21 de diciembre de 2011

DIE NIBELUNGEN (1924)

Traiciones, venganzas, muertes, honor, lealtad… tantas virtudes resumidas en la mayor epopeya del mundo germánico… ¿Buscaba Fritz Lang un retorno al pasado mágico o pretendió esbozar un himno al nacionalismo alemán?


        

El gran director Fritz Lang y su guionista y compañera Thea von Harbou plasmaron en la pantalla grande la épica historia de Sigfrido y los Nibelungos, lo que se convirtió en una de las tres obras maestras del director en el arte mudo, junto al Dr Mabuse y a Metrópolis. Muchas dudas surgieron respecto a cuáles habían sido las intenciones de esta pareja, pero sin duda rondó el objetivo de querer equipararse a las excentricidades y mega-producciones de Hollywood que arrasaban con la taquilla. Sin un gran presupuesto, ciertamente Lang consiguió este objetivo, pero su triunfo sólo se limitó a Alemania y a algunos países europeos, porque en Estados Unidos el público se sintió algo decepcionado, seguramente por el poco dramatismo sobreactuado de los personajes o de la irracionalidad que no cuajaba con los finales felices rodados en California. Pese a ello, la historia fue más justa con un director que, a partir de entonces, fue nominado como el más alemán de todos los directores alemanes. El nacionalismo implícito en la obra constituye uno de los factores por los cuales se llegó a calificarlo de ese modo.
La trama es de algún modo conocida. Sigfrido, hijo de reyes, se ha criado en cuevas donde se le han enseñado valores y a utilizar la espada. Un día decide ir a encontrar el amor y casarse con Crimilda, sumergiéndose en un mundo que asemeja al de un cuento de hadas y a una época claramente legendaria perteneciente al pasado germánico. Enfrenta a un dragón, al cual da muerte y luego se baña en su sangre para adquirir la inmunidad, pero no se percata que una hoja de roble se posa en su espalda y, cual Aquiles con su talón, le deja una parte de su cuerpo vulnerable. Poco después, rumbo a la corte burgundia, da muerte al señor de los enanos, a quien arrebata el famoso tesoro de los Nibelungos. Lamentablemente para él, la debilidad y cobardía del rey Günther sellarán su destino: éste está dispuesto solamente a entregarle a su hermana Crimilda si es que lo ayuda a enlazarse con la temible Brunilda, reina de Islandia. Es ella una amazona salvaje que sólo concederá su mano al hombre que sea capaz de derrotarla en combate y en otras pruebas… vive amargada y su furor se incrementa cuando se entera que no es Sigfrido, de quien se prenda inmediatamente, quien ha ido a cortejarla. De todos modos, el héroe cumple su propósito engañando a todos con una capa mágica que lo torna invisible y así se forjan los dos matrimonios. Sin embargo, transcurridos unos años Brunilda descubre el engaño por boca de la imprudente Crimilda y decide vengarse de Sigfrido, pidiéndole a Hagen Tronje, el escudero real, que le dé muerte. Durante una cacería, y tras haberle sonsacado a Crimilda el punto de vulnerabilidad de su marido, el traidor da muerte de un flechazo a Sigfrido, con cuyo cuerpo velado por las dos mujeres gimientes, finaliza la primera parte del filme.
En la segunda parte (pues era costumbre de Lang proyectar las películas en dos partes a inicios de la década de los 20’) Brunilda ha desaparecido, pero la viuda Crimilda, enterada de la verdad, clama venganza, pero se ve impotente debido a que Hagen ha lanzado al Rin todo el tesoro de los Nibelungos. Empero, encuentra una oportunidad cuando Atila pide su mano; tanto a él como al margrave Rüdiger los hace jurar venganza en caso que sea injuriada. Años después le da un hijo a su nuevo esposo y ello conlleva a que los burgundios sean invitados a la corte del rey huno. Crimilda ve entonces que ha llegado la oportunidad de dar muerte a Hagen, por lo que recuerda al rey su juramento y paralelamente, ofrece gran cantidad de oro a los soldados hunos para que ellos se encarguen de matar al traidor. Así, mientras se desarrolla la cena de bienvenida en el palacio de Atila, en una cueva los soldados entran en reyerta y todo se contagia; Hagen incluso llega a dar muerte al heredero del monarca huno, pero a pesar de ello sus compañeros están resueltos a defenderlo y no entregarlo al enemigo. Crimilda ordena que se lancen innumerables ataques al palacio, que se ha convertido en fortaleza de los asediados burgundios, los cuales, más disciplinados, son capaces de repeler todas las acometidas. Llega un momento que tanto Rüdiger como dos hermanos menores de la reina perecen en combate, pero pese a ello, insiste con su venganza. Finalmente, ordena lanzar una lluvia de flechas candentes al recinto para asfixiar al enemigo, lo que por fin consigue tras mucho empeño. Sólo Hagen y Günther sobreviven: el segundo es decapitado y al primero la misma Crimilda lo mata, antes de ser atravesada por un cortesano huno, como castigo por todas las calamidades llevadas.
Cinco horas en las que Lang se esmeró para que la película fuera lo más fiel posible al poema épico. Prácticamente lo logró, pero el costo de ello fue la configuración de personajes estereotipados, cuyo sino el espectador lo infiere casi desde el inicio: sabemos que el leal y valiente Sigfrido tendrá que caer víctima de una traición; que Hagen y Günther tendrán que pagar por sus pecados tarde o temprano; que Crimilda se consumirá en su venganza hasta el final; que los inocentes pero honestos hermanos menores, junto a Rüdiger, se verán afectados por toda esta sed de punición que no se detiene hasta el final de la obra. De Brunilda no conocemos su sino, pero podemos inferir que el haber mandado dar muerte a su amado la sumergiría en un dolor irremediable.
Por otro lado, los estereotipos corresponden también a los grupos. Los burgundios constituyen la disciplina, la prudencia, la lealtad extrema, valentía, sentido del deber al extremo, pero al mismo tiempo encarnan anti-valores lamentables, como la venganza, la traición, la decepción, la esclavitud por los principios y una tendencia a la auto-destrucción que se denota con toda claridad al final de la película. Probablemente en ese aspecto el director pretendió esbozar la ambivalencia de la idiosincrasia germana y de sus consecuencias, percibidas mejor que nunca durante el Imperio Prusiano y la Primera Guerra Mundial, con el lógico derrumbamiento de un estado militarista y el subsiguiente caos político y económico que aún se vivía en 1924. ¿Trataba de darle una lección a la sociedad alemana de la República de Weimar? ¿Es que acaso la primera parte de la película constituye una imagen del supuesto progreso de los días de Bismarck y Guillermo II, mienras que la segunda parte lleva implícita la catástrofe de la Gran Guerra? Muchos han querido ver a la guardia de la corte de Günther, más parecida a una colección de autómatas, al ejército e incluso a la población civil alemana de fines del siglo XIX e inicios del XX, que persiguiendo las virtudes burgundias casi sin pensar, terminó auto-destruyéndose por los defectos que aquéllas llevaban implícitos dentro de sí.
Por el contrario, los hunos son más o menos lo contrario que los burgundios, con un Atila que no cuadra para nada con el modo como lo pinta la Historia, que más parece un payaso que pierde todo sentido de la realidad cuando su hijo es asesinado, al punto que ya no es capaz siquiera de controlar no sólo a Crimilda, sino tampoco a sus subalternos, acabando en la película como un payaso al que nadie respeta, un simple espectador de lo que acontece entre su reina, sus enemigos y sus cortesanos (pese a ello, desde que Lang nos lo presenta, encarnado por el genial Klein-Rogge, el mismo que representa a Mabuse, ya uno puede ir deduciendo que es mucho menos que un guerrero conquistador). Podría vislumbrarse entonces un férreo nacionalismo y un deseo de condenar como ligero y primitivo lo extranjero, sobre todo si se trataban de elementos extraeuropeos, pero por otra parte, la obra deja la sensación que en el fondo la sociedad alemana deseaba ser un poco como la huna, que al fin y al cabo resulta la vencedora.
Ya deteniéndonos en los escenarios, Lang es muy sobrio con las construcciones, concentrándose en la idea de lo imponente y monumental en ambas cortes, de modo que los humanos se asemejan a miniaturas que poco pueden hacer frente al entorno que se les ha impuesto; es decir, no son más que peones que al final terminarán actuando tal como lo decreta la historia, los mitos, los principios sobre los cuales descansa la leyenda. Los decorados geométricos y repetitivos de las recámaras manifiestan a su vez rutina, una rutina de traiciones y venganzas de las que Burgundia es esclava. Tenemos asimismo escenas de estudio, como los bosques en donde la neblina o la nieve colocadas artificialmente brindan un aspecto melancólico y mágico que contrasta con los interiores; parecería que sólo en la naturaleza los hombres se sienten realmente libres y donde la maldad encuentra un freno. Es precisamente en el bosque de hayas (armado en un interior) de la segunda parte cuando vemos por única vez a la Crimilda de la primera parte, sufriendo por Sigfrido con un alma pura, lo cual no tardará en resquebrajarse cuando se entreviste con Rüdiger y Atila. Incluso no faltan las tomas surrealistas, como el ataque contra las afueras de Roma, en la que vemos a Atila burlándose de unos niños desnudos que juegan con las flores de un árbol… ¿no será acaso que el director se está burlando de la ferocidad y la irracionalidad de sus personajes anteponiendo la inocencia y dulzura infantil?
Los efectos especiales fueron de importancia igualmente. Ya era algo conocida la técnica de la super-imposición, cuando vemos a Sigfrido aparecer y desaparecer en el momento que socorre a Günther durante las pruebas contra Brunilda. El dragón, no obstante, fue el primer monstruo de su tipo. No llegamos a ver todo su cuerpo, pero fue impecablemente maniobrado y se dice que Lang daba las órdenes por teléfono a los operarios que estaban dentro de la máquina y que ayudaban al movimiento de los ojos. Asimismo, podemos disfrutar de un gran repertorio que conformaba por entonces la clásica de oferta de actores de Lang, que ya se habían visto en realizaciones anteriores y muchos de los cuales se repetirían en Metrópolis. En fin, una producción magistral sin tintes psicológicos, pero sí sociológicos e históricos, un homenaje a las pasiones humanas y sobre todo, a como las virtudes y los vicios se suelen confundir en los avatares de la vida.

       

Ficha:
Duración: 287 minutos 
País: Alemania
Género: Fantasía
Director: Fritz Lang (1890 – 1976)
Reparto: Margarethe Schön (Crimilda), Paul Richter (Sigfrido), Hanna Ralph (Brunilda), Theodor Loos (rey Günther), Hans Schlettow (Hagen Tronje), Gertrud Arnold (reina Ute), Rudolf Klein-Rogge (Atila), Rudolf Rittner (Margrave Rüdiger), Bernhard Götzke (Volver), Hans Müller (Gerenot), Erwin Biswanger (Giselher).

12 de diciembre de 2011

LA ROUE (1923)

El mundo oscuro de las locomotoras agobia a personajes y espectadores… el mundo blanco de las nieves alpinas, casualmente también provoca la misma sensación… ¿se trata de la soledad o de la liberación?

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Abel Gance nació en París en 1889, hijo ilegítimo de un próspero médico y una trabajadora obrera, que debió ser criado por sus abuelos en el centro del país hasta su retorno a la capital y reunión con su madre, quien para ese entonces se había casado con el mecánico Adolphe Gance, de quien Abel tomó definitivamente el apellido. Su vida escolar no fue nada exitosa, a pesar de sus invenciones posteriores. Tuvo que abandonar el colegio a los 14, pero su pasión por el arte y la literatura lo proveyó de una educación autodidáctica respetable, lo que le permitió trabajar inicialmente como abogado, hasta que finalmente ingresó al teatro. A los 18 años se mudó a Bruselas, en donde comenzó a escribir sus primeros guiones cinematográficos. De regreso a París, actuó en su primera película en 1909, Molière, pero no le fue muy bien hasta que junto a unos amigos, fundó una productora y pudo comenzar a dirigir sus primeros filmes en 1911; La Digue fue el primero de ellos. El éxito no le sonrió una vez más, decidiendo retornar a sus trabajos teatrales, los cuales se vieron interrumpidos con el estallido de la guerra, por lo que prefirió inclinarse una vez más por el séptimo arte. Ya para ese entonces decidió copiar las técnicas de montaje empleadas por Griffith, así como los primeros planos y otras innovaciones de la época. En cuanto a la temática, hasta aquel momento se había fijado básicamente en tramas individuales y familiares, pero a partir de 1917 su interés se centró en los dramas sociales. La Dixiéme symphonie (1918) es una obra genial en la que un compositor imprime todos sus sufrimientos en su obra de arte, mientras que en J’accuse! Se percibe una dura crítica contra los abusos de la Gran Guerra. Fue allí cuando su fama adquirió cariz mundial, puesto que se le invitó a exponer la obra en Estados Unidos, a una premier a la que asistieron Griffith y las hermanas Lish.
De regreso a Francia, Gance se dirigió a Niza e inició su trabajo en su nuevo proyecto, la célebre La Roue, cuyo rodaje le tomó desde fines de 1919 hasta 1922, pero que no sería proyectada sino un año después. Fue una labor lenta, tomando en cuenta que su compañero Ida Danis estaba muriendo de tuberculosis, al tiempo que las enfermedades afectaban al protagonista Severin Mars. De todos modos, con 32 bobinas, resultó ser una obra monumental cargada de realismo e impresionismo.
La historia es aparentemente simple. El maquinista Sisif es partícipe de un accidente de trenes, que en última instancia él evita que sea peor. Durante la tragedia, encuentra a una niña pequeña que ha quedado huérfana y decide adoptarla para que le brinde compañía a su hijo Elie, cuya madre muriera al momento del parto. Con el tiempo, empero, Sisif se termina enamorando de su hijastra (Norma), mientras que Elie (un fabricante de violines) también cobra un afecto especial por ella, aunque él lo confunde con amor fraternal. La frustración de Sisif se va notando palmariamente en su aburrimiento laboral, sus borracheras, sus broncas con sus colegas maquinistas, etc., mientras repara que la pobreza está arruinando a su familia. Comete el error de confesarle la verdad a Hersan, el empresario que se halla obsesionado con Norma, y para que el secreto se guarde permite que este hombre se la lleve como esposa. Ella, a pesar de no estar enamorada, asiente porque sabe que constituye una carga económica para su “padre”. Lamentablemente, la frustración de Sisif va en aumento, sobre todo cuando queda medio ciego por un accidente y poco tiempo después es responsable de un incidente que le cuesta el despido y el traslado a un puerto alpino allende al Mont Blanc para conducir un funicular. Elie también se lamenta, especialmente porque ya ha descubierto la verdad oculta y ya puede comprender el amor por Norma. La segunda parte de la película ocurre en paisajes de alturas, bosques y nieve. Aprovechando una estancia de Norma y Hersan en los Alpes, Elie trata de acercarse a ella escribiéndole un poema de amor que esconde en un violín, pero el marido lo descubre; ambos pelean y mueren. Sisif queda en la más completa soledad, pero pronto será amparado por la viuda y arruinada Norma, quien lo acompaña hasta el final de su vida, totalmente ciego… pero ya no más solo.
Lo interesante de todo este argumento es la forma como Gance nos lo revela. Por un lado, tenemos los aspectos técnicos novedosos, como la utilización de una cámara en mano y las elaboradas técnicas de edición. Ciertamente algunas escenas parecen muy lentas, pero sirven para que advirtamos precisamente la vida lánguida de todas estas personas. Casualmente, son las escenas de Elie, quien sueña con ser un gran vendedor de violines, las que suelen avanzar más rápido, salvo en aquellos momentos en los que el personaje siente la misma desazón que su padre y “hermana”. La imaginación también está presente a lo largo de la película, más como sueños dentro de una realidad agobiante y dolorosa: Norma imaginándose una graciosa cena con su mascota, la cabra, como una de los comensales; Elie se llega a alucinar siendo un creador de violines en los días barrocos del siglo XVII… e incluso jugando a ser el esposo de Norma, de quien se sabe enamorado, pero no puede comprender dicho sentimiento.
Pero probablemente lo más saltante es la idea de soledad que el director pretende enseñarnos. Primeramente, todo ocurre en un entorno claustrofóbico rodeado de los oscuros trenes… la misma casa de Sisif se encuentra rodeada de vías férreas y su rostro se encuentra casi siempre oscuro debido al hollín. Los sueños de sus dos “hijos” son las vías de escape, mientras que el protagonista tiene muy aferrada en la mente el concepto de que la vida es una rueda que no deja de girar y que no hay mucho más por hacer. Él está rodeado de trabajadores, colegas, oficinistas, máquinas que son prueba de la civilización moderna, pero la soledad está allí, siempre latente. Una soledad que cambia de rostro, pero no de esencia, en los maravillosos paisajes alpinos, en donde la fotografía es simplemente alucinante. Allí Sisif se encuentra en la soledad tradicional, viviendo en una apartada casucha en lo alto de una colina, alejado de la civilización, del mundo en general. Y a pesar de esa lejanía, nuevas desgracias lo persiguen, hasta que ya retirado y prácticamente ciego, reaparece la mujer que él mismo había convertido en su condena. Pero esta vez la acepta tal como siempre había sido, como una hija (que aún ignora la verdad). En la escena final, poco antes de fallecer, permite que Norma se marche a celebrar una fiesta tradicional con la gente del lugar, quienes precisamente bailan a lo largo de un círculo que asemeja una rueda. Sisif sólo sabe de ella a partir de la descripción de su hijastra, pero se la imagina subiendo por los nevados, con la gente feliz danzando… Sólo entonces descubre que aquella rueda de la vida puede moverse, y esa percepción de liberación lo deja morir en paz.
Una gran actuación de un hombre que murió a los pocos meses de terminada la filmación, lo mismo que de la inglesa Ivy Close, quien colaboró muy estrechamente con Gance. Éste cumple con el papel de transimitir a la audiencia las impresiones de sus tres personajes más importantes, abstrayéndonos del mundo de la máquina y de la naturaleza, para concentrarnos en las emociones, expectativas y pensamientos de ellos. El entorno está allí, pero lejos de parecer algo ajeno (con excepción de esas contadas escenas en las que vemos a la aristocracia divirtiéndose), nos hace pensar que existe una especie de fusión. Al fin y al cabo, todos forman parte de una rueda…

            

Ficha:
Duración: 273 minutos 
País: Francia
Género: Drama
Director: Abel Gance (1889 – 1981)
Reparto: Severin Mars (Sisif), Ivy Close (Norma), Gabriel de Gravone (Elie), Pierre Magnier (Hersan), George Térof (Machefer).

TOL'ABLE DAVID (1921)

“Ya no eres el niño de la casa”… ¿es una frase premonitora o simplemente un sarcasmo para el más jovencito de la familia, el engreído que repentinamente se verá atado a una gran responsabilidad?

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La historia de Tol’able David no era una trama nada excepcional. David Kinemon es un joven que sólo se dedica a jugar con su perro, a limpiar un poco la granja y a leer las aventuras de los héroes troyanos, pero para él no hay más héroe que su hermano Allen, encargado de conducir el correo estatal por toda la comarca perdida en algún lugar de Virginia. Por otro lado, David vive enamorado de su vecina Esther Hatburn, con quien siempre se muestra tímido y a veces trata de impresionar, a pesar que ella comúnmente lo incita a comportarse más como un hombre que como un niño. Pronto una nueva alegría invade el hogar de los Kinemon cuando la esposa de Allen da a luz a su primer hijo. Empero, esta felicidad se ve rota cuando arriban al poblado tres malhechores de la familia Hatburn, quienes fuerzan al padre de Esther a alojarlos y no tardarán en cometer numerosas fechorías, desde robos y abusos hasta dejar paralítico a Allen de un piedraza en la cabeza. Una noticia terrible que termina también causando la muerte al padre de David, punto crítico a partir del cual el joven soñador debe asumir el mando de la familia. Pasado algún tiempo se le encomienda por una vez el correo estatal, con lo que siempre soñó, pero para ganarse definitivamente el puesto deberá enfrentar no sólo una prueba, sino lidiar con su destino luchando con los tres maliciosos Hatburn.
Nada del otro mundo, pero la forma como Henry King nos lo pone en pantalla resulta idóneo. La película sobresale por su realismo, al pintarnos la realidad de la campiña norteamericana, solitaria, bella y cruel al mismo tiempo, adonde el poder del Estado no suele llegar siempre y es muchas veces percibido como algo lejano. La naturaleza juega un papel muy importante, quizás al atenuar la maldad que se cierne con estos tres bandidos que fácilmente burlan a cualquier autoridad refugiados varios meses en la casa de sus temerosos parientes. La vida cotidiana dentro de los rústicos hogares de una región como Virginia (la primera de las colonias inglesas en Norteamérica) es otro elemento que King presenta para contrastarnos a las clásicas excentricidades de Hollywood, tan a gusto con los súper decorados y las mega-producciones que indirectamente pretendían poner en evidencia los “enormes recursos” de la nación. En Tol’able David vemos al Estados Unidos que no es tan plausible, y el director, productor y co-guionista se cuida de no caer en el western, que siempre acontecía en lugares recónditos y alejados del Oeste; toma una región muy cerca del Atlántico. No obstante, su intención no era mostrar sólo el lado negativo, sino también la belleza natural y la alegría de la simplicidad de la vida en el campo, incluyéndose juegos infantiles, rituales tradicionales, amor hacia los animales y las plantas, noches familiares alrededor del fuego y muchos otros detalles que además reflejaban la niñez y adolescencia de King, quien creciera por ese lugar.
Otro gran punto a favor de la producción es la actuación de Richard Barthelmess, quien con esta obra se consagró como uno de los más fuertes actores de Hollywood, luego de un período de crecimiento inicial de la mano de Griffith. Su personaje, sin embargo, más que ser una evolución a lo largo de la obra, es más una explosión: David quiere ser el sucesor de su hermano, pero las cosas no ocurren como él las deseara en algún momento, probablemente imaginándose una aventura como la de sus libros de épica griega y romana. Todo cambia repentinamente y David termina por descubrir que la responsabilidad no sólo es gloria y felicidad, sino que tiene también su lado oscuro. En ese aspecto Barthelmess refleja claramente las distintas emociones que pasan por la cabeza de David, por lo que lo vemos naturalmente queriendo cumplir con sus deberes como si se tratara de un guerrero antiguo, para luego estrellarse frente a una dura realidad que lo hace temblar de miedo… un miedo que sabe vencer al final. Y en cuanto a quienes lo acompañan en el elenco, el melodrama no les exige demasiado, siendo la excepción el genial Ernest Torrence, quien de algún modo se ve forzado a hacer el papel de malvado, el encargado de presentarse ante David como el escollo más complicado.

   

Ficha:
Duración: 99 minutos 
País: Estados Unidos
Género: Drama
Director: Henry King (1878 – 1944)
Reparto: Richard Barthelmess (David Kinemon), Gladys Hulette (Esther Hatburn), Ernest Torrence (Luke Hatburn), Marion Abbott (mamá de David), Forrest Robinson (abuelo Hatburn), Walter Lewis (Iscah Hatburn), Warner Richmond (Allen Kinemon).

11 de diciembre de 2011

EL JOROBADO DE NOTRE DAME (1923)

Si Víctor Hugo hubiese vivido para ver la adaptación de su obra en 1923, se habría irritado por la escasa congruencia y las libertades que se atribuyó Hollywood, pero por otro lado, habría quedado fascinado con Lon Chaney, representando fielmente al protagonista de la novela…

   

En realidad, la producción de Wallace Worsley en el cine mudo carece de un auténtico protagonista. Tenemos tres historias que se entrelazan en determinados puntos. Primeramente, tenemos la trágica historia de Cuasimodo, un hombre jorobado, tuerto, cubierto de pelo en la espalda y el pecho, dientes roídos y nariz deforme… un hombre que gusta de su soledad, pero al mismo tiempo la odia… que se burla del resto de las personas y dice detestarlas, pero en el fondo demanda tanto afecto como cualquiera; finalmente, es el amor el que lo libera y lo hace despertar de una vez por todas, para finalmente conducirlo a la muerte que de algún modo, le brinda la paz. En segundo lugar, tenemos una historia de amor, la clásica trama del mujeriego aristocrático que fija sus pupilas en una damisela del pueblo y se prenda de ella, renunciando entonces a su vida pasada para entregarse plenamente; pero nunca faltan los envidiosos, destacando el diácono Don Claudio, capaz de intentar un asesinato al sentirse repudiado por Esmeralda. En tercer lugar, tenemos una historia de lucha social: un pueblo oprimido por la nobleza y por el “tirano” Luis XI de Francia, que al final acaba en una lucha frente a las puertas de Notre Dame, con la irremediable victoria de la guardia real y la muerte del caudillo de los pobres, Clopin.
Tres incidentes aparentemente independientes, pero que al término de la película llegan a un desenlace conjunto. Clopin es el protector de Esmeralda, y al enterarse de las pretensiones del noble Phoebus con ella, desata su rabia y precipita la sedición en la ciudad. El Jorobado, enamorado de la misma Esmeralda porque en algún momento ella lo había socorrido con agua cuando era azotado por un crimen que él no había cometido, es quien en última instancia la salva de morir ahorcada, quien detiene a la turba popular que quiere salvarla, y quien la venga dando muerte a Don Claudio, no sin antes recibir por parte de aquél una puñalada a la postre mortal. Sin embargo, consigue su cometido de unir a los dos enamorados, quienes sí pueden gozar de un final feliz, abrazados y jurándose amor eterno… mientras Cuasimodo fenece después de tocar las últimas campanadas de la Catedral, un sonido que había sido “la única voz de su temblorosa alma”.
La película responde a las clásicas excentricidades de Hollywood de inicios de los años 20’, pero debe reconocerse que el vestuario es impresionante y que tranquilamente se habría ganado una estatuilla de haber existido alguna premiación en ese tiempo. Además, cada vestimenta corresponde fielmente a cada grupo social, lo que torna más verídica la reproducción. La Francia renacentista es reflejada escrupulosamente, incluyendo algunas costumbres, como las fiestas populares urbanas y los juicios en donde siempre se privilegiaba al clero y la nobleza. El alto presupuesto permitió también al director levantar una réplica exacta de la Catedral de Notre Dame, incluso en varios de sus mínimos detalles. En cuanto a las actuaciones, todas son aceptables, pero el que se lleva los honores completos es Lon Chaney.
El denominado “Hombre de las Mil Caras” fue un auténtico genio de la actuación desde muy temprana edad, merced al hecho que debiera aprender a comunicarse a través de la mímica con sus padres sordos. Comenzó como actor teatral y debutó en el cine en 1913 en Universal, para luego trasladarse a la MGM. Realizó un total de 150 filmes, la gran mayoría cortometrajes en los primeros años, hasta graduarse ciertamente como un hombre multifacético con el Jorobado de Notre Dame. Ya para ese entonces Chaney era conocido por utilizar trajes y máscaras que él mismo diseñaba, por lo que podía vérsele como payaso, chino mandarín, jeque árabe, algún monstruo de terror o de ciencia ficción, mendigo deforme o sin piernas e incluso como lanzador de cuchillos sin brazos. Fue considerado por muchos el pionero del maquillaje, mientras que por otra parte se desconocieron en gran parte sus talentos como músico, comediante, bailarín e incluso don juan fuera de la pantalla grande. El hecho que siempre apareciera en el cine con un maquillaje o alguna máscara que ocultara copiosamente su verdadero rostro, le proporcionó privacidad y la oportunidad de guardar muchos secretos.
Chaney no sólo le da vida a Cuasimodo, sino sobre todo humanidad. Por fuera puede parecer un monstruo, pero por dentro posee todas las debilidades, afecciones y fortalezas con las que cuenta cualquier otro ser humano. Es un resentido al costado de las gárgolas que adornan los balcones de la Catedral, mostrando quizás allí su peor rostro interior; luego es un cómico cuando se le nombra “rey de los tontos”; es un hombre con temores cuando sigue a Don Claudio casi sin pensar; es un hombre que se aterroriza frente al castigo y que agradece como un niño cuando Esmeralda y el fraile que lo cuida (los dos únicos seres que se enternecen con él); es un acróbata al momento de salvar a su amada… y un luchador cuando quiere evitar que la recapturen; finalmente, en la última escena se siente orgulloso de su triunfo al haber allanado la felicidad de Esmeralda, a pesar que en el fondo nunca podrá estar a su lado y a sabiendas que ya está a punto de morir. Y entonces, decide exhalar su último suspiro tocando las campanas, la forma como siempre se ha comunicado. Lon Chaney puede ser varios detrás de ese maquillaje espantador, pero a la vez, sigue siendo el mismo Cuasimodo de siempre…

          

Ficha:
Duración: 133 minutos 
País: Estados Unidos
Género: Adaptación Literaria
Director: Wallace Worsley (1878 – 1944)
Reparto: Lon Chaney (Cuasimodo), Patsy Millar (Esmeralda), Norman Kerry (Phoebus), Nigel de Brulier (Don Claudio), Brandon Hurst (Jehan), Ernest Torrence (Clopin), Raymond Hatton (Gringoire), Tully Marshall (Luis XI).