiempo que las conversaciones sirven para reemplazar los intertítulos, porque son principalmente introductorios a las escenas aún silentes. Muchas veces las vemos a través de sombras, entre una ventana semiabierta o detrás de los cristales, clara evidencia de una época que se resistía a desaparecer. No obstante, en algunos aspectos Clair utiliza únicamente el sonido para no chocar con los prejuicios morales de la época, como cuando vemos a Pola y Albert en su primera noche juntos con las luces apagadas, apenas escuchando algunos inocentes sonidos.
La historia es simple y compleja a la vez. Un triángulo (o cuadrilátero) amoroso, en el que la ingenua Pola es seducida por tres hombres, el cantante y protagonista Albert, que terminará en prisión por enfrentarse al otro seductor, el gángster Fred. Louis, amigo del primero, se encargará de ella mientras Albert está encarcelado, pero al final se enamoran y se queda con ella, todo en medio de escenas cómicas y dramáticas, así como alguna que otra secuencia que nos traslada a las primigenias historias mafiosas de los Estados Unidos. Mas no sólo eso. Estamos ante una vívida imagen del París de la primera postguerra, justo en el punto intermedio de la misma, ad portas de la gran crisis económica que se avecinaba. Clair expone únicamente los barrios populares y una clase media empobrecida que debe emplearse de cualquier forma, ya sea vendiendo canciones o traficando alcohol. 
Y así, como empieza, todo acaba en este peculiar película que nos enseña lo complejo que puede ser el corazón de los seres humanos y lo complicadas que resultan ser las relaciones amorosas. Unos pierden, otros ganan, otros se pelean y luego se amistan, pero al final la vida continúa...

  


País: Francia
Duración: 95 minutos
Director: René Clair
Reparto: Albert Prejean (Albert), Pola Illery (Pola), Edmond Greville (Louis), Bill Bocket (Bill), Gaston Modot (Fred).

1 de julio de 2013

SIN NOVEDAD EN EL FRENTE - 1930

Una imagen vívida sobre el primer gran conflicto mundial: las trincheras, las explosiones, la muerte por doquier, la falsa propaganda...



File:All Quiet on the Western Front (1930 film) poster.jpg        


Una película de guerra, pero netamente anti-bélica. En 1930 aún no se vivía un nuevo ambiente de guerra mundial, pero ciertamente no había desaparecido del todo la norma general de emplear la violencia antes que la diplomacia para solucionar los conflictos entre estados. Razón suficiente para que esta película fuera criticada como una forma de desmotivar al heroísmo y a la lucha por la patria. Por otra parte, el hecho que el director Lewis Milestone hubiera elegido como protagonistas a soldados alemanes, fue un punto en contra para el éxito de su producción y para que fuera prohibida su proyección en diversos países. Aun así, el filme es hasta la actualidad una pieza clave en la historia del cine bélico, y podría decirse que en la historia del cine en general. 
En Sin Novedad en el Frente todavía se perciben rasgos de la era muda, pero en diversas escenas estrictamente bélicas el empleo del sonido ya marca un hito cuando percibimos claramente que cada explosión está relacionada a la muerte. Pero no sólo eso, porque los discursos persuasivos del maestro de escuela, las órdenes del sargento, las conversaciones en torno a los causantes del conflicto, los gritos desesperados pidiendo auxilio, el motor de los aviones, el crepitar de las bombas y el fuego de las ametralladoras... todos elementos que en su conjunto crean un ambiente de guerra de un modo tal que el cine mudo no había podido lograrlo. Los rápidos movimientos de cámara son también cruciales, al tiempo que la adaptación de la novela de Erich Maria Remarque es muy fidedigno. La fotografía no se queda atrás para combinarse genialmente con la edición sonora. Pueblos semi destruidos en medio del humo por donde marcha una soldadesca cansada de ver siempre lo mismo, hoyos que sirven de refugio cubiertos de barro en donde los soldados, como ratones asustados, simplemente esperan que las explosiones se sucedan y se sucedan, o llanos borrosos por donde corren inexorablemente los combatientes, cayendo gran parte de ellos. Escenas en las que la audiencia parecería estar allí mismo, compartiendo con los personajes todos los sinsabores de la matanza.
El contenido, no obstante, no está orientado hacia el heroísmo o a ensalzar a algún determinado personaje. El aparentemente más importante es el joven Paul Bäumer (interpretado por el entonces poco conocido Lew Ayres), quien se convierte quizá en el soldado prototipo de la Gran Guerra. Parte al frente en 1914 lleno de expectativas e ilusiones, creyendo tontamente (como todos) que la lucha habría acabado para fin de año. La felicidad continúa en el campo de entrenamiento, pero en las trincheras encontrarán una vida que nadie les había comentado, azotada por el hambre, el miedo, la desesperanza, el perenne temor a la muerte que está presente en todas partes, la agonía previa al deceso y hasta la locura. Ciertamente se vuelven más fuertes por fuera, pero sus almas ya se hallan en un estado completo de atormentación. A la alta oficialidad poco le importa esto, porque siempre tiene a la mano nuevos jóvenes que, como los anteriores, están igualmente dispuestos a ofrendar sus vidas con alegría. Pero Bäumer, quien extrañamente sobrevivirá casi hasta el final de la guerra en 1918, va descubriendo paso a paso lo absurdo e irracional de toda esa carnicería, sobre todo cuando comparte algunas palabras con un soldado francés poco antes de verlo morir. 
A partir de entonces la obra entra en una especie de lento epílogo, que se percibe con la cada vez más creciente confraternidad entre todos. Ya se han dado cuenta que no están de paseo y que en realidad han sido engañados por las autoridades y sus jefes; ya no interesan los objetivos militares, sino sobrevivir y dar algún sentido a la vida en ese "infierno". Además, el hogar no está muy lejos, lo cual lo experimenta Bäumer cuando se le concede permiso para retornar unos días a su pueblo, en donde con valentía se enfrenta a su viejo maestro y describe a los alumnos de la escuela los reales horrores del frente. Hay una historia de amor por allí, así como el dolor de la amistad perdida cuando el veterano amigo es alcanzado por una metralla cuando él Bäumer lo cargaba. Los recuerdos de la infancia estarán presentes en la última secuencia, con nuestro personaje principal extendiendo la mano para alcanzar una mariposa semejante a las que colecciona su hermana, poco antes de ser abatido por un enemigo escondido en una trinchera... la mariposa, símbolo de la belleza y la paz, sobre la mano muerta, es quizá el principal mensaje que Milestone nos otorga en esta obra maestra.


 


País: Estados Unidos
Director: Lewis Milestone (1895-1980)
Duración: 147 minutos
Género: Bélica
Reparto: Lew Ayres (Bäumer), Louis Wolhem (Katzcinsky), John Wray (Himmelstoss), Slim Summerville (Tjaden), Russell Gleason (Müller).

1 de mayo de 2013

EL ÁNGEL AZUL (1930)

El debut de Marlene Dietrich, cautivador y seductor, contrasta con la experiencia de Emil Jannings... una película estremecedora que marca el final y el nacimiento de una época en el cine alemán


    
Marie Magdalene Dietrich nació en 1901 en un barrio de las afueras de Berlín, Schöneberg.  La menor de dos hermanas, perdió a su padre a los seis años y no pudo ser adoptada por su padrastro, el aristócrata Eduard von Losch, quien falleciera en 1916 víctima de una herida de la guerra. La encantadora niña, amante del violín, la poesía y el teatro, fue apodada desde muy temprano 'Lena' y 'Lene', hasta que uniendo dichos sobrenombres con su primer nombre, quedó el definitivo 'Marlene'. Poco después de finalizado el conflicto, debutó como cantante coral en varios cabarets berlineses, fracasando en su intento de acceder a la academia dramática de Max Reinhardt, aunque sí consiguiendo entrar a trabajar a varios de sus teatros. Su debut en el cine ocurrió en 1922, en Así son los hombres. En ese mundo conoció a Rudolf Sieber, con quien se casó en 1923 y tuvo a su única hija Maria Sieber. Continuó apareciendo en escenarios teatrales de Berlín y Viena, pero sólo ocasionalmente en la pantalla grande, hasta que finalmente el gran Josef von Sternberg la convocó para uno de los papeles principales de El Ángel Azul, la bailarina Lola Lola, el rol que la hizo saltar a la fama definitiva. 
Es posible que Emil Jannings haya tenido algo que ver, tomando en cuenta que fue él quien solicitó al director abandonar temporalmente el mercado hollywoodiense y rodar algo para la UFA. Ellos ya habían trabajado conjuntamente en The Last Command (1928), película por la que Jannings obtuvo el primer óscar a mejor actor, mas en este caso el éxito popular del gran actor alemán se vio totalmente opacado por la joven actriz. La esbelta Marlene, sentada provocativamente con su sombrero de copa, las piernas entrecruzadas, y volteando el rostro hacia un costado con una mirada desinhibida, creó de ese modo una sensual pose que sería histórica, casi un símbolo cinematográfico. 
En la obra, Dietrich es una bailarina de tercera categoría de un club nocturno en un pequeño pueblo alemán, donde vive también un profesor de escuela secundaria, muy orgulloso de su cultura y conocimientos, a pesar de la monotonía de su vida. Además, no se limita a lo estrictamente académico, sino que está decidido a implantar los más sólidos valores morales a sus alumnos, por lo que entra en crisis cuando descubre las fotografías de Lola Lola en sus bolsillos, decidiendo ir el mismo al cabaret a encarar a la joven. Al final, terminará prendado de ella, y humillado por sus alumnos, abandonará la escuela para sumergirse en un mediocre mundo que será su perdición. A primera vista, la imagen de una femme fatale en Dietrich resulta ser lo más lógico, y en realidad no es del todo incierto, pero sus intenciones son efímeras. Ella quiere sólo entretenerse unos días con el profesor, no es nada calculadora y todo lo toma como diversión, pues la verdad es él quien cae por sí mismo, quizá agobiado por la represión sexual y una dilatada soledad. 
¿Realmente se dirige al club por una cuestión moral? ¿Acaso no está demostrando su deseo cuando observa fijamente la foto de Lola que acaba de arrebatar a uno de sus alumnos, intentando mirar por debajo del vestido retratado? Es un hombre que vive en su pequeño mundo, que se siente el gran maestro y que tiene todo el poder, al ser uno de los personajes más reconocidos. Dentro del mismo local nocturno, aún mantiene esa petulancia y orgullo al imponerse sobre el director del show y sobre aquellos que pretenden abusar de Lola. Sin embargo, cuando está frente al escenario su ego se derrumba, porque sabe en el fondo que toda ese gentío mediocre no siente admiración por él, no lo valora, posiblemente ni siquiera sepa quién es. Un burgués intelectual encerrado en unos principios que, equivocadamente, creyó se extendía a todos. Ya más adelante, esa frustración se agudizará cuando tenga que dedicarse a vender volantes entre los concurrentes y a hacer el papel de payaso... que es precisamente en lo que se ha convertido en la vida real.
Más allá del personaje, la misma actuación de Jannings no parece cuadrar bien con la nueva era sonora. Todavía se comporta como un actor de los días mudos, centrándose más en la expresividad y los gestos que en las palabras, pero ello no quita que su actuación sea brillante. Debemos aceptar que la voz de Dietrich cuando canta seduce a más de uno, y eso quizá refleja la genialidad de Von Sternberg: el profesor no es sólo ignorado por los espectadores del club, sino por quienes asistimos al cine. La desinteresada bailarina que sólo piensa en disfrutar de la vida, sin esperanzas ni ambiciones mayores, obtiene todo el interés del público. Por otro lado, el pueblo nos hace recordar un poco a El gabinete del Dr. Caligari (1920), con callejones intrincados y cerrados, produciendo una sensación de claustrofobia y de que estamos ante una última dosis de expresionismo. Algo similar ocurre dentro del club, cuyos ambientes siempre parecen estar copados, ya sea de personas o de cachivaches. Es un mundo cerrado, con escasos espacios abiertos, como la mente del profesor, así que de algún modo estamos ante una representación exterior de su propio carácter. Igualmente, no podemos dejar de estar tentados a pensar que el triunfo de la mediocridad sobre las buenas costumbres reflejaban también la decadencia de la Alemania de la primera postguerra y ya afectada por la Gran Depresión.
Finalmente, todo tiene que explotar. Ya convertido en un payaso en el sentido literal, habiendo perdido todo, el maestro explota y ataca al nuevo amante de su mujer, pero en ese momento no percibimos un odio contra ella o contra aquel, sino contra sí mismo... o contra todo. Surgen las remembranzas de El último hombre (1924) de Murnau, cuando el despedido portero se retira a morir a los lavados, aunque en esta ocasión no habrá piedad del director ni final feliz... y veremos una última patética escena, con el anciano aferrado al pupitre donde alguna vez fuera feliz con sus alumnos, exhalando su último suspiro. Un último suspiro de un hombre reprimido y conservador, un último suspiro de un tipo de cine... y un último suspiro de una sociedad alemana sumida en una crisis terrible y que estaba a puertas de abrirle las puertas al régimen más devastador de su historia...

    

País: Alemania
Director: Josef von Sternberg (1894-1969)
Género: Drama
Duración: 107 minutos
Reparto: Emil Jannings (Profesor Rath), Marlene Dietrich (Lola Lola), Kurt Gerron (mago), Reinhold Bernt (payaso), Edouard von Winterstein (director del colegio).